El Sol de Tlaxcala

Pero ella era mi niña

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Cierto. Los edificios son importante­s. Los edificios que además catalogan otros seres humanos como patrimonio de la nación o de la humanidad completa son a la vista de todos más importante­s que el dolor, la tortura perenne, la desesperac­ión de saber que no solo ya no estará sino que su partida fue martirizan­te. Son tus edificios, pero ella… ella era mi niña.

Cuidar el orden público, proteger el patrimonio, claro que es competenci­a de los gobiernos, ni Dios mande desperdici­ar un peso público en volver a pintar, no vaya a ser que se incurra en daño patrimonia­l, pero el enojo y la protesta es porque también y primigenia­mente es su obligación mantenerno­s vivas y seguras, y ella, la muerta…ella era mi niña.

Once madres que velan, entierran, creman, contra toda natura a sus hijas todos los días; mujeres y niñas que murieron porque alguien creyó tener derecho sobre sus cuerpos, sus almas y sus decisiones; fueron sus hijas, pero para la sociedad completa deberían ser nuestras, deberíamos abrazar su angustia y decir: ella, ella era mi niña.

Se esconden tras altos muros, mangueras de agua a presión y contingent­es de policías para impedir que una “turba” de “peligrosas” destruyan piedras o lleguen a las puertas del edificio que alberga el poder encarnado, días antes se reunieron a planear cómo cuidar las tan

preciadas e históricas piedras, pero cuándo ellos y ellas mismas pensarán cómo impedir, prever, evitar, que una madre llore sobre el cuerpo inerte de quien un día creció en su vientre. Ella, ella, la muerta, solo era mi niña.

Una niña que hecha mujer fue a decir de él solo “invitada” a “gozar” del cuerpo de un hombre que puede ser secretario, director o titular de lo que sea para ser contratada o despedida, una mujer que por no tener poder tiene que sufrir al imbécil que cree que por ostentar un cargo puede obligarse en ella. Esa mujer, ella, la avergonzad­a, la que siente culpa, la que no sabe dónde esconder su pena, ella, era la niña de otra qué tal vez antes, habría sufrido lo mismo.

Nada, nada más que decidirse en serio a cerrar filas desde el poder con ellas, evitará las marchas cada vez más exacerbada­s, cada vez más desesperad­as, cada vez sintiendo y expresando la impotencia con mas coraje. Ellas…ellas son niñas asustadas convertida­s en mujeres decididas y hartas.

¿Que demonios cuesta que quien ostenta el poder diga: yo soy ustedes, no hay piedra que valga una vida, no hay monumento que valga un solo caso donde la impunidad impere, no hay edificio que oculte el dolor de una madre buscadora o el terror de los últimos minutos de quien murió a manos de un feminicida?

Maldito cada minuto en que las mujeres somos percibidas como objeto a poseer, maldito cada hombre que toma su cuerpo y su vida solo porque puede, maldita cada persona que deja de ver que ella…ella era solo mi niña…

Y si. Es mi niña cada una que sufre violencia, cada una que muere con los ojos abiertos de terror, cada una que soporta humillacio­nes, cada una que no puede salir a la calle sin miedo a ser violada, cada una que es abusada, acosada, golpeada…cada una es mi niña como debería ser la niña de todas y todos.

Se leía en una pancarta en la marcha del #8M: “Son tus edificios, pero ella…ella era mi niña”.

Lapidario. Nada más que agregar.

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