Justicia y visión anti especista
El humanismo colocó en el centro de atención del mundo al humano como especie. Por eso los humanistas supeditaron –casi cualquier otra cosa– al cumplimiento de los derechos y satisfacción de condiciones propias para la vida humana. Se construyó una visión humanista céntrica, evidentemente especista. Por esta razón, destacan como disruptivas las nuevas corrientes de pensamiento que incentivan a pensar más allá del bienestar de la especie y, ahora, pensar en términos del bienestar de las formas de vida que comparten y forman ecosistema con la humanidad. Ahí, las agendas de cuidado del medio ambiente o la protección de flora y fauna son –eminentemente– relevantes para las sociedades y gobiernos contemporáneos.
El cambio de paradigma hacia la descentralización de los derechos y la justicia con una lógica anti especista es positivo. Ha devenido en cambios a la legislación en diferentes países, al cambio cultural en la protección colectiva a los animales y a la generación de políticas públicas para garantizar el bienestar de todas las especies. Empero, el asunto tiene una transcendencia –aún mayor– que coloca el compromiso indeclinable a tener una justicia con visión anti especista. Esto significa que las actividades y demás acciones que coloquen en una situación de riesgo o peligro, por ejemplo, a animales silvestres o en cautiverio, deben ser sancionadas. La visión que está detrás de esta proposición es dotar de valor a la vida más allá de lo humano.
Es conveniente y necesario situar esta conversación en la agenda pública nacional, sobre todo por dos hechos noticiosos de las últimas semanas. El primero es el reporte que la revista internacional “Gatopardo” realizó sobre “el desastre ambiental en Tlaxcala”. El reporte describe la situación grave que enfrentan las luciérnagas en la entidad, sobre todo por una seria de actividades desmedidas y sin control que han colocado la vida de las luciérnagas y la estabilidad ambiental de las zonas donde transitan. Destaca que el turismo sin regulación, las sequías, los incendios, la agricultura y la contaminación lumínica de las ciudades cercanas, no han sido identificados como problemas públicos que compromete a los santuarios. Hay explicaciones diversas a esta desatención gubernamental, algunas de ellas pueden ser la improvi
sación o la poca rigurosidad con que se abordan algunos de los temas públicos en Tlaxcala. No es un asunto menor, se trata de la protección a la vida, protección a los animales y las diferentes especies que dependen de la estabilidad ecológica de tales zonas.
El segundo hecho noticioso es el reportado por diferentes medios de comunicación nacionales sobre el estado en que se encuentran los zoológicos de la Ciudad de México. En redes sociales se ha hecho viral –sobre todo– el caso de una elefante en pésimas condiciones por el abandono institucional al cuidado de los animales en cautiverio. Es muestra de la desafección por la vida no humana y la centralidad de otros intereses (más rentables políticamente) en la agenda gubernamental.
Este par de ejemplos debiera motivar una seria de exigencias públicas –por parte de la ciudadanía– para empujar en la dirección correcta que debe considerar a la justicia desde una visión anti especista. Los animales y las formas de vida presentes en los ecosistemas son, dicho de manera clara, igualmente valiosas que las humanas. El proceso que se requiere de entendimiento acerca de la importancia del cuidado animal y protección a los ecosistemas es largo, pero es –simultáneamente– un proceso civilizatorio. Tanto en la Ciudad de México como en Tlaxcala, se requiere del compromiso de los gobiernos en todos sus niveles y de la concientización ciudadana para mejorar las condiciones de la vida en general.