Lo que el TLC nos reveló
Ede
una agobiante y tensa negociación respecto a un nuevo tratado de libre comercio en América del Norte, empezamos a tener certezas. A unos días de consolidar acuerdos —bilaterales aún, pues todavía ignoramos el destino cada vez más azaroso de Canadá— en México se han desatado diversas posturas y reacciones, desde quienes lo apoyan a pie juntillas hasta quienes prefieren reservar su opinión hasta conocer las letras grandes y, sobre todo, las chiquitas, por aquello de que el Diablo está en los detalles.
Después
s cierto que en una negociación y en un acuerdo ambas partes deben conceder en algo para que exista un convenio. Esas concesiones, ese estira y afloja, son los hilos de la trama en el tejido, en el arte de la negociación. A nadie sorprende que “gana” el que cede menos y obtiene más. Como hace 24 años, hemos cedido más de lo que nuestros vecinos, a pesar de que esa “pérdida” es mucho menor, en términos reales, a lo previsto en el inicio de la administración de Trump, la cual nos pintaba un horizonte mucho más sombrío.
Sin embargo, en el transcurso de esta larga negociación, se nos revelaron distintas cosas que vale la pena resaltar. En contraste con nuestros socios (Estados Unidos y Canadá) el acuerdo comercial es sumamente injusto, por la disparidad entre alcances, dimensiones, competencias y mercados. Le sigue el ámbito de Anticorrupción, en el cual México adolece de una legislación poco estructurada, con casi nulo control y mucho menos capaz de prevención. En comercio electrónico todavía nos encontramos en pañales a causa de nuestro desfase respecto a las normas y reglamentaciones correspondientes. También somos el país más débil de la región en desarrollo tecnológico y científico.
El tema de mayor resonancia durante las negociaciones, me parece, fue el del salario mínimo, pues México es el más bajo de todos los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, con un matiz que es casi una sentencia: también somos el que más trabaja en horas al año. Productividad, ingreso y bienestar se convierten en una verdadera encrucijada que no podemos solucionar y que nos pone en una gran desventaja a los ojos de nuestros potenciales
socios comerciales.
Ante tal contexto, el acuerdo se convierte en una posibilidad crucial para México, pues no podemos ignorar esas deficiencias. Por el contrario, es el momento preciso para solucionar y progresar en cada uno de esos puntos, para dejar de ser los débiles de la región y convertirnos en un país verdaderamente competitivo. Si el tiempo de crisis es también de oportunidades, ahora tenemos que implementar las políticas públicas para no seguir en el rezago en el que estamos sumidos.