Duelo frente a la muerte del aeropuerto en Texcoco
El pasado 29 de octubre el entonces Presidente electo Andrés Manuel López Obrador anunció la cancelación del proyecto del nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en lo que se conocía como ex Lago de Texcoco.
En aquel momento hubo, como hasta ahora, legítimas oposiciones a la cancelación, pero también una campaña bien orquestada de desinformación y propaganda oficiosa para detener el proceso de cancelación. Desde aquel día ese proyecto estaba muerto. La cancelación se había formalizado con una sutil y delicada consulta ciudadana que dejaron pasar de largo los opositores, quienes se encargaron simplemente de descalificar a priori ese ejercicio de democracia participativa. En su frenética negación, pusieron en evidencia sus más bajas pasiones económicas, sus intereses empresariales que, aunque legítimos, se ahogaron en la nauseabunda corrupción de ese proyecto. Como si se tratara de la defunción de algún ser querido hicieron alarde de las etapas del duelo que distingue toda pérdida.
Pasaron por la negación diciendo que era imposible la cancelación porque los mercados y el dólar iba a dispararse a niveles insospechados. Falso. La bolsa, especulativa como es, se recuperó del primer golpe y se alineó con los mercados internacionales, mientras que el dólar se oferta por estos días por debajo de los 20 pesos.
Entrados en ello pasaron a la ira. Con todas sus pasiones desbordadas convocaron a dos marchas para reivindicar la construcción del aeropuerto en el lago de Texcoco y caracterizaron como autoritario al régimen. Trataron por todos los medios de generar un ambiente de desazón y de coraje contra el régimen, pocos días antes, durante y después de la toma de protesta del presidente Andrés Manuel López Obrador. Su ira parecía incontenible y les hizo perder el sano juicio. Se precipitaron en sus juicios y vitorearon cualquier pequeño desliz del nuevo régimen. En su ira perdieron objetividad y optaron en conducir a una oposición legislativa a la irracionalidad. La entonces mayoría
hoy convertida en minoría exigía marcha atrás, cuál si hubiese sido su plataforma o programa de acción, lo que antes había votado y destinado a favor. La ira los volvió violentos, al menos en el discurso, ofendían y lanzaban improperios. Tomaban la tribuna esos mismos que acusaban, hace apenas unos meses, a quienes realizaban esa acción.
Entraron en la negociación y pensaron que era posible que el proyecto se realizara, aunque fuera con recursos de la iniciativa privada. Sabían en el fondo que eso era imposible. Los sobreprecios y la incompatibilidad entre el precio de la obra y su tasa de retorno por lo “monumental” del proyecto, hicieron inviable esa posibilidad. Ni el hombre más rico de México quiso invertir en ese proyecto, tal vez porque el capital no es tonto y sabe hacer jugosos negocios con la obra pública, pero no le gusta invertir el dinero en escaparates sin sentido.
Vendrá sin duda el periodo de depresión que seguramente desatará la auténtica sepultura del proyecto. Los inversionistas internacionales han aceptado y tomado la oferta de recompra de los bonos del grupo aeroportuario de la Ciudad de México, ente de la administración pública encargado del proyecto de construcción del nuevo puerto aéreo. Si alguna esperanza tenían en que un supuesto conflicto internacional con los tenedores de esos bonos volvería a la vida el proyecto, esta opción se ha cerrado en definitiva con el anuncio de recompra de esos documentos. La suerte está echada.
No habrá vuelta atrás, los mercados están estables, la moneda se aprecia, se anuncian fuertes inversiones de las grandes industrias transnacionales y se firman acuerdos de cooperación para potenciar alrededor de 60 hidroeléctricas en el país.
Al duelo solo le falta una etapa. La resignación.
Ojalá llegue pronto.
Hay quien nunca lo logra .