Todo pasa por López Obrador
No ha transcurrido un mes de su gobierno, pero ha quedado claro que lo bueno, lo malo y lo feo acontecido hasta hoy pende de él. En 28 días, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció cambios históricos a su salario, al salario mínimo y al salario de quienes ganan más que él; anticipó una inversión multimillonaria para refinerías -en lugar de energías limpias- y se excusó de ir al sepelio de la exgobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso, y de su esposo, el exsenador, Rafael Moreno Valle. A frases más, frases menos: “Yo voy a promover, repito, que ningún funcionario público gane más que el presidente...”; “No hay transparencia sobre el tema de los energéticos. Es el mejor negocio del país en beneficio de desconocidos”; “Decidí actuar de manera prudente” -sobre el accidente en Puebla-.
Aparte, López Obrador también ha errado y decidido sobre lo que considera justo. De lo primero con el presupuesto a las universidades públicas: “...aquí sostengo que se va a reparar ese error”, y en lo segundo en los fondos al Conacyt: “es suficiente y no van a faltar recursos para los becarios”.
El asunto es pues que todo pasa por él. Pasa por su supervisión como si fuera el portador de la última palabra o de la verdadera.
El mandatario sale a dar la cara por su gobierno y colaboradores dejando entrever que él y nada más que él, detenta el privilegio del poder supremo o absoluto. Un proceso en el que su mano (derecha mayormente), lo denota. Ya sea en la cadencia con la que anuncia y enmienda o en la disonancia en cuanto amonesta y sermonea. Basta observar las conferencias matinales donde agarra, suelta, articula, presiona y toca el rumbo del país. No obstante, en torno a esto esconde la incertidumbre e inutilidad entre sus subordinados y la concentración de poder: “Puede parecer pretencioso, o exagerado, pero hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, empieza un cambio de régimen político”, ha dicho.
López Obrador es también de ideas fijas y de rechazo a posturas diferentes: “En tres años...me canso ganso...estará funcionando, además del actual, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México...”.
En su personalidad se descubre el Síndrome de Hubris o confianza exagerada en sí mismo, respecto al poder. El mismo cuadro clínico que le detectaron en sus tiempos a emperadores y en el pasado reciente a expresidentes, incluidos de Latinoamérica.
Ha pasado menos del mes y lo bueno, lo malo, lo feo, lo errado y hasta lo que es justo ha pasado por él. Como la consecuencia de tener que preguntarle y repreguntarle de las cosas del país. De entrever que sobrevenga el aburrimiento, la pérdida de respeto, la falta de credibilidad y el hartazgo.