El Sol de Toluca

Don Paulo estudia la primaria en la calle

Hace seis meses, antes de la pandemia, asistía a una escuela del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, en Otzolotepe­c

- FILIBERTO RAMOS

Antes de la pandemia de Covid-19, el adulto mayor asistía a una escuela del INEA, ahora repasa las lecciones escolares en una banqueta, donde se instala para vender jergas y frascos de miel.

La escuela de Pedro Paulo Severo Reyes, de 70 años, es una banqueta en el centro de Toluca. Hasta hace seis meses, previo a la pandemia, acudía a un salón de clases en su pueblo.

Pero ahora no tiene más que un libro arrugado para seguir sus ejercicios.

"Nunca pude ir a la escuela de niño", cuenta don Paulo, como recordando que las letras eran innecesari­as en los cultivos de maíz y en los tramos de terracería que cruzaba para cargar los trozos de leña.

Ahora que la vida le cuesta más y es más cansada, dice que quiere aprender a leer y escribir, al menos para poder saber lo que dicen los letreros de los camiones.

"Ya llevo medio año, con este libro me pongo a repasar de a ratos mientras vendo", explica.

Los repasos los realiza en una banqueta de la esquina de Ignacio López Rayón e Independen­cia en el centro de Toluca.

Ahí se instala diariament­e frente a una tienda de zapatos para vender estropajos y frascos de miel.

Don Pedro Paulo lee su nombre con una dicción tosca, mientras los transeúnte­s de la calle Rayón lo ignoran.

Pero el campesino echa un suspiro hondo, porque le llevó toda su vida aprender a leer al menos su nombre y los letreros del camión que lo trasladan a su pueblo: Santa Ana Jilotzingo.

"Sirve mucho saber leer, pa' no preguntar al chofer a dónde me lleva", dice el comerciant­e de miel.

La vida no ha sido sutil con Pedro Paulo, la muerte le arrebató a su padre a los 12 y a su madre un poco después.

También le negó la escuela y las letras. Esas las tuvo que conseguir a sus 70 por su propia voluntad y porque el desempleo es más duro sin saber leer y escribir, dice.

"De joven me fui al Distrito a chambear y también a la pisca", cuenta.

Asistía a una escuela del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) en su pueblo Santa Ana Jilotzingo, municipio de Otzolotepe­c, pero la cerraron por indicacion­es sanitarias.

Por ahora sólo se asesora con el libro de texto que le regaló su profesor.

"Ya terminé el libro, hice todas las tareas que vienen", explica el hombre de la tercera edad.

En sus ratos libres de la venta, saca un libro arrugado de texto que carga en un morralito y se pone a repasar.

De 10:00 de la mañana a las 3:00 de la tarde en el cruce de Rayón e Independen­cia, repasa y vende.

Así sostiene su vida diaria, mientras las condicione­s de la pandemia le permiten regresar al salón de clases.

El campesino relata que se casó a los 15 y tuvo seis hijos. Ninguno pasó de la secundaria y repitieron la misma historia de casarse jovencitos.

"Me decía mi hija la mayor: 'si quieres que estudie, dame dinero', pero yo no tenía", recuerda Paulo.

En Santa Ana Jilotzingo, desertar de la escuela es un porvenir que se calcula y se acepta desde niños.

Su objetivo es claro, quiere seguir hasta culminar la primaria y si puede, la secundaria. Aunque la venta de jergas y miel deja, y el hambre le hace desistir por ratos.

"Yo digo que uno debe estudiar, para superarse", dice Paulo.

Mientras pasa de página en su libro de texto, Pedro Paulo silba una canción.

"Es la que dice: 'Yo nací, sin fortuna y sin nada' esa me gusta", ríe el campesino. Vale decir que la tonada que silba, lleva un verso que dice: "Yo no fui a la escuela, yo aprendí de grande, las letras no entran cuando se tiene hambre".

Según el portal de INEA, al inicio de la presente administra­ción se tenía registro de 8 millones 942 mil 168 personas sin estudios de primaria.

Actualment­e, la cifra es de casi 8 millones 910 mil personas.

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LUIS CAMACHO
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LUIS CAMACHO En el cruce de Rayón e Independen­cia se coloca para vender sus productos y también repasa sus lecciones.

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