La oposición del ausente
“La función opositora se manifiesta en la dialéctica política entre mayoría y oposición/es, o sea, entre las fuerzas políticas que apoyan al gobierno y aquellas fuerzas que, ajenas a la mayoría parlamentaria que lo sostiene, no solamente se ubican como minoría/s sino que ejercitan un poder activo de crítica, de control y de orientación alternativa de gobierno”. (Pasquino:71)
Específicamente, sostiene Gianfranco Pasquino en su libro “La oposición, en las democracias contemporáneas”, que las minorías juegan un papel central en la dialéctica mayoría-oposición y al menos para el caso mexicano deberían ya superar lo que Leonard Shapiro –citado en el propio texto– advierte: a) la errada creencia de que "oposición" es el equivalente de "violencia" u "hostilidad"; b) la persistente visión utópica de una sociedad sin conflictos y amante de “un acuerdo perpetuo”; c) la ilusión de que la historia pertenece a los vencedores.
Así como el conflicto es consustancial a la política y el consenso su lenguaje más acabado. También lo es que ese juego dialéctico se fortalece cuando las oposiciones, sin desconocer su condición de minoría, intentan controlar al gobierno y a su mayoría parlamentaria, mediante el contraste continuo sea de la ética en el ejercicio del poder como de la generación de alternativas al partido o grupo gobernante; construir las alternativas opositoras son tan relevantes como el contraste y la crítica.
Una oposición sin contenido alternativo resulta inútil en sociedades complejas como la nuestra. Hay muchos electores que deciden votar en –contra de– porque nadie representa bien sus intereses en la arena de la política. Un gobierno mayoritario que no enfrenta retos, que no está sometido al escrutinio público por sus contrincantes, es un gobierno con una oposición ausente.
Han pasado 874 días desde el 6 de julio de 2018 y la oposición institucional en México sigue sin salir de la parálisis que les provocó la derrota y han sido ineficaces al elegir al presidente Andrés Manuel López Obrador como su enemigo, en vez de cuestionar los errores de su gobierno y establecer una estrategia de comunicación política que ofrezca a los electores, “una alternativa de gobierno”.
Para el discurso populista es común simplificar el complejo entramado social
Una oposición sin contenido alternativo resulta inútil en sociedades complejas como la nuestra.
en la binaria lucha entre el pueblo y las élites, sin embargo, “el pueblo” no puede ser una expresión unívoca, sino una plural y contradictoria como lo somos en realidad, representar esa compleja pluralidad no será sencillo, pero entre más se tarden en identificar esos conectores emocionales o vínculos ideológicos que tenemos los electores, más fácil hacen el trabajo para quien bajo un mismo discurso ha logrado agrupar a los mexicanos en lo que nos une; el combate a la corrupción. Pero hay una agenda repleta de problemáticas que las oposiciones no logran traducir en alternativas de gobierno atractivas para quienes observamos desesperados la incapacidad y ausencia de alguien que nos represente fuera del agotado discurso polarizante de AMLO.
El ascenso del liderazgo populista/ carismático de AMLO ha tenido como consecuencia, hasta el momento, el desdibujamiento de una opción de gobierno programática y atractiva, que sucumbe reiteradamente al “personalismo” del líder indiscutido que sigue siendo el presidente de la República, así el diagnóstico se completa con un sistema de partidos sin alternativas, ni agendas ciudadanas o propuestas alternativas que aglutinen el creciente número de descontentos con el actual gobierno. La oposición está ausente en un periodo definitorio en el corto camino electoral; cómo identificar banderas sociales e intentar representarlas en la arena de lo electoral, resulta impostergable. Una oposición débil o peor aún, ausente, no le sirve a nuestro modelo democrático.