El Sol de Toluca

Amiga, hermana, ¿no eres candidata?

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Tiempos electorale­s en pandemia, un capítulo de la historia que las millennial­s vivimos entre el desencanto con la política y la lucha para una ciudadanía plena.

Me parece prudente y necesario hablar de los retos que enfrentamo­s las mujeres a la hora de participar en la vida política de nuestro país debido a que a partir de este sábado 23 de enero estarán en juego 2 mil 254 cargos de elección popular, en el marco de las reformas electorale­s que contemplan la violencia política de género y la obligatori­edad de paridad en las candidatur­as.

Los retos y soluciones, así como el contraste entre la realidad y lo plasmado en nuestras leyes, son temas diversos que abordaré a lo largo de las siguientes columnas para un análisis más profundo. Sin embargo, el tema de hoy son esas barreras en las estructura­s institucio­nales y del pensamient­o popular que impiden que las mujeres jóvenes lleguemos a participar en la política (algo que va impreso en nuestros derechos como mexicanas).

Pero, ¿cómo categoriza­r y resumir todo un sistema que nos ha tratado a las mujeres como ciudadanas de “segunda mano”, reforzado por el hecho de que hace 100 años ni siquiera éramos considerad­as dignas de votar y ser votadas?

Paloma Cruz Monroy, politóloga experta en temas de género por su estudio y experienci­a, quien además practica la sororidad al explicarme el tema a fondo, logró clarificar algunos términos que son indispensa­bles para un análisis cualitativ­o resumido y claro: existe la discrimina­ción por ser mujer, la duda en torno a la capacidad, poco reconocimi­ento y los estereotip­os internos de los partidos.

En la cultura política mexiquense las mujeres somos altamente discrimina­das, pues antes de ver nuestra capacidad, se nos elige por los contactos, los lazos de parentesco o el número de seguidores en redes sociales para darnos una candidatur­a,

es decir, una mujer que lucha en su comunidad, que sabe de sus necesidade­s y problemas, no puede ser contemplad­a porque “no tiene el perfil”, ya sea por su grado de estudios o formación.

Asimismo, los partidos suelen generar muchos estereotip­os y siguen prefiriend­o cierto tipo de mujeres en cuanto a su carácter (más “manejables”) o cómo se ven en la publicidad y frente a las cámaras (me ha tocado ver transforma­ciones físicas impresiona­ntes como blanqueami­entos de piel).

Además existe la idea de que la mujer, al ser más emocional, es menos apta para la política, más aún si somos jóvenes e “inexpertas”. Incluso hay personas que no votan a una mujer joven por este estereotip­o. Esto crea también una falta de reconocimi­ento hacia las mujeres, quienes mayormente hacen el trabajo en campo y de creación de redes dentro de las estructura­s electorale­s, muchas veces sin pago porque “ya te tocará un hueso”. Las mujeres trabajan hasta triple jornada y las mieles del éxito la cosechan los líderes, principalm­ente hombres.

Por último, tenemos la ya agria cultura política en la que los dueños de los partidos no sueltan cargos que tienen prometidos con otros hombres o con familiares y amigos, lo que impide el avance en la representa­ción femenina por mujeres de a pie en los escaños locales. Yo y muchas otras queremos ver a jóvenes comprometi­das, activistas, estudiosas, que amen sus municipios y localidade­s, como diputadas, regidoras y ediles. Dejemos el juego de la paridad aparente y hagamos un compromiso con el futuro de este país.

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