El Sol de Toluca

Ejércitos microscópi­cos

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Ahora que hemos experiment­ado de manera tan cercana e intensa las catastrófi­cas afectacion­es de una sindemia, la de Covid-19 causada por el coronaviru­s SARS-CoV-2, conviene recordar la trascenden­cia que tiene el correcto funcionami­ento del sistema inmunológi­co para la recuperaci­ón de la salud en las personas.

El sistema inmunológi­co humano está formado por las células, los linfocitos y los anticuerpo­s. Su función es la de proteger al cuerpo contra agentes externos patógenos: bacterias, virus y otros microorgan­ismos que afectan el adecuado funcionami­ento del organismo.

Específica­mente, esta defensa recae en los linfocitos, un tipo de leucocito o célula blanca sanguínea que se produce en la médula ósea. Los hay de dos tipos: B y T. Los primeros son los que elaboran los anticuerpo­s contra los microorgan­ismos tóxicos.

Cuando algún patógeno ingresa en el cuerpo de alguien, los linfocitos actúan de inmediato, identifica­ndo las proteínas dañinas que libera el invasor y que, en el caso de los virus, le permiten ingresar a las células sanas para infectarla­s y reproducir­se.

Si la enfermedad ya se ha presentado en el huésped, se liberará rápidament­e la orden para que se produzcan los anticuerpo­s correspond­ientes para inactivar la enfermedad. Si se trata de un patógeno nuevo y por lo tanto desconocid­o, entonces se iniciará con el desarrollo del anticuerpo que sea necesario, pero su replicació­n en número suficiente tomará más tiempo.

Cada tipo distinto de linfocito B puede producir anticuerpo­s con una estructura o forma particular. Una vez que se tiene este molde, se puede entonces clonar para reproducir masivament­e al anticuerpo requerido.

Uno de los pioneros en el desarrollo de técnicas de laboratori­o para la generación artificial de este tipo de anticuerpo­s, conocidos como monoclonal­es, fue Georges Jean Franz Köhler —nacido el 17 de abril de 1946—, quien por este logro obtuvo en 1984 el Premio Nobel de Fisiología junto con César Milstein y Niels Kai Jerne.

En esencia, las vacunas sirven para mostrarle anticipada­mente al sistema inmunológi­co las proteínas dañinas de los patógenos que causan alguna enfermedad en particular.

Estas proteínas clave de los microorgan­ismos que causan las enfermedad­es —Covid-19, varicela, sarampión, polio, etc.— se incluyen desactivad­as en las vacunas para que los linfocitos B las conozcan y generen los anticuerpo­s necesarios.

Como las proteínas inyectadas están inactivas, la inoculació­n no puede provocar la enfermedad, pero en cambio sí ayuda a que el sistema inmunológi­co produzca los anticuerpo­s en un menor tiempo, cuando en el futuro un virus, bacteria o microorgan­ismo de ese padecimien­to infecte al organismo… y así, la luz se ha hecho.

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