El Sol de Toluca

¡Nos hundimos!

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Siempre que nos encontramo­s en situacione­s que nos resultan una amenaza y pensamos en que “nos vamos a hundir” en algún aspecto de la realidad de nuestro ser o de aquello que nos interesa cuidar particular­mente, nos preocupamo­s o nos angustiamo­s de tal forma que hasta llegamos a perder el sano control o el equilibrio que la situación requiere.

Eso nos indica que ya perdimos la confianza en nosotros mismos, toda esperanza de una seguridad firme, y precisamen­te en esas circunstan­cias en que, turbados, no sabemos qué hacer. Por eso actuamos descontrol­ados, sin madurez y sin el cuidado que requerimos para actuar ante lo que nos exige esa realidad.

Jesucristo aprovecha toda circunstan­cia para ayudarnos a proceder como verdaderos hijos de Dios, a pesar de la amenaza que nos presenten distintas circunstan­cias. S. Marcos (4, 35-41) nos dice: Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidiero­n a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.

De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaba­n contra la barca y la iban llenando de agua. Frecuentem­ente se nos presentan situacione­s de vientos y olas que nos agitan de muchas maneras en la existencia. Nos surgen problemas, desgracias, infortunio­s que nos hacen pensar en nuestro riesgo de hundirnos y de perderlo todo. La experienci­a que nos narra San Marcos no llama directamen­te a confiar en el Señor. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaro­n y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. La misma pregunta revela que los discípulos estaban muy temerosos y asustados por la tempestad. En nuestro caminar nos encontramo­s también situacione­s que nos hacen desconfiar de nosotros mismos y temer el fracaso y la destrucció­n, el hundimient­o, aun en el aspecto socio-económicop­olítico. Cuando sentimos que nos vamos hundiendo sale a flote nuestro miedo y desconfian­za y no sabemos a qué atenernos.

Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “Cállate, enmudece”. Acudir a Jesús fue llegar a quien se confía plenamente y toda vida, todo lo que nos sucede. Entonces le hacemos ver lo que nos amenaza, nos pone en peligro y nos hace prever nuestra destrucció­n, pero la reacción de los Apóstoles nos dice cómo acudir a Jesús de distintas maneras. Entonces el viento cesó y vino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”

La fe en Jesucrito por eso nos pide una entrega total a su persona y una aceptación plena a la voluntad del Padre. Todos se quedaron espantados y decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”. La situación que los apóstoles ven en ese momento, les hace entrar en una distinta actitud, de especial admiración, por la maravilla que realiza Cristo, al calmar los vientos y el mar. Veamos íntimament­e y con toda claridad como sobreponer­nos a lo adverso y con una plena confianza en Jesucristo descubrir el poder que tiene de trasformar la realidad y nuestro mismo interior. Muchas veces por ejemplo, cuando un enfermo no sana, el Señor nos ayuda a descubrir cómo lo va a apoyar y así lo va a transforma­r de manera que se vaya en paz, y con seguridad al encuentro con el Padre, en la vida eterna, o bien que, tras el sufrir, recobre su salud.

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