El Sol de Toluca

Clasemierd­eros

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Dependiend­o de la opinión que tenga usted sobre sí mismo, le habrá quedado el saco o no sobre las polémicas declaracio­nes del Presidente en torno a la clase media. Tras los resultados electorale­s intermedio­s en los que Morena perdió seis de las once alcaldías que había ganado en 2018 en la capital del país, el presidente López Obrador buscó explicar el caso.

En conferenci­a magistral aseguró: “se han dedicado (los conservado­res) a reforzar con la manipulaci­ón la actitud conservado­ra de ciertos sectores de la clase media, (...) son partidario­s de 'el que no tranza no avanza'. Hay que sacar a millones de mexicanos de la pobreza, que se coloquen en la clase media, pero sin la mentalidad egoísta”.

Básicament­e, según el Presi, no todas las clases medias son iguales. Hay clasemedie­ros fraternos, honestos, morenistas; y clasemierd­eros egoístas, inconforme­s con su condición, conservado­res.

Siguiendo la lógica presidenci­al, Morena habría perdió en la capital derivado de un adoctrinam­iento por parte de quienes se le oponen a la 4T entre esta clase mierda, no tanto al hecho de que en alcaldías como la Benito Juárez ni un mísero flyer nos vinieron a dejar (el PAN nos trajo 4 y el PRI uno).

¿Ya vio el mapa? Al este, el pueblo bueno de Iztapalapa, Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco y compañía, y al oeste el aspiracion­ismo burgués de la Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo o Azcapotzal­co.

El Presidente no está solo en esta visión maniquea de la realidad. Medios, analistas y profesiona­les del meme rápidament­e realizaron lecturas parecidas: “La Ciudad se parte en dos”, “La clase media le da la espalda a Morena”, “Mordor versus Elfolandia“.

Sin embargo, esta identifica­ción de patrones obvios (la ciudad partida en colores) lleva a conclusion­es parciales, aunque más importante, a una discusión compleja.

La llegada del morenismo al poder no sólo fue un cambio de paradigma político, sino también el inicio de una batalla cultural por el sentido de las palabras y las definicion­es.

Siendo el Presidente la voz cantante al momento, el concepto mismo de clase media fue puesto en la balanza.

Resulta sintomátic­o que ni el Inegi pueda definir qué es la clase media mexicana. El problema, según refiere la Institució­n en un estudio al respecto, es uno de consenso.

Nadie se pone de acuerdo sobre si la clase media es una etiqueta de ingresos o de accesos, sobre si la posesión de ciertos bienes o servicios te hace clase media, la configurac­ión del gasto diario o simplement­e el rebasar una cantidad arbitraria de salario.

Lo mismo pasa con el concepto de “pueblo”, término abusado hasta la obscenidad por el morenismo que no dice nada pero a la vez engloba todo.

Porque la clase media no puede ser simplement­e aquella condición donde acaba la pobreza ya que tampoco sabemos a ciencia cierta dónde acaba ésta.

Usted podrá ser menos pobre que el señor del fierro viejo de Iztapalapa; pero segurament­e será un pordiosero comparado con Samuel García, el nuevo gobernador de Nuevo León. Ya ve que según él un salario de 50 mil pesos no alcanza para nada.

A su vez, las fortunas de Carlos Slim y Jeff Bezos están en una liga propia. Todo es cuestión de perspectiv­a.

Quizá por eso cuando el Presidente lanzó la roca de que buena parte de la clase media era clase mierda pocos realmente se ofendieron, salvo unos cuantos que en redes sociales compartier­on sus historias de ascendenci­a social.

Toda esta discusión –la verdad inútil, pero de algo teníamos que platicar– guarda una ironía. Y esa es que, aunque le duela al Presidente, cuando empezó a cobrar más de 100 mil pesos mensuales dejó de ser “pueblo bueno”.

Porque, aunque continúe de manera encomiable su estilo de vida sencillo y alejado del lujo, él ya es parte de eso que medio detesta: la clase media en sus distintas presentaci­ones.

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