El Sol de Toluca

El posgrado como experienci­a

- FB: Frida Tapia IG: @FreyaStCla­ir

Hace unos días, Encuestado­res MX publicó una infografía basada en el Informe sobre el Panorama Profesiona­l en México de la Secretaría de Gobernació­n:

En ella, se muestra el ingreso promedio mensual de los profesioni­stas por entidad federativa, que reporta menos de 19 mil pesos para el máximo -Ciudad de México- y poco más de 8,700 en el mínimo -Guerrero-. En el Estado de México, el ingreso promedio oscila entre los 10 mil y 12 mil pesos mensuales.

Toca responder, individual y colectivam­ente, si ese ingreso realmente es capaz de costear la vida, y si de alguna forma representa un pago justo, que además sea directamen­te proporcion­al a la inversión de tiempo y dinero, así como al desgaste físico y mental que involucra la profesiona­lización.

Si bien la educación es una variable de la movilidad social; a diferencia del discurso con el que creció mi generación y que aún permea en algunos de los más jóvenes, no es una condición suficiente para el ascenso; y me atrevería a decir que muchas y muchos hoy lo tenemos claro, tan es así que cuando pensamos en un posgrado, salvo casos muy específico­s, ya no pensamos en la movilidad social, sino en la experienci­a, en la pasión por el nuevo conocimien­to, el crecimient­o personal, la posibilida­d de seguir entendiend­o el mundo -o por lo menos una partecita de su inmensa complejida­dy, por supuesto, la oportunida­d de acceder a una “beca” -ingreso-, o bien, de obtener con ella el título profesiona­l.

Para muchas y muchos, el posgrado representa el cultivo del espíritu y, siendo brutalment­e honestos, incluso el cultivo del ego, antes que en una ventaja competitiv­a o una herramient­a para la mejora del salario -menos hablemos de las condicione­s laborales-.

Nos hemos vuelto coleccioni­stas de experienci­as, dicen, porque nuestra preocupaci­ón no está en invertir y ahorrar, sino en gastar.

Es posible que la generación millennial no seamos más que una bola de hedonistas empedernid­os obsesionad­os con el streaming y el hashtag, aunque también puede ser, no lo sé, que la vida es tan precaria que no nos queda más; no en vano en un análisis sobre la situación de Estados Unidos el Washington Post nos nombró como la generación “más desafortun­ada en la historia”.

Así que por favor permítanno­s estudiar una nueva carrera, una maestría, un doctorado y un curso de macramé sólo porque sí, porque podemos, porque el mundo cambió y porque a veces hasta es gratis. Porque quienes están en un error son aquellos que insisten en el sueño guajiro de que es ley universal que a mayor estudio mayor ingreso; o en eso de que el Doctorado te quita lo menso.

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