El posgrado como experiencia
Hace unos días, Encuestadores MX publicó una infografía basada en el Informe sobre el Panorama Profesional en México de la Secretaría de Gobernación:
En ella, se muestra el ingreso promedio mensual de los profesionistas por entidad federativa, que reporta menos de 19 mil pesos para el máximo -Ciudad de México- y poco más de 8,700 en el mínimo -Guerrero-. En el Estado de México, el ingreso promedio oscila entre los 10 mil y 12 mil pesos mensuales.
Toca responder, individual y colectivamente, si ese ingreso realmente es capaz de costear la vida, y si de alguna forma representa un pago justo, que además sea directamente proporcional a la inversión de tiempo y dinero, así como al desgaste físico y mental que involucra la profesionalización.
Si bien la educación es una variable de la movilidad social; a diferencia del discurso con el que creció mi generación y que aún permea en algunos de los más jóvenes, no es una condición suficiente para el ascenso; y me atrevería a decir que muchas y muchos hoy lo tenemos claro, tan es así que cuando pensamos en un posgrado, salvo casos muy específicos, ya no pensamos en la movilidad social, sino en la experiencia, en la pasión por el nuevo conocimiento, el crecimiento personal, la posibilidad de seguir entendiendo el mundo -o por lo menos una partecita de su inmensa complejidady, por supuesto, la oportunidad de acceder a una “beca” -ingreso-, o bien, de obtener con ella el título profesional.
Para muchas y muchos, el posgrado representa el cultivo del espíritu y, siendo brutalmente honestos, incluso el cultivo del ego, antes que en una ventaja competitiva o una herramienta para la mejora del salario -menos hablemos de las condiciones laborales-.
Nos hemos vuelto coleccionistas de experiencias, dicen, porque nuestra preocupación no está en invertir y ahorrar, sino en gastar.
Es posible que la generación millennial no seamos más que una bola de hedonistas empedernidos obsesionados con el streaming y el hashtag, aunque también puede ser, no lo sé, que la vida es tan precaria que no nos queda más; no en vano en un análisis sobre la situación de Estados Unidos el Washington Post nos nombró como la generación “más desafortunada en la historia”.
Así que por favor permítannos estudiar una nueva carrera, una maestría, un doctorado y un curso de macramé sólo porque sí, porque podemos, porque el mundo cambió y porque a veces hasta es gratis. Porque quienes están en un error son aquellos que insisten en el sueño guajiro de que es ley universal que a mayor estudio mayor ingreso; o en eso de que el Doctorado te quita lo menso.