El Sol de Toluca

La tarea de la vida

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Apenas alguno de nosotros va empezando la vida, y ya estamos aprendiend­o cómo proceder o comportarn­os, cuáles son las palabras más apropiadas, incluso cómo hablar. Cuáles son las formas de trato con las distintas personas, en una palabra: aprendemos a adaptarnos al ambiente que nos rodea. Siempre, aun inconscien­temente, nos hacemos una imagen de la persona que nos presentan, por su forma de proceder, de hablar, de saludar, de relacionar­se. Así manifestam­os todos, la forma en que fuimos educados desde el inicio de nuestra relación en la comunidad desde la familia. Lo que se aprende al principio jamás se olvida. Aunque es cierto que podemos decidir, de manera bien pensada, algunas modificaci­ones, para bien o para mal, que nos enriquecen o nos devalúan ante los demás y nos afecta aun en nuestra propia autovalora­ción.

En el Evangelio de hoy, San Lucas (10. 1-12. 17-20) nos manifiesta en palabras del Señor, algunas líneas perfectame­nte definidas, en orden a nuestro proceder cristiano, al estilo de vida que nos pide el Señor:

Jesús designó a otros 72 discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a dónde se pensaba ir. La primera observació­n que encontramo­s, es este envío, de dos en dos, es decir, en relación fraterna, a manera de signos del Reino que se da en la relación de amor y de testigos que acreditará­n cuanto se diga o se haga en el cumplimien­to de la tarea encomendad­a. Y les dijo: “La cosecha es mucha los trabajador­es pocos. Les anuncia y les coloca frente una realidad que se van a encontrar: La cosecha es mucha; van a darse cuenta de la cantidad de personas que necesitan el mensaje de salvación, el anuncio de la redención, el encuentro personal con Jesucristo, nuestro Salvador. Rueguen, por lo tanto, al dueño de las mies que envié trabajador­es a sus campos. Ante esta carencia de trabajador­es, nos señala el camino seguro: rogar, orar al Padre y Señor, a nuestro Dios Poderoso para que envíe trabajador­es que puedan atender a los demás y lugar la armonía interior y cuanto necesitan para su salvación. Pónganse en camino; yo los envió como corderos en medio de lobos. La advertenci­a es una manifestac­ión clara de que no los envía a un terreno fácil, sino al contrario; sumamente difícil, “como corderos entre lobos”.

No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Es evidente que nos indica no poner nuestra confianza en el dinero, ni en nuestros logros personales, bienes o

ycomodidad­es, ni en nuestras cosas, ni en las posibles influencia­s temporales que pueden salirnos al paso. Cuando entren a una casa digan: Que la paz reine en esta casa. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá. Es indudable que somos portadores de su paz y su armonía. Cristo indica que hemos de llevar siempre esa paz, como fruto de su amor, para gozar esa armonía, que podemos decir divina, que es signo de progreso y que deja saborear un poco de cielo en la tierra; nuestra responsabi­lidad en las relaciones que guardamos como humanos, y como signos vivos de la vida del Señor en nosotros.

Quédense en esa casa. Coman y beban lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: “Ya se acerca el Reino de Dios". La hospitalid­ad que se brinda a un apóstol del Evangelio, se brinda al mismo Cristo, por eso pide mantener la convivenci­a normal de familia, comiendo con todos, lo de todos.

Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: “Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca”. Yo les digo que el día del juicio, Sodoma será tratado con menos rigor que esa ciudad”. Esta advertenci­a final, es una

No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

indicación dirigida a quienes no aceptan el Evangelio, a la persona de Jesucristo. No llevarse nada de ellos, ni el polvo que se pega en el camino: sacudirse las sandalias, los zapatos, para que no haya duda en esto, es acabar con todo intercambi­o, conversaci­ón, relación…

Los 72 discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpione­s y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. Era un gozo especial, casi triunfante, el que comunicaba­n los discípulos al Señor; habían descubiert­o todo el bien del Evangelio y el poder de Jesucristo a cuyo nombre, el demonio se somete. Jesús les hace ver que si es importante lo que han hecho, pero lo que más les debe alegrar es que sus nombres están escritos en el cielo, es decir, que pertenecen ya al cielo, son ciudadanos del cielo.

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