La historia le reservó este privilegio
Hoy la
profesora Delfina Gómez Álvarez, la historia actual, la de la reconstrucción nacional, la que ha cimentado un régimen creador de las bases para la reconfiguración de un Estado mexicano más democrático, en la sede del Poder Legislativo, uno de la soberanía estatal, depositará en sus manos la dignidad de gobernar al Estado de México.
Cargo que asume obedeciendo a un supremo mandato, otorgado por la voluntad del pueblo mexiquense. Es la consumación de un sueño o realización de un ideal largamente anhelado. Es, asimismo, estiramiento de su vocación, no sólo docente, sino de otra, traducida en tendencia de mujer política dotada de convicciones ideológicas.
Certeza, creencia, adquiridas en años de estudiante normalista. Como alumna en uno de esos planteles, no sólo la convirtieron en mentora de niños y jóvenes, sino en una luchadora social también.
El normalismo, además de corriente educativa formadora de profesores con vocación de enseñar, es centro de formación de líderes; el profesor cuando aplica sus conocimientos en escuelas rurales es considerado agente de cambio social.
Sus principios doctrinarios la situaron en una posición progresista, de avanzada, de vanguardia, corriente conocida en el entorno político como izquierda.
Con esta postura se involucró en el ejercicio de la política para dirigirla como gobernadora a partir de hoy, con mandato y autoridad, tiene usted, como antecedente formativo, su reconocido desempeño en ese arte.
Su formación política la encaminó por un sendero que empeñosamente transitó para llegar a un espacio donde se atiende el supremo poder que, a todo gobernante otorga la norma fundamental de su entidad nativa: la Constitución Política del Estado Libre y Soberano del Estado de México.
Ley suprema que históricamente ha organizado al Estado mexiquense, en el que por su supremacía, destaca el poder sobre sus otros elementos constitutivos, humano y territorio.
Otra merced o gracia, que le guardó la historia política estatal, es la de ser actora de la transición política, que transformará en nuestro estado, no sólo en las reglas, sino los mecanismos de participación política controlada por un equipo que, desde hace muchísimos años, se atribuyó el derecho de aplicarlos.
Su existencia se ha negado. No se ve, pero se siente, se dijo en mucho tiempo.
El cambio se dio pacíficamente. Sin violencia. La brutalidad estuvo ausente. No fue trágico como aquel lejano de 1942. Sacudió con fuerza telúrica las instituciones estatales de esos años. Tiempos en que el furor generaba cambios.
Enfrentó a los desplazados con quienes a ultranza asumían el mando. Fue ese hecho un parteaguas en la política estatal.
Ahora, usted civilatoriamente consuma el fin de una anquilosada etapa e inicia otra, prometedora de transmutaciones benéficas para los mexiquenses.
La mano con que más maternal que magisterialmente tomó la pequeña de los niños para enseñarles a escribir “mamá” o “México”; con esa rubricará el decreto que declare a 2027, “Año del Bicentenario de la Promulgación de la Primera Constitución Política del Estado Libre y Soberano de México” promulgada en Texcoco, segunda capital del Estado, en 1827.
En 2028 tendrá usted el honor de rubricar otro, que lo declare “Año de la Fundación del Instituto Literario del Estado de México”.
Al privilegio de ser la primera gobernadora, cargo que le custodió la historia, sume la honra de ser ya una mujer ilustre de Texcoco.
El normalismo, además de corriente educativa formadora de profesores con vocación de enseñar, es centro de formación de líderes; el profesor cuando aplica sus conocimientos en escuelas rurales es considerado agente de cambio social.