El Sol de Toluca

Irse de este mundo

“Y me

- Alexander Naime contextoto­luca@gmail.com

da lástima irme de este mundo y no trabajar más porque tengo un gran placer trabajando”, decía Fernando Botero, el pintor y escultor colombiano.

Murió como consecuenc­ia del mismo tipo de Parkinson que mi padre… sus cuerpos rígidos se callaban poco a poco y nos hablaban con la mirada, con un apretón de manos, con los silencios en los que sentíamos ver sus deseos, con sus ojos vivos y juveniles que nos decían “aún no es tiempo, ya es tiempo”… y nos miraban… los de mi padre eran verdes y al mirarlos me metía en ellos para andar en el bosque que escondían… y me viajaba en su historia.. .y estaba con él, en esa que era su pintura interior, la más íntima, la más lejana.

Ahora me planto frente al cuadro. Lo miro. Observo a detalle sus figuras, voluptuosa­s, grandes, rotundas. La obra de Botero rompía los límites del lienzo porque sus figuras desbordan el espacio… "no, no son gordas”, dicen, son figuras placentera­s, monumental­es, hechas en el gozo, en la alegría, pero también en el deseo, en el dolor que acoge y te descansa como sus cristos de cuerpos limpios y de muerte serena.

Botero nadó a contra corriente de una época en la que la visión del cuerpo voluminoso, gordo, era rechazada, en donde las formas delgadas, los cuerpos delineados eran la imposición de una manera de belleza, a la hollywoode­nse, como una enfermedad de juventud obligada y permanente.

Un gato gordo, otro gato voluminoso, una obra que hasta los niños reconocen porque juegan con ellas, con esas caritas ingenuas como su Mona Lisa a los doce años, el cuadro de su hijo muerto, Pedrito, en su caballo y una casa al fondo con dos figuras enlutadas que se asoman, como las series de tauromaqui­a en donde el toro es el protagonis­ta… pero también la vida íntima de una familia, o de sus personajes eternos que nos hablan…

La monumental­idad de sus figuras y esculturas contrastan con la simpleza extraordin­aria

Botero nadó a contra corriente de una época en la que la visión del cuerpo voluminoso, gordo, era rechazada, en donde las formas delgadas, los cuerpos delineados, eran la imposición de una manera de belleza, a la hollywoode­nse, como una enfermedad de juventud obligada y permanente

de los nombres con que los designaba en donde revela sólo lo que el ojo ve, no hay adjetivos: niña con gato, mujer, hombre, gato, familia íntima, obispos muertos, the dancers, danzantes en barra, coche bomba, mujer fumando, española, colombiana, María Antonieta, Portal celestial, Bananos, El ladrón, caballo, músicos, naturaleza muerta….

…Y al final la paz… dos pájaros, dos palomas de la paz están en la Plaza de Medellín, Colombia… una herida y rota en su vientre por una explosión de diez kilos de dinamita en la época mas violenta del conflicto en Colombia, a lo que el artista respondió con otra igual como símbolo de paz… las dos palomas se contrastan: una es la expresión de la violencia , la otra la de la paz; la primera una realidad de nuestros días, la segunda, la aspiración de siempre.

Dejo atrás el cuadro y me quedo con la apacible sensación de esas imágenes monumental­es y regreso a la imagen del bosque en los ojos de mi padre y aprendo que cuando la muerte cerca se abraza uno al pasado y lo junta con el futuro solo porque el presente ya no existe, ya no importa… porque en ese tiempo así ya no pasa nada.

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