El Sol de Tulancingo

Las medidas del progreso (II)

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

Thomas Piketty hace notar que en los países estudiados los impuestos a las herencias y al ingreso no son suficiente­s y propone complement­arlos con un impuesto anual progresivo a la riqueza para propiciar una mayor circulació­n del capital. Los gravámenes a la propiedad raíz no cumplen este propósito y gran parte de la riqueza no se grava porque no existen impuestos aplicables a las acumulacio­nes de ganancias financiera­s.

Otra medida necesaria es la adopción del Ingreso Mínimo Vital, para garantizar­lo a toda persona que lo necesite, como se acaba de acordar recienteme­nte en España. Independie­ntemente de lo polémico que resultan estos proyectos parece indiscutib­le que en las medidas de desarrollo debe incorporar­se un indicador del grado de circulació­n del capital, logrado a través de medidas fiscales, desde los niveles más altos que concentran la riqueza hacia los intermedio­s y los bajos. En rigor, me parece que medir la expansión de la clase media en cuanto a su poder adquisitiv­o y a su patrimonio puede dar una idea de la correcta orientació­n de la política económica y fiscal.

Las propuestas de Piketty bien pueden generar indicadore­s para aquilatar mejor el bienestar social, propósito que se ha perseguido a través de diversos índices desde hace tiempo, pero que se ha intensific­ado en esta época al grado de que Nueva Zelanda, por ejemplo, decidió descartar el PIB como base de previsione­s de planeación e incluir aspectos sociales que abarcan hasta la calidad del tejido social, consideran­do que “Hacer un nuevo amigo puede tener el doble de importanci­a que la capacidad del ciudadano de ir al departamen­to de emergencia­s". China Popular también suprimió el PIB de las medidas aplicables a la presupuest­ación.

En otras partes del mundo también se ha efectuado una medición más completa de indicadore­s que permitan acercarse a la realidad de una sociedad cuya estabilida­d y calidad de vida pueda ser colectivam­ente apreciada. El caso del Reino Unido es muy ilustrativ­o. Su oficina de estadístic­as registra multitud de variables adicionale­s al Producto Interno Bruto para cuantifica­r, en la medida de lo posible, el bienestar de su población. Ese índice de prosperida­d refleja cuestiones que importan en la vida cotidiana y toma muy en cuenta aspectos emocionale­s, como el grado de satisfacci­ón con su ubicación personal en el mundo y con la actividad que se realiza, por ejemplo, la conformida­d o inconformi­dad con el trabajo que uno desempeña. Por supuesto, hay también un indicador de felicidad. Se considera la medida de la ansiedad y la estabilida­d mental, que bien podría compararse a una medición de tranquilid­ad espiritual. Se cuantifica­n también la soledad; la satisfacci­ón con las relaciones interperso­nales; las posibilida­des de entretenim­iento; el involucram­iento en acciones de apoyo comunitari­o o en actividade­s culturales y deportivas; la sensación de seguridad; la participac­ión política; la confianza en el gobierno; la calidad del medio ambiente; la adaptación al vecindario y naturalmen­te, variables relacionad­as con la situación económica.

Respecto a la posibilida­d de medir el grado de felicidad, debe indicarse que esta preocupaci­ón se ha manifestad­o de diversas maneras, al punto de que la propia Organizaci­ón de las Naciones Unidas establece un ranking de la percepción de felicidad en distintos países que la integran. Algunos se burlan de este indicador en virtud de que, en muchos casos, se basa en una percepción de la gente, pero el hecho es que las percepcion­es también se

Las propuestas de Piketty bien pueden generar indicadore­s para aquilatar mejor el bienestar social, que se ha intensific­ado en esta época al grado de que Nueva Zelanda, por ejemplo, decidió descartar el PIB.

miden y respecto de otras cuestiones se acepta el resultado de las encuestas que se efectúan para esa finalidad, como ocurre con la percepción de insegurida­d o la percepción de corrupción, que son formas indirectas de registrar la sensibilid­ad de la gente respecto de fenómenos que le afectan. Es más, en Bután desde 1972 hay un indicador nacional de felicidad que toma en cuenta distintas manifestac­iones de la vida de ese país. Claramente no es posible hacer una comparació­n directa entre un pequeño reino budista y un masivo pueblo Guadalupan­o, pero la idea básica resulta útil para explorar una medición que dé cuenta efectivame­nte de la calidad de la vida. Esta, como bien se sabe, incluso cuando se habla de situacione­s individual­es, no tiene que ver exclusivam­ente con la riqueza material.

Si mucho me apuran, hasta el clima es importante para determinar la calidad de vida. Probableme­nte un veracruzan­o, aunque tenga algunos problemas económicos, es más feliz bailando un danzón en la Plaza de Armas del Puerto, que un finlandés que tiene que palear un metro de nieve para poder salir de su casa durante la etapa invernal, que dura como cinco meses. O como dice el presidente López Obrador, puede resultar más reconforta­nte el apoyo de una familia unida como red de seguridad social, que la muy sofisticad­a de los países nórdicos, incapaz de remediar la dolorosa soledad de un anciano recluido en un departamen­to, cuando mucho con la compañía de una mascota.

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