El Sol de Tulancingo

Mi pasión por la comunicaci­ón (V)

De mi anterior colaboraci­ón recuerdo que el periodiqui­llo que iba a elaborar se llamaría "LA VOZ QUE RUGE", por los gritos de un maestro que parecía rugir como leon. Esto ocurría allá por el año 1951 en el cual yo cursaba el primero de secundaria.

- Francisco Fonseca pacofonn@yahoo.com.mx

Debo aclarar que Laboriel no era estudiante del colegio, sino vecino de la colonia, y casi todos los días, a la hora de la salida del mediodía, lo encontrába­mos en la esquina de las calles de Mérida y Puebla donde se ubicaba el chicharron­ero. El vendedor era exacto porque conocía perfectame­nte nuestra hora de salida para ofertar sus jícamas, coco, chicharrón con salsa, pepinos con chile piquín, etc). ¡¡¡Qué tiempos !!!

Empecé a discernir qué hacer, qué incluir, como sería el encabezado, si llevaría una o dos columnas, en dónde el número de folio, al centro, arriba, abajo, etc., pero sobre todo, el contenido, que era lo que más me preocupaba. ¿Sería mensual o semanal? Ya había decidido llevarlo a cabo, y habría que hacerlo.

Sería semanal, del lunes al viernes de ese mes y año. La primera página llevaría su título, con el nombre del autor, y la semana del mes. Tendría que trabajar en él durante el fin de semana para llevarlo a la escuela el lunes. Debo confesar que al poco tiempo salió cada dos semanas, y finalmente, cada mes. No era tarea fácil.

Pero ¿qué? ¿qué incluir? ¿cómo empezar?

Me llegó la inspiració­n y empecé escribiend­o que este periodiqui­llo era para que estuviéram­os comunicado­s, y leyéramos cosas simpáticas de todos nosotros. Habría un texto inicial sobre lo ocurrido esa semana en la escuela, por supuesto con todo el debido respeto, tanto a profesores y alumnos. Si algo habíamos aprendido de nuestros muy queridos maestros maristas era el respeto por los demás, empezando por la familia, el profesorad­o, los compañeros de escuela, y el ser humano en general. La clase de Civismo, hoy tan olvidada y lejana, era toda una serie de conocimien­tos para nuestro debido comportami­ento en sociedad, en la vida, en casa, en la calle. Todo ello además se veía reflejado en los libros de Civismo de primer año El Hombre y la Sociedad, en segundo de secundaria llevaríamo­s El Hombre y la Economía, y en tercero, El Hombre y el Derecho.

Después de la introducci­ón escribía un texto sobre lo chusco de esa semana en la escuela, por ejemplo, las Guerras de Roma contra Cartago, que eran concursos de conocimien­tos. Previament­e los profesores nos habían colocado de pie en los extremos del salón de clase, y empezaban las preguntas. Posiblemen­te de estos concursos haya surgido la sugerente frase Las Batallas del Desierto, porque al terminar el concurso todos nos arrojábamo­s arrugadas las hojas de papel con nuestras preguntas. Las Batallas del Desierto es el título con el cual nuestro compañero José Emilio Pacheco bautizó su famosa novela que relata la vida escolar, entre varias cosas, la atracción que sentía un compañero nuestro, cuyo nombre me reservo, por la mamá de otro compañero, cuyo nombre también me reservo, pero sí está incluido en la novela. En su obra, José Emilio solo nombra por su apellido a Ayala, a Rosales, a Mondragón, y ya. A otros, creo que por apodo. Es una novela multipremi­ada, y nosotros somos y estamos muy orgullosos de haber tenido a Jose Emilio entre y con nosotros. Será siempre una joya de la literatura mexicana.

Pero volviendo a La Voz que Ruge, en otra sección escribía sobre los juegos del recreo en los cuales Pepe Lomas llevaba una caja de zapatos vacía, con cuatro agujeros, semejando ojos, nariz y boca; los demás concursába­mos arrojando y haciendo entrar huesitos de chabacano por los agujeros. Los huesitos estaban pintados de diferentes colores lo que daba valor al juego. Y había premios.

Otra sección muy entretenid­a era la de películas. De la sección cinematogr­áfica del periódico tomaba los títulos de las películas de moda y los atribuía a compañeros, o a veces a profesores. Por ejemplo: Los Tres Huastecos: Mora, Roca y Casillas;

Víctimas del Pecado: los atrapados con acordeones; La Oveja Negra: Johnny Laboriel; El Rey del Barrio: nuestro gran portero de futbol Fernando Gutiérrez; Salón México: la clase de biología, Campeón sin Corona: yo, porque por flojo reprobé varias materias ese año. Y así cada semana o cada edición.

Debo aclarar que Laboriel no era estudiante del colegio, sino vecino de la colonia, y casi todos los días, a la hora de la salida del mediodía, lo encontrába­mos en la esquina de las calles de Mérida y Puebla donde se ubicaba el chicharron­ero. El vendedor era exacto porque conocía perfectame­nte nuestra hora de salida para ofertar sus jícamas, coco, chicharrón con salsa, pepinos con chile piquín, etc). ¡¡¡Qué tiempos !!!

Quiero hacer un espacio para recordar un diálogo entre nuestro maestro Ubaldo Arnáiz, y alumnos de la clase de Español y que decía más o menos así (lo copié de una libreta de apuntes):

Maestro: ¿Qué podemos hacer con los libros?

Alumnos: abrirlos y cerrarlos. Maestro: cada cara de una hoja se llama página. ¿Pueden decirme el número de páginas que tiene el libro? ¿Las páginas no contienen más que letras?

Alumnos: no señor, hay también las láminas

Maestro: ¿Nada más? Alumnos: Hay también números Maestro: ¿Para qué sirven los libros? Alumnos: para aprender a leer Maestro: los niños que ya saben leer aprenden en los libros otras cosas útiles. El que lee los libros se instruye y llega a ser destacado por su saber. (continuaré)

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