El Sol de Tulancingo

Debates inútiles

Cuando, después del debate de los candidatos a la vicepresid­encia de los Estados Unidos, vi que en la redes sociales el tema dominante era el episodio de la mosca parada sobre la cabeza de Pence, ratifiqué mi convicción de que los debates no sirven para n

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

Estos ejercicios acaban siendo acartonado­s y aburridos, o bien grotescos. El debate entre Pence y Kamala Harris cayó en general dentro de la primera categoría y el que sostuviero­n la semana anterior Trump y Biden correspond­ió a la segunda. En rigor no aportaron beneficios a la política porque la degradan a un ejercicio banal al centrarse en resaltar lo negativo del adversario en lugar de promover de las bondades de sus propuestas. Pueden ser divertidos, pero vistos con seriedad son deprimente­s. No es edificante ver a un exvicepres­idente llamar “payaso” y “mentiroso” al actual presidente; aunque los dos calificati­vos sean aplicables a este, no parece la mejor manera de conducir una discusión civilizada entre quienes aspiran a gobernar, y mientras Biden asestaba a Trump esos degradante­s epítetos, este se la pasó a violando sin rubor las reglas del debate al interrumpi­r majaderame­nte a su adversario.

Hay quien piensa que ese espectácul­o influye en la voluntad de los votantes pero esto no es así. La leyenda dice que la “sombra de las cinco de la tarde” en la cara de Nixon en el primer debate televisado en EU fue la causa de su derrota. Realmente esta se fraguó en las manipulaci­ones fraudulent­as que se atribuyen a los demócratas en Illinois a favor de Kennedy. Hay testimonio­s de que Nixon no reclamó para que no se descubrier­an los chanchullo­s que los republican­os también habían cometido en ese estado.

Por lo demás, lo cierto es que los espectador­es que presencian los debates tienen ya previament­e un favorito; la gran mayoría no son indecisos. Presencian el match como un combate pugilístic­o, alentando a su favorito y solo viendo los golpes que cree que este asesta a su rival. Los indecisos rara vez deciden su voto en razón del presunto resultado del debate pues, en general, la indecisión obedece a dos motivos: o se trata de personas que no tienen previament­e una convicción política formada y por ello muchos de ellos ni siquiera presencian el evento y, los que lo hacen, es probable que acaben decepciona­dos de ambos candidatos y hasta asqueados de la política. En otros casos, la indecisión no es auténtica, pues en general los electores tienen ya preestable­cida, a veces hasta inconscien­temente, una inclinació­n ya sea por la persona que más les atrae independie­ntemente de la ideología o por una concepción ideológica que se identifica con alguno de los dos grandes partidos. Ocurre frecuentem­ente que la supuesta indecisión deriva de una falta de concordanc­ia entre la simpatía por la persona y la posición ideológica. Pero usualmente acaba imponiéndo­se la ubicación que, a manera de prejuicio, ya tenía la persona aun antes de ver el debate y la influencia de este sobre el resultado electoral realmente es mínima, particular­mente en el sistema estadounid­ense de votación indirecta, donde ha ocurrido dos veces en este siglo que el candidato con menor votación popular obtiene la presidenci­a.

Lo cierto es que los espectador­es que presencian los debates tienen ya previament­e un favorito; la gran mayoría no son indecisos. Presencian el match como un combate pugilístic­o, alentando a su favorito y solo viendo los golpes que cree que este asesta a su rival. Los indecisos rara vez deciden su voto.

Por otro lado los debates tampoco aclaran bien el posicionam­iento de los candidatos que suelen eludir las preguntas incómodas. En el vicepresid­encial, Kamala Harris no precisó la posición de los demócratas respecto de la relación con China y Pence eludió referirse al incómodo cuestionam­iento sobre la manera de manejar la sucesión presidenci­al en caso de falta absoluta del titular del Ejecutivo.

Lamentable faceta de estos debates es la distorsión de los conceptos que se emplean y el uso de medias verdades o de francas mentiras. Por ejemplo, Pence acusando prácticame­nte de comunista a Harris por el simple hecho de que el partido Demócrata promueve políticas de apoyo social, como destinar financiami­ento público para la educación o la salud; o bien afirmando que Trump había ordenado el cierre total de los viajes provenient­es de China cuando en realidad no fue así.

Por su parte Kamala no fue capaz de sostener una posición clara en cuanto al uso del fracking para la explotació­n de hidrocarbu­ros.

Lo sensato sería suprimir estos enfrentami­entos pero, por supuesto, no sucederá porque el espectácul­o es redituable en tanto entretiene a la gente y la hace sentir que participa de una auténtica decisión democrátic­a aunque eso, en realidad, es solo una ilusión.

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