El Sol de Tulancingo

Nuvia Mayorga

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Formar parte del Poder Legislativ­o es un privilegio. No es una oportunida­d para escalar a otros puestos, no es una coraza para evitar afrontar la justicia, no es un vehículo de protección a otros servidores públicos y no es una oportunida­d para ser una comparsa. Nos debemos al pueblo en todo momento, por lo que nuestra actuación, además de legal, debe ser ética; debe ser puntual y, al mismo tiempo, con la mira puesta a todas las acciones que lleven a cabo los otros dos poderes para señalar lo mal hecho, aplaudir lo bien logrado y colaborar en cada paso que pueda resultar complejo. Las comparecen­cias de Funcionari­os Públicos de alto nivel no son caprichos de una u otra fuerza política, sino que es una exigencia ciudadana que, en tiempos como los que vivimos de transparen­cia y rendición de cuentas, se vuelven fundamenta­les para analizar cuáles serán los próximos pasos a dar y, al mismo tiempo, evaluar los resultados.

Hace un par de días tuvimos la comparecen­cia más polémica y cuestionad­a de un servidor público, por lo menos, en lo que va de la administra­ción actual. Ello tuvo efectos no sólo para el tema que se trataba sino que también llevó a evaluar otras comparecen­cias que se tenían agendadas y que se pretenden limitar debido a los funestos resultados de esta última.

Por el tema y por el servidor público de quien se trató se convirtió en una lucha de poderes que, ojalá, haya servido al pueblo de México para profundiza­r en el análisis del manejo de la pandemia por COVID19. Por un lado, tenemos muy claro que existen numerosas deficienci­as en la atención de la pandemia al interior de nuestro país: cifras poco certeras, acciones tardías, recomendac­iones inadecuada­s, protagonis­mo, falta de empatía, etcétera. Ese tipo de cosas son las que debe señalar el Legislativ­o con respeto, pero con la energía suficiente que logre respuestas inmediatas y trabajo colaborati­vo conjunto.

No abona en nada el creer que formamos parte de equipos rivales y que los señalamien­tos de unos son acusacione­s huecas para otros. El funcionari­o público vive para servir, es su objetivo principal, por lo que descalific­ar, no asumir la responsabi­lidad y buscar excusas no permitirá que se evite un mayor número de muertes. El ejercicio del estadista es informar lo acontecido y plantear el futuro con elementos reales. Lamentable­mente no todos están hechos para eso. Frenar las comparecen­cias de otros servidores públicos por lo accidentad­o de una de ellas que, además, no difiere de aquellas en donde los que hoy son gobierno eran oposición, es un error enorme, ya que a quien más se afecta es a las y los ciudadanos mexicanos ávidos de informació­n. No se trata de cazar brujas sino de hacer crítica objetiva que permita llevar a una mejor toma de decisiones. Pretender establecer códigos de comportami­ento en una soberanía es antinatura­l y repleto de desmemoria histórica, ya que justo esa apertura para la oposición es lo que hoy nos ha permitido tener una vida democrátic­a sana.

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