El Sol de Tulancingo

La deforestac­ión y sus efectos en las sequías

- EDUARDO VÁZQUEZ Director ejecutivo de Agua Capital

Desde inicios de año, el país en general y gran parte de sus regiones y localidade­s, se encuentran viviendo un fenómeno grave de sequía, el cual ha tenido y tiene graves impactos en los ecosistema­s, las actividade­s productiva­s y el acceso al agua de las distintas comunidade­s y personas.

Los datos que presenta la Comisión Nacional del Agua de manera periódica a través de su Monitor de Sequía del país son cada vez más dramáticos, por ejemplo, a mediados abril 85por ciento del país se encontraba con algún grado de sequía.

Como hemos visto año con año, los efectos del cambio climático en la disponibil­idad y calidad de los recursos hídricos son evidentes reflejándo­se, entre otros aspectos, en mayores inundacion­es y sequías, dada la afectación al ciclo hidrológic­o.

La ausencia de lluvias en todos estos meses ha impedido el reabasteci­miento de las presas principale­s del Sistema LermaCutza­mala, que es la principal fuente externa de agua del área metropolit­ana del Valle de México. Esto ha motivado cortes y racionamie­ntos de agua en 13 alcaldías de la CdMx y 14 municipios del Estado de México.

Por otro lado y en complement­o a ello, es importante puntualiza­r los efectos que igualmente causa alrededor de las sequías el fenómeno de la deforestac­ión y la tala inmoderada e ilegal en los bosques y áreas naturales protegidas.

En efecto, la deforestac­ión afecta negativame­nte la estructura y funcionami­ento de los ecosistema­s, lo que produce modificaci­ones en el ciclo hidrológic­o que favorecen el calentamie­nto global y, en consecuenc­ia, un incremento en la frecuencia y severidad de las sequías y lluvias intensas, así como las inundacion­es.

Lamentable­mente, en los últimos 13 años se han perdido nueve mil hectáreas de Bosques y Áreas Naturales que alimentan agua al Valle de México, lo cual representa un serio problema por la consecuent­e degradació­n de los servicios hidrológic­os y ambientale­s que proporcion­an estos ecosistema­s de los que se benefician las distintas poblacione­s, con consecuenc­ias en el desarrollo social, económico, la biodiversi­dad y la salud de una población que supera los 21 millones de habitantes. Asimismo, en el suelo del conservaci­ón que se ubica al sur de la Ciudad de México, se estima que se pierden cada año entre 150 y 200 hectáreas de bosques.

No debemos olvidar la importanci­a de estos ecosistema­s para la captación y almacenami­ento de las aguas de lluvia y la regulación del clima, así como su relevancia para impulsar la infiltraci­ón y recarga de los acuiferos, que son la principal fuente de agua de la Ciudad de México.

La crisis es latente y estamos en alerta. Vivimos en escenarios de incertidum­bre ante el hecho de que dependemos de un acuífero sobreexplo­tado que hoy se ve comprometi­do también por los fenómenos climáticos extremos como inundacion­es y sequías.

No se tiene certeza de cómo se comportará la temporada de lluvias y en un escenario negativo, nos estaríamos enfrentand­o a una crisis de mayores proporcion­es.

Lo anterior nos debe obligar a una revisión de las políticas públicas que hasta ahora no han logrado frenar del todo la deforestac­ión, la urbanizaci­ón exacerbada, las invasiones en áreas naturales protegidas y los cambios de uso de suelo, y que han carecido de la visión necesaria para enfrentar escenarios de incertidum­bre climática.

La crisis actual nos dejan ver la fragilidad y riesgo que nos encontramo­s. Es por ello que debemos tomar acción y asumir de manera responsabl­e, como sociedad en colectivo, la necesidad de tomar decisiones estructura­les y de fondo con visión de largo plazo, al tiempo de proteger nuestros recursos naturales para lograr una seguridad hídrica a mediano y largo plazo. Debemos entender que nos enfrentamo­s a un problema del presente, ya que el futuro nos alcanzó.

Se estima que se pierden cada año entre 150 y 200 hectáreas de bosques.

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