El Sol de Tulancingo

Elecciones y seguridad: la normalizac­ión de la violencia

- Integrante de CASEDE y Directora General de Sistemas de Inteligenc­ia en Mercados y Opinión (SIMO México: www.simomexico.com) AZUCENA CHÁIDEZ MONTENEGRO

El pasado 6 de junio en todo el país aconteció una elección local que convocó a los ciudadanos a las urnas: 21 mil 368 cargos de elección popular evidenciar­on que ejercer nuestros derechos políticos tiene el poder de hacer una diferencia. No es ningún secreto que temores y aspiracion­es de los ciudadanos motivan e inhiben el voto. Y qué pesa más en una elección como la que acabamos de vivir, ¿el miedo o la esperanza?

Entre candidatos asesinados, secuestros y amenazas, pareciera que hemos normalizad­o los niveles de violencia que se viven en nuestro país. En este sentido, la Encuesta Nacional en Vivienda de SIMO, realizada en mayo de 2021, identificó a este como el principal problema que aqueja al país por el 40 por ciento de la población, a pesar de ser clasificad­as como las elecciones más violentas de que se tiene registro, con 935 agresiones —entre las que se cuentan 100 políticos asesinados con base al reporte Violencia Política 2021 de la consultora Etellekt—, el primer mandatario señaló en la mañanera del día siguiente a la elección que "la gente se portó muy bien, los que pertenecen a la delincuenc­ia organizada, en general bien […] se portó mal la delincuenc­ia de cuello blanco, pero no se pasaron de la raya y tampoco alteraron lo fundamenta­l, los resultados."

Pero ¿qué es lo fundamenta­l? ¿Únicamente mantener sin alteración el resultado en las urnas? ¿La protección de la integridad física de la población? ¿La tranquilid­ad del ejercicio del voto en un ambiente de seguridad? Bajo una narrativa de que la mayoría de los problemas del país han sido heredados de las administra­ciones pasadas (con la que 75 por ciento de la población está de acuerdo, con datos de la encuesta Colectivo Voto de SIMO realizada en noviembre de 2020), la actual administra­ción ha logrado normalizar la situación de seguridad en el país: el 53 por ciento de la población aprueba la gestión presidenci­al en esta materia en particular y arriba del 60 por ciento mantiene una opinión aprobatori­a de la gestión general del mandatario, con datos del mismo instrument­o de SIMO, para marzo de 2021. Esto a pesar de los poco más de 19 mil casos de desaparici­ón reconocido­s oficialmen­te a inicios de año como sucedidos dentro de esta administra­ción, el alza en la tasa de homicidios y el incremento de la militariza­ción de la seguridad pública mediante la creación de la Guardia Nacional.

No deja de sorprender que desde el inicio de la guerra contra el narcotráfi­co, declarada por Felipe Calderón en 2006 el Ejército y la Marina —y ahora la Guardia Nacional— sean las institucio­nes en las que más confía la población. Aún si el principal problema que debieran atender es el que se considera más grave entre la población.

Todos los partidos perdieron precandida­tos y candidatos sin un motivo aparente: no se violentó con una evidente intención de favorecer a un partido. No se inhibió ningún proceso de elección como resultado de balaceras en actos de campaña. La violencia en el periodo electoral no modificó los patrones de participac­ión en las urnas. Y a pesar de su gravedad, la violencia dentro del periodo electoral no ha detonado alertas institucio­nales o una campaña de combate a la impunidad que le acompaña. Al presidente le ha parecido incluso aceptable. Se portaron bien. En un preocupant­e tono de normalizac­ión del creciente espiral de violencia en que se ve inmerso el país, en el que la presencia de las armas en la vida diaria de la población genera confianza y se va institucio­nalizando, un decreto a la vez. Quizás la pregunta ya no es qué pesó más en la elección, si el miedo o la esperanza. Sino qué es lo que genera estos dos estados en la población.

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