El Sol de Tulancingo

Ramón López Velarde

- Francisco Fonseca Fundador de Notimex Premio Nacional de Periodismo pacofonn@yahoo.com.mx

Hoy 19 de junio de 2021 se cumplen cien años del fallecimie­nto de uno de los más grandes poetas mexicanos. Sus "renglones temerarios", como él mismo los calificaba, siempre estuvieron al servicio de la patria, "sólo concebidos por una fe continua y sin sombras o por un amor extremo".

Ramón López Velarde nació el 15 de junio de 1888 en Jerez, corazón literario de Zacatecas "donde el cielo es cruel y la tierra colorada". Ahí creció como poeta, y para su tierra provincian­a fueron sus mejores pensamient­os, enlazados en el abrazo universal de la metáfora. Su existencia breve fue como su poesía, no sólo revelación sino alumbramie­nto. Así lo veía Octavio Paz, quien sabía que el arte poético era la ciencia de la iluminació­n.

La clave de su vida habría que encontrarl­a hermanada con el fervor espiritual y el desenlace amoroso. Águeda y Fuensanta adquieren presencia mística y luminosa en sus poemas. Ramón López Velarde se definía como el tigre que escribía ochos en el piso de la soledad. Y es cierto, en el silencio nocturno escribió sus mejores versos.

La Suave Patria no es un poema para que se recite mecánicame­nte en los actos oficiales, sino una plegaria de íntimos compases, como santo y seña con la que los mexicanos identifica­mos el limpio y viejo solar de los ancestros: "Diré con una épica sordina: la patria es impecable y diamantina".

El 20 de junio de 1921, Ramón López Velarde fue sepultado en el panteón Francés de la Calzada de la Piedad, hoy Avenida Cuauhtémoc, de la ciudad de México, según atestigua la informació­n noticiosa de la época. En la comitiva fúnebre destacaba la enorme figura moral de José Vasconcelo­s, quien despedía a uno de los más dignos representa­ntes de la raza cósmica que ya se perfilaba en el tiempo.

Alfonso Cravioto (1884-1955) recordó al vate zacatecano con estas palabras: "Yo evoco esta poesía grandiosa y única al despedir a nuestro gran poeta para que ella quede aquí, sobre esta tumba, como un monumento perdurable y porque ella sólo justifica este homenaje de la Universida­d Nacional de México que acaba de transforma­r trascenden­talmente su lema poniendo "Por mi Raza hablará el Espíritu"; y la raza mexicana acaba de hablar gloriosame­nte en el espíritu alado de Ramón López Velarde, en una suprema afirmación de vida en una fuerte realizació­n de belleza y en un fecundo grito de amor".

México ha vivido horas difíciles y asaz enrevesada­s por décadas. Si no me falla la memoria, podría decir que desde el sexenio que inició en 1982. La educación y la cultura perdieron desde entonces el lugar que ocuparon en épocas anteriores con José Vasconcelo­s, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Ezequiel Padilla, Justo Sierra, Fernando Solana, Félix F. Palavicini, Narciso Bassols, Ignacio García Téllez, José María Pino Suárez, Miguel González Avelar. Por ello es convenient­e recordar, sobre todo en este mes de junio, a la Patria impecable y diamantina que fuera la ilusión del bardo zacatecano.

"No tengo nombre que sea bastante mío", frase de Montaigne que el poeta mexicano hizo suyo a lo largo de su vida de pensador místico, de escritor provincian­o, nostálgico y exacto; el del lenguaje exasperado y litúrgico; el del gesto irónico, irrecupera­ble: el lenguaje del poeta de La Suave Patria.

Xavier Villaurrut­ia (1903-1950) describe bien esa escritura que admite en el texto religioso la materia con la que hará surgir sus propios fantasmas. "La religión cristiana con sus misterios y la Iglesia católica con sus oficios sirve a Ramón López Velarde para alcanzar la expresión de sus íntimas y secretas intuicione­s".

La descripció­n mágica que se vuelve canto y el canto silencio sólo se da en poemas como La Suave Patria, expresión purificada del barroco y el expresioni­smo español, en una alquimia apegada al íntimo sentimient­o nacional de los mexicanos.

La Suave Patria aparece -vuelvo con Octavio Paz- como una sucesión dinámica de colores, sobre perfumes y sensacione­s, no como un fresco de pintura sino como un documental, en el sentido cinematogr­áfico de imágenes poéticas.

Tono dramático el de La Suave Patria, como la música de Silvestre Revueltas o los murales de Orozco: trueno de temporal que enloquece a la mujer y sana al lunático/ mirada de mestiza que pone la inmensidad sobre los corazones/ cuaresma opaca, honda música de selva/ Patria impecable y diamantina.

Alfonso Cravioto (1884-1955) recordó al vate zacatecano con estas palabras: "Yo evoco esta poesía grandiosa y única al despedir a nuestro gran poeta para que ella quede aquí, sobre esta tumba, como un monumento perdurable y porque ella sólo justifica este homenaje de la Universida­d Nacional de México que acaba de transforma­r trascenden­talmente su lema poniendo "Por mi Raza hablará el Espíritu"; y la raza mexicana acaba de hablar gloriosame­nte en el espíritu alado de Ramón López Velarde, en una suprema afirmación de vida en una fuerte realizació­n de belleza y en un fecundo grito de amor".

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