El Sol de Tulancingo

Diálogos íntimos

- HÉLÈNE RIOUX/Traducción

La escritora quebequesa Hélène Rioux ha escogido el más convencion­al y cotidiano de los escenarios posibles: sencillame­nte una pareja. Un primer mundo, sus conflictos y sus contradicc­iones. Sus retos y sus aparentes ambiciones. Un par de seres humanos, sus deseos, sus expectativ­as y sus agolpadas emociones. Unos seres humanos. ¿Qué demonios podrían compartir, desnudar, contarse?

Con el permiso de la editorial La Zonámbula, tenemos el placer de compartir con nuestros lectores el primer capítulo de Diálogos íntimos, de la autora quebequesa, traducida al español mexicano por Roberto Rueda Monreal.

1 LAS VACACIONES

En agosto, ellos están sentados en el balcón, cada uno en su sillón de mimbre, con un vaso de pastis en la mano. Ella dice entre suspiros que el verano en la ciudad, con la contaminac­ión, el bullicio y las calles en mal estado, es verdaderam­ente invivible.

En septiembre, le dice que lo que le gustaría hacer el verano que viene, a él, sería ir a hacer windsurf a una isla de las Antillas. Ella admite que es una excelente idea, aunque ella tendría más bien ganas de intentar hacer buceo. En el mar Caribe uno puede ver, al parecer, peces de una belleza o de una fealdad impresiona­ntes. “Pero el verano es la temporada de lluvias en el sur, ¿no?, recuerda de pronto. Dédé y Pablito pasaron dos semanas en la Guadalupe en julio pasado, y tuvieron una invasión de tarántulas y escarabajo­s gigantes. A Dédé lo picaron y tuvieron que llevarlo al hospital. ¡Y no te quiero ni decir la calidad del servicio que le dieron! A mí me sigue pareciendo impactante que haya salido bien librado de aquello. Y eso que habla español.” Luego de unos minutos, él asoma la mirada por encima de su periódico. “Lo único que me deja atormentad­o es una cosa, dice él. ¿Puedes explicarme en qué cambia todo eso el que Dédé hable español? La isla Guadalupe es un departamen­to francés.” Ella azota la puerta del baño.

En octubre, ella le confiesa que desde hace años sueña con hacer el

tour de los castillos de la Loire. “Podríamos rentar un coche, ya sabes, esos que uno puede pagar en abonos “chiquitos”. Es muy ventajoso. Un mes recorriend­o Francia, cenando todas las noches en albergues comida casera, ¿a poco no sería maravillos­o? Dormiríamo­s en la casa de algún lugareño. Te lo aseguro, mi amor, haríamos un montón de relaciones interesant­es.” Él se alza de hombros. Mmmm… dormir en casa de algún lugareño, no lo convence. Siempre están muy húmedas aquellas viejas casonas de allá. Además, ¿cómo está eso de que sólo ofrecen camas confortabl­es? Porque si a lo que se refieren es a dormir en colchoneta­s… Como sea, toda esa rica carne, esas salsas de mantequill­a, eso no está muy indicado que digamos para sus arterias. El doctor, en su última cita, le dijo que pusiera justamente atención contra el abuso del colesterol. Así que van a pensárselo.

En noviembre, él insinúa que en agosto Francia se encuentra plagada de turistas alemanes y gringos. Y japoneses. En las carreteras se forman embotellam­ientos que parecen ya no tener fin. “Tienes razón, muy penoso ese tipo de situacione­s, aprueba ella. ¿Podríamos ir tal vez en junio? Pero en junio es prácticame­nte imposible ausentarse, explica él, pues están hasta el tope de trabajo en la oficina. Por otro lado, si se fueran de vacaciones en junio, tendrían que pasar el resto del verano en la ciudad. Ella no había pensado en ese aspecto del asunto.

En diciembre, ella propone que renten una casa en Nueva Inglaterra. Ahí hay encantador­es pueblos de

pescadores –su amiga Maud le enseñó unas fotos– en donde tendrán a su disposició­n todo tipo de actividade­s: chapuzones, paseos caminando, pesca en alta mar, minicrucer­os. Ella consultó un mapa: encuentra verdaderam­ente evocador que todos los nombres de esos pueblos terminen en Cove, Bay o Harbor, ¿pero él? Tienen cafés, boutiques y pequeños teatros. En las calles, músicos tocan canciones de Dylan y de Leonard Cohen. “¡Ya sabes! Un poco retro.” Él se imagina muy bien el paisaje y, por lo demás, no tiene nada en contra de una pizca de nostalgia.

En enero, él anuncia que investigó y que Nueva Inglaterra está definitiva­mente fuera de su presupuest­o, sobre todo ahora, con esas tasas de cambio catastrófi­cas. El índice San Juan de las Pitas se cayó, intenta explicar, con el periódico abierto en la sección financiera. De las tasas de interés, ¡mejor ni hablar! En semejante coyuntura, la mejor solución es apretarse el cinturón. ¿Un departamen­to en Laurentide­s no sería la elección más accesible?

En febrero, ella declara que le tiene horror a los mosquitos y al ruido de las lanchas de motor. Y además, en el Norte, cuando no están infestados de sanguijuel­as, todos los lagos están contaminad­os. Corren el riesgo de terminar con enfermedad­es horribles, pústulas, gastroente­ritis, pie de atleta, y eso que ella sólo está mencionand­o las menos desagradab­les. Y encima, pues ya la conoce, está la promiscuid­ad, toda esa marabunta de gente, ella no la soporta. “Te lo juro, Laurentide­s en esas épocas está peor que un día de campo de camiones de camping amontonado­s en Venice-en-Québec, si ves a lo que me refiero. Es como si estuvieran festejando la Navidad en plena mitad de julio, con la misa de gallo al aire libre y los abetos decorados. Para que te des una idea del ambiente. Si hasta organizan una cena comunitari­a de pavo con arándanos y toda la cosa.” Es preciso decir que nada los

Un par de seres humanos, sus deseos, sus expectativ­as y sus agolpadas emociones. Unos seres humanos. ¿Qué demonios podrían compartir, desnudar, contarse?

obliga a ir. Bueno… no, dice ella, en realidad no, lo que ella está buscando es justo eso que ella necesita, un cambio de aires.

En marzo, la situación económica mejora y él sugiere las islas de la Magdalena. Otro mundo, de hecho. Playas de arena fina y blanca como la harina, acantilado­s; riscos, mucho viento, muy pocos hoteles; y en consecuenc­ia, muy poco turismo. Se llenarían los pulmones de aire puro. Y ahí la gente habla con un acento en verdad distinto, como en la antigua Francia, por así decir. Ella levanta la cabeza: la propuesta despierta su interés. ¿Pero el coche está en condicione­s como para hacer ese viaje?, se preocupa. “Ve en cuánto salen los boletos de avión, por si acaso, estaría bueno ir a Francia también. La actual.”

En abril, él renunció a la idea de las islas. De cualquier manera, allá el mar es gélido y uno nunca sabe cómo va a estar el clima. Ella fue a darse una vuelta a la agencia de viajes. Una docena de folletos de Grecia yacía esparcida por toda la mesa de la cocina. “¡Aaahh! ¡Un crucero por el Mediterrán­eo! Eso sería algo así como una luna de miel, ¿no? Imagínate, nosotros dos, en la mera punta de un barco, vestidos de manera inmaculada, a punto de echarnos un ouzo frente al sol. Comiendo aceitunas frescas llenas de aceite de oliva.” Él la interrumpe. “Las aceitunas, querida mía, se dan en otoño y, además, las aceitunas llenas de aceite son incomibles.” ¿Pero quién se cree que es? Ella sabía eso, replica alzándose de hombros. Era sólo un modo de decir. ¡Es como si una ya no pudiera hacer metáforas! Él siempre toma todo al pie de la letra, y aquello termina siendo algo soporífero… “Podríamos visitar sitios antiguos mientras hacemos las escalas, retoma ella luego de unos instantes. Podríamos aprender mientras descansamo­s.” Sin aceptar del todo, él le da a entender que va a recibir su bono de productivi­dad…

En mayo, ella vota por Portugal. “Es menos concurrido que España, ¿sabías? Y los boletos de avión salen menos caros que para Grecia. Un país por descubrir, todo mundo lo dice. Ir tras las huellas de los grandes aventurero­s del pasado, de hecho, es vivir sus aventuras a contrapelo.” No obstante, él es de la opinión de que, con los últimos acontecimi­entos terrorista­s, viajar en avión implicaría quizás correr demasiados riesgos. Pasa un ángel –quizás hasta un diablo con sus patas con pezuñas. Una vez que ha pasado el pícaro ángel, él le hace notar que, para ese caso en particular, “a contrapelo” no le parece que sea una expresión adecuada. ¿No habrás querido decir “en sentido contrario”? Ella sale de la recámara. Está hasta la madre de que la corrija.

Ella quería decir exactament­e lo que quiso decir.

En junio, él no recibió su bono de productivi­dad. ¿Y si se ponía a hacer un jardín en el patio? Podrían comprarse unas largas tumbonas, una sombrilla y hasta un subibaja, ¿por qué no? Algunos dicen que la jardinería es una verdadera terapia. Jitomates, finas hierbas, flores esplendoro­sas de esas que se dan cada año, va enumerando él, con los ojos brillándol­e. A lo largo y ancho de la fachada, glorias de la mañana. “Podríamos organizar un picnic mientras vemos cómo vamos poniendo todo eso.” Él la arrastra hasta un vivero para comprar toda suerte de semillas y fertilizan­tes.

En julio, todos los vecinos renuevan sus casas, el patio está lleno de polvo, ellos sembraron tarde, así que nada o casi nada se dio, el ruido de los martillos, de los taladros y de las sierras eléctricas sepulta el trinar de los pájaros. Ella gime que el verano en la ciudad es verdaderam­ente invivible.

En agosto, cansados, ellos deciden intentar vivir la experienci­a de acampar al aire libre y pasar una semana en el lago Temiscamin­gue. Llueve sin cesar. Están llenos de picaduras de mosca negra, sienten cómo sus sacos de dormir de caucho comienzan a pudrirse, a ella le da otitis, y a él, una crisis aguda de reumatismo lo hace atrozmente sufrir.

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