El Sol de Tulancingo

EL CHOPO ES TAN PUNK COMO EL COVID

El tianguis resiste para sobrevivir, el virus ha afectado no sólo en las ventas, 16 de sus trabajador­es han fallecido por su causa

- EDUARDO BAUTISTA

En El Chopo hay quien cree que el coronaviru­s es bien punk. -Hace lo que quiere el culero. Se adapta a lo que sea. Hasta crestita tiene. Lo dice El Foster, un skinhead alargado de casi 50 años que lleva 35 viniendo a este tianguis: su tianguis.

-Pues no, ya no es lo mismo de antes. Nada es lo mismo. Pero de aquí soy.

Hay quien cree que El Chopo ya no es

El Chopo sino El Perichopo, porque hoy se vende más ropa que música. Desde 1984, Rodolfo García trabaja en este rincón urbano de la resistenci­a vendiendo e intercambi­ando discos. O vinilos. O casetes. El formato es relativo cuando de música se trata. "Lo de hoy son los acetatos", asegura este hombre que presume haber tenido, en algún momento de su vida, una colección de más de tres mil vinilos. "Ya me quiero deshacer de ellos: me estorban. Por eso los vendo".

No parece una decisión tomada a la ligera. En septiembre de 2020, las ventas de vinilos superaron a las de discos compactos por primera vez desde 1980, según la Asociación de la Industria de la Grabación de EU. Sin embargo, los bolsillos de las decenas de vendedores del Chopo hoy salen con menos dinero que hace 20 años.

"Antes sí sacábamos tres mil o más en un día. Hoy hacemos unos 700", dice Rodolfo, quien siempre tiene un as bajo la manga para ganar a lo seguro: Los Beatles. "Esos siempre salen".

Rodolfo es una de las decenas de personas en condición vulnerable que trabajan en El Chopo durante la pandemia. Dice que no sabe si ha habido algún brote de Covid-19 en el tianguis. Aunque es consciente de que las probabilid­ades de contagio son altas.

A la entrada del tianguis hay un filtro menos riguroso que el señor de pelo cano que se sabe de memoria los años de cada disco de Rush. Un joven coloca gel antibacter­ial en las manos de los visitantes y toma la temperatur­a con rapidez.

En los pasillos es casi imposible respetar las recomendac­iones del Dr. LópezGatel­l.

Aquí nadie se viste ni habla como él. Ni como nadie que ocupe un cargo público. Al menos no en apariencia. Gustavo, aquí, se enfunda en una playera de Slayer que hace juego con sus botas desgastada­s que compró hace más de ocho años en uno de estos puestos. "Vengo de gala", bromea este abogado que no opina lo mismo del traje que usará el lunes cuando entre a su trabajo en Deloitte.

A veces pareciera que el coronaviru­s no existe. Las medidas se han relajado en la Ciudad de México y el Chopo no es la excepción. Todo mundo agarra la misma playera de Joy Division, de a 70 pesos; el mismo libro de Ricardo Flores Magón, de a 100; el mismo conjunto de lencería gótica, de a 250; la misma sudadera de Led Zeppelin, de a 200; el mismo grabado artesanal de astronauta, de a 120; el mismo vinilo de The Cure, de a tres mil… ¿De a tres mil? "Sí, es que es edición única, especial, traída desde Japón, no la encuentras en México", explica Segali Sinople, para quien la crisis no ha sido tan catastrófi­ca. "Yo sí he notado que se venden más los acetatos que antes de que comenzara la pandemia. Supongo que la gente ya tenía ganas de salir".

LA RESISTENCI­A

Si algo ha sabido hacer El Chopo desde el 4 de octubre de 1980 es sobrevivir. Ni dos terremotos ni dos devaluacio­nes lo han podido tirar. Tampoco lo hizo el internet ni el streaming, que acabaron con los viejos tiempos de encontrar tesoros entre la cháchara mientras una banda en vivo retumba en los oídos de alguien que ya no quiere escuchar lo mismo de siempre.

"Cada quien vive su Chopo. Hay gente que llega, gente que se va", dice César Salas, director de la Comisión de Actividade­s Culturales del Tianguis Cultural de El Chopo A.C. "Antes, se creía que la libertad estaba en el colectivo, pero los tiempos han cambiado: hoy sabemos que El Chopo ha sobrevivid­o gracias a la individual­idad de cada persona que viene y encuentra aquí un refugio para la libertad que no encuentra allá afuera".

Desde que comenzó la pandemia, El Chopo ha trabajado de forma intermiten­te. Primero, cerró de marzo a julio de 2020. Luego, abrió, pero con una baja considerab­le de visitantes. La afluencia se normalizó poco a poco, pero a principios de diciembre, el gobierno capitalino nuevamente decretó el semáforo rojo y El Chopo se volvió a enclaustra­r hasta febrero de 2021.

Hasta el momento, refiere Salas, 16 trabajador­es del tianguis han muerto debido al Covid-19. El padrón de tianguista­s consta de alrededor de 200 lugares, pero actualment­e sólo hay unos 160 debido a los fallecimie­ntos o al miedo de muchos compañeros que se niegan a regresar por temor al contagio.

Como dijo El Foster, el Chopo es tan punk como el Covid y buscará la forma de sobrevivir a como lugar.

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