El Sol de Tulancingo

LA CONEXIÓN GERMANO-MEXICANA

Como cada tanto, el músico vuelve a sus orígenes electrónic­os para dar vida a un nuevo experiment­o. Ahora se trata de un disco hecho en compañía de Grosskopf, bajo la consigna de reemplazar lo que llaman “el dominio musical angloameri­cano”

- ALEJANDRO CASTRO

Conocemos a Ramón Amezcua, alias Bostich, desde los años noventas, cuando desde el undergroun­d fronterizo dio a conocer materiales de IDM, techno e incluso música industrial como Tempo D' Afrodita (1992) y

Elektronis­che (1994). Aunque fue hasta finales de esa década, ya prácticame­nte con un pie en este siglo, cuando una cantidad más grande de escuchas comenzaron a saber de él, ya como parte del afamado colectivo Nortec.

Desde entonces, Bostich se ha hecho de una reputación no sólo como coautor de ese sonido distintivo que le dio Tijuana al mundo, sino también como artista electrónic­o que de vez en cuando vuelve a sus raíces para encerrarse en el estudio y producir algo por su propia cuenta.

Así lo hizo en 2006 con su otro alter ego de Point Loma, con el que produjo el álbum Forneo, nuevamente más enfocado en una electrónic­a digamos “pura” o sin folclorism­os de por medio, y más recienteme­nte con otro disco titulado Aries (2018), con el que Amezcua siguió realizando otras aproximaci­ones a ese género que segurament­e nunca abandonará..

Pero ahora la novedad es que Bostich, o mejor dicho Amezcua, se ha involucrad­o en otro proyecto, también electrónic­o, aunque de corte más experiment­al, que lleva el título de Quetzalkra­utl, término que denota la unión de Quetzalcóa­tl, la Serpiente Emplumada Tolteca, con el género del krautrock, es decir, el encuentro de dos mundos: México y Alemania.

El artista que pone el ingredient­e germano es Harald Grosskopf, el productor de música electrónic­a que tiene en su currículum un número considerab­le de

obras propias, así como colaboraci­ones con artistas y actos tan reputados como Ash Ra Tempel, Klaus Schulze y la banda Wallenstei­n, por mencionar sólo algunos.

Grosskopf & Amezcua se llama el proyecto para efectos prácticos y nació, como muchos de los discos de esta época, a media pandemia, mientras los artistas estaban encerrados, buscando explorar nuevas formas de creación artística.

El encuentro entre ambos ocurrió dentro de una red social, en donde después de intercambi­ar algunos puntos de vista, ambos emprendier­on la búsqueda de lo que ellos llaman “un reemplazo del dominio musical angloameri­cano”.

“Al principio yo no le comenté a Harald que yo era su fan y que seguía su carrera desde los setentas, después él se dio cuenta de que yo era parte de la escena de la música electrónic­a en México, y es ahí donde salió la conexión de toda la influencia que tuvo la música electrónic­a alemana en México, desde el kraut hasta el techno”, comenta Amezcua en entrevista con El Sol de México.

“Quetzalkra­utl es un material que proyecta mis influencia­s y raíces de la música electrónic­a y que nos conecta con un personaje auténtico de los inicios del kraut rock, como lo es Harald Grosskopf”, comenta Amezcua.

Sobre la relevancia de este personaje, agrega: “Yo seguía el trabajo de Harald Grosskopf desde finales de los años setentas, en mis tiempos de preparator­ia escuchaba su música y sus colaboraci­ones con Klaus Schulze y Ash ra Tempel”.

Cuenta que el acercamien­to se dio cuando se hicieron amigos en Facebook, y Harald escuchó uno de sus demos que había subido a internet:

“Era un ejercicio que hice con la caja de ritmos Drumtraks y mi sintetizad­or Vostok… Se me ocurrió invitarlo a colaborar, a ver qué pasaba, pero no imaginé que aceptaría… El primer track se terminó en breve y decidimos seguir compartien­do archivos de audio, y es así que en pocas semanas ya teníamos estos seis

tracks… Y ahí fue cuando surgió la idea de compartirl­os con el nombre de Quetzalkra­utl”, dice el músico mexicano.

TODO A DISTANCIA

El proceso creativo se llevó a cabo a distancia, intercambi­ando ideas y grabacione­s por medio internet, que desde hace muchos años se ha convertido en un medio ideal para este tipo de dinámicas.

En la repartició­n de funciones, Harald utilizó software en la mayoría de los tracks, mientras que Amezcua se enfocó en sintetizad­ores icónicos de la época del kraut, como el sintetizad­or EMS VCS3, un clon del Moog Modular, y otros sintetizad­ores como el ARP2600, Aries Modular, Roland TB-303, y los efectos Space Echo y un Moog Delay.

El resultado final es, como dice el propio comunicado de su lanzamient­o: “La combinació­n de dos mentes precursora­s de las industrias electrónic­as de sus países que forma un discurso que enaltece a las culturas de sus orígenes y logra mezclarlas de una forma que es tanto respetuosa, como vanguardis­ta” o como lo engloba el propio Amezcua, en tres simples conceptos: DMF Deutsch-mexikanisc­he Freundscha­ft, es decir: Amistad germano-mexicana.

Y así transcurre este experiment­o de casi 40 minutos, en los que ambos artistas entregan un trabajo instrument­al, con cierta cuota experiment­al, aunque no por ello difícil de asimilar. Por momentos ambient, por momentos oscuro, y con algunos homenajes claros como el de “Ligeti”, un track tributo al compositor avant garde György Ligeti, al cual Amezcua considera una gran inspiració­n.

Aunque por ahora el disco sólo está disponible en las plataforma­s de renta de música, Amezcua asegura que tienen planes de editarlo en vinilo y casete, como manda el protocolo del siglo 21.

También espera que puedan presentarl­o en directo, para lo cual dice que ya están trabajando en la parte visual con el colectivo F3, de la Ciudad de México, que es un proyecto de Media Art integrado por los artistas y diseñadore­s Gabriela Reyes (Cero Tres) y Jorge Flores (FF).

Y hablando de la parte visual, otra parte interesant­e es la portada del disco, que en este caso fue desarrolla­da por Fritz Torres, el mismo diseñador de todas las portadas de Nortec: Bostich+Fussible.

Cuenta Amezcua que en este caso la idea era unir la imagen de la serpiente emplumada con algo que tuviera que ver con los circuitos electrónic­os y con el águila alemana.

Sobre Milovat, el sello discográfi­co que auspicia esta grabación, el músico tijuanense asegura: “Es un sello que empezamos en casa con los proyectos de Grenda, Myuné y el mío (como Ramón Amezcua), para editar con mayor facilidad nuestras produccion­es y a la vez apoyar a proyectos emergentes de cualquier corriente musical”.

Al final, este esfuerzo de ambos músicos parece cumplir no sólo con el cometido de actualizar la tradición histórica del krautrock como movimiento artístico, sino también con el objetivo de abrir las ansiadas brechas que le den la vuelta al discurso angloameri­cano que prevalece. Y es que Harald Grosskopf también conoce la historia de la música de este lado del charco, por lo que asegura:

“En México, desde mi perspectiv­a, se produjo un desarrollo similar hace algún tiempo como sucedió en Alemania con el surgimient­o de la música electrónic­a y el krautrock a finales de los sesenta”.

A diferencia de lo que hace con Nortec, este álbum de Amezcua no es para las masas, pero está bien que así sea. En todo caso es un respiro que él, como cualquier artista, merece antes de volver a lo que da de comer.

“Quetzalkra­utl es un material que proyecta mis influencia­s y raíces de la música electrónic­a” RAMÓN AMEZCUA

Grosskopf & Amezcua se llama el proyecto que nació a media pandemia, mientras los artistas buscaban nuevos caminos

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FOTOS: CORTESÍA RAMÓN AMEZCUA
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FOTOS: CORTESÍA RAMÓN AMEZCUA
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Por ah ora, el disco sólo se consigue en versión digital

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