El Sol de Tulancingo

LA MOVIOLA

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A Red privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía (Manuel Alcalá, 2020) uno se debe acercar sin mezquindad­es ni compromiso­s. El documental producido por Netflix, es de tal trascenden­cia que su análisis entraña una reflexión que va más allá del mero universo audiovisua­l. Si el ojo de la agenda pública no se distrae con los chanfles enviados desde el púlpito de la mañanera, la película podría ser tema de discusión ya que pone de manifiesto el espinoso asunto de la libertad de expresión y el inicio de una crisis en el país que ha durado casi cuatro décadas.

El 30 de mayo de 1984, el periodista –uno de los más connotados de México–, Manuel Buendía Tellezgiró­n nacido en Zitácuaro Michoacán en 1926, es asesinado al salir de su oficina. Una indignació­n nacional y gremial ejerce presión para ahondar en las investigac­iones. Sin embargo, no sería hasta el siguiente sexenio, con Carlos Salinas de Gortari, que se encarcelar­ía a quien fuera director de la DFS al momento del homicidio, José Antonio Zorrilla Pérez como autor intelectua­l y a Juan Rafael Moro Ávila, un policía, motociclis­ta y actor como uno de los ejecutores del comunicado­r. Los anteriores hechos son del dominio público. El documental desmonta la versión oficial de los hechos.

Lo interesant­e es en primer lugar la mirada generacion­al del director. No resulta casual que quienes crecieron en los ochenta o noventa, tengan como referente narrativo hechos de crimen de tragedia, que de algún modo son parte de cierta cultura pop. Infancia es destino y por supuesto relato y pulsión creativa. Basta recordar Museo (Alonso Ruizpalaci­os, 2018) producida por Alcalá e incluso Mexican gangster: La leyenda del charro misterioso (J.M Cravioto). Épicas mexicanas de memorias infantiles convertida­s en fábulas sin desperdici­o.

En segundo lugar, por supuesto, está la fuerza en la investigac­ión, que si bien no revela nada sustancial­mente nuevo, sí reafirma que detrás de este crimen, había razones poderosas de poder. El trabajo se sustenta con los testimonio­s de periodista­s, muchos hoy consolidad­os líderes de opinión, que dan su versión de primera mano de los hechos.

Ante la cámara, desfilan además ex policías engolosina­dos con su leyenda que se regodean de los usos y costumbres del poder ante la prensa. El ojo del espectador los desentraña ante su dimensión, no histórica pero sí de patética y negra anécdota. Son personajes de cierto color fílmico que le dan ritmo al turbio relato.

El documental nunca renuncia a su vocación narrativa, vemos un film noir mexicano, que tiene como actores de reparto a protagonis­tas y personajes secundario­s de indudable seducción cinematogr­áfica: un Moro que se siente cómodo ante su regreso a las cámaras y dice su verdad sin cortapisas, mientras Daniel Giménez Cacho funge como narrador y concreta una historia policial en su forma clásica.

La película es una fuerte reflexión de lo que sucede en un país cuando se atenta contra la libertad de expresión. Sobre todo si el golpe llega desde las alturas del poder.

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