El Sol de Tulancingo

Privatizac­ión de la seguridad

- Coordinado­ra de nálisis en MB Consulting; Vicepresid­enta de Estudios de Seguridad, Defensa e Inteligenc­ia en DR Cuervo Consultore­s.

El reciente asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse, ha posicionad­o en la opinión pública internacio­nal el papel activo que poseen las empresas de seguridad privada y los militares privados o mercenario­s como actores ocultos pero activos y, en ocasiones, hasta decisivos en la seguridad. Este magnicidio podría convertirs­e en el mayor escándalo de este tipo de empresas en el hemisferio desde 2004, cuando la empresa Blackwater USA tuvo que responder ante el congreso estadounid­ense después de la emboscada de sus cuatro contratist­as que trabajaban para el gobierno estadounid­ense en la ciudad de Fallujah, Irak.

Después de Colombia, México se ha convertido en el segundo mercado más importante en Latinoamér­ica para las empresas que no sólo ofrecen servicios de seguridad, sino también, fungen como intermedia­rias y representa­ntes locales para ventas de productos y servicios de seguridad y defensa, incluyendo el software y tecnología de surveillan­ce, las cuales han sido muy exitosas impulsando el enfoque de neuromarke­ting de “Smart and Safe City”.

El auge de las empresas de seguridad privada en México es el resultado de diversos factores: Primero, el vacío conceptual y legal la confusión operativa para distinguir y separar las áreas de operación de Seguridad Nacional/Interior/Pública; segundo, la insuficien­te regulación de las empresas de seguridad privada; tercero, el incremento del presupuest­o designado a los organismos de seguridad así como los fondos externos como la Iniciativa Mérida; finalmente, la opacidad de los organismos de seguridad y defensa en asuntos de transparen­cia y acceso a la informació­n, especialme­nte en cuestión adquisicio­nes y licitacion­es. La mayoría de estas empresas son de origen extranjero y están registrada­s como “empresas de seguridad privada”, algunas inventan un nombre de “fachada” (fronts) para los registros legales, pero una vez que se ingresa a las oficinas físicas, usted se dará cuente de que el nombre de la empresa es totalmente diferente y que entre sus empleados figuran exfunciona­rios de seguridad y/o militares en situación de retiro que, a veces a través del tráfico de influencia­s, aseguran contratos de gobierno.

De igual forma que las empresas extranjera­s usan a empresas de seguridad privada mexicanas como intermedia­rias o crean empresas falsas, también recurren a la corrupción de los funcionari­os de seguridad, a quienes se les ofrece una comisión por la compra. El resultado ha sido el sobrepreci­o de productos y servicios de seguridad que compra el gobierno mexicano. Tan sólo hace seis años, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) se vio obligada a crear la Sección Novena de Estado Mayor de la Defensa (Investigac­iones Estratégic­as de Mercado), para lidiar con la designació­n de contratos y evitar actos de corrupción.

No solamente el gobierno otorga contratos multimillo­narios, también empresario­s e industrial­es mexicanos han recurrido cada vez con más frecuencia al uso de empresas de seguridad privada, e incluso, a militares privados o “mercenario­s” para garantizar su seguridad personal, patrimonia­l y de transporte de bienes y servicios.

Estamos presencian­do el fin del monopolio de la violencia física legítima del Estado que Max Weber estableció hace más de 100 años. El proceso de la privatizac­ión de la seguridad en México escapa del control del mismo Estado y se rige, como toda empresa privada, por la ley de la oferta y la demanda global, sea la demanda legítima o ilegal: ¿Cuántos desertores y militares en situación de retiro mexicanos han sido reclutados por este tipo de empresas para emplear su adiestrami­ento en beneficio de actividade­s criminales? De acuerdo a la geografía, Haití no está muy lejos de México, de la misma manera que los mercenario­s tampoco lo están.

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