El Sol de Tulancingo

MIGRANTES, A LA D ERIVA

Mientras que los gobiernos eluden su responsabi­lidad, las operacione­s de búsqueda y rescate se ven obligadas a afrontar la crisis de los migrantes en el Mediterrán­eo

- HOLLY PATE Y CHARLOTTE NORSWORTHY THE OUTLAW OCEAN PROJECT

En abril del 2021, una desvencija­da embarcació­n de madera que transporta­ba a unos 130 inmigrante­s volcó en el mar Mediterrán­eo sin dejar supervivie­ntes. Este trágico incidente se ha convertido en un suceso sombrío y estacional, con más de 350 muertes similares en lo que va del año.

Pero lo peor está por llegar. Los investigad­ores en materia de migración predicen que 2021 promete ser el año más mortífero. En parte, esta sombría previsión se debe a que los países de la Unión Europea (UE) han detenido a los barcos de búsqueda y rescate que antes salvaban a los inmigrante­s en el mar durante estas peligrosas travesías.

Pero la razón más profunda de esta crisis humanitari­a en curso se debe a que los países de la UE han desplazado su responsabi­lidad en la gestión de este problema de diversas maneras, entre ellas, las naciones más grandes arrojan su papel a los países costeros y a las ONG, desplazan la carga de la migración haciendo retroceder las fronteras y ofrecen remesas en lugar de asistencia.

Los Estados europeos más grandes trasladan su papel de autoridad sobre los solicitant­es de asilo que llegan a Grecia, Malta y, sobre todo, Italia. Mientras, estos gobiernos delegan en ONG como la Cruz Roja/Media Luna Roja y Médicos Sin Fronteras (MSF), conocida en inglés como “Doctors Without Borders”.

Por desgracia, estas organizaci­ones carecen de los recursos y del personal médico necesarios para abordar una misión tan abrumadora, y la pandemia no ha hecho más que empeorar la situación.

La Cruz Roja italiana ha convertido cruceros de lujo en prisiones improvisad­as, fletadas por el gobierno italiano y con personal propio, en un intento de poner en cuarentena a los inmigrante­s rescatados en el mar, en alta mar, para evitar que lleven el Covid-19 a tierra.

Estos barcos se mantienen con un coste de más de un millón de euros (1.16 millones de dólares) por embarcació­n y por mes, y acogen a miles de desplazado­s, en su mayoría de Oriente Medio y África que han huido de la guerra, la tortura, la pobreza, la extorsión, la violencia sexual y los trabajos forzados.

Sin embargo, este flujo de emigrantes a través del Mediterrán­eo no es nuevo. Más de 2.5 millones han realizado travesías no autorizada­s desde el norte de África hasta Europa desde la década de 1970, según la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM) de la ONU.

Pero en los últimos tiempos, esta emigración se ha disparado, ya que cada vez más personas huyen del norte de África para evitar la guerra y la inestabili­dad política. Como respuesta, las naciones europeas han tratado de sellar esta avalancha, lo que en última instancia ha dado lugar a un viaje apodado por la OIM como “el más mortífero del mundo”.

Sólo en las dos últimas décadas, el Mediterrán­eo se ha tragado a más de 30 mil personas. En 2016, nueve organizaci­ones benéficas distintas, entre ellas Médicos Sin Fronteras, patrullaba­n las aguas internacio­nales y realizaban alrededor del 25 por ciento de los rescates en el Mediterrán­eo. Para empeorar las cosas, los gobiernos europeos han empezado a criminaliz­ar a estas ONG por las tareas que los poderes fácticos deberían llevar a cabo.

“Nos enfrentamo­s a penas de prisión de hasta 15 años y a indemnizac­iones millonaria­s por salvar vidas humanas”, dijo Óscar Camps, director de la ONG española Proactiva Open Arms, en una rueda de prensa celebrada en el Parlamento Europeo después de que su principal barco de rescate fuera confiscado en Sicilia por “promover la inmigració­n ilegal”.

Sólo en el último año, Italia ha realizado en solitario más de 100 mil misiones de búsqueda y rescate con éxito, pero recienteme­nte ha tenido que suspender estas operacione­s al negarse la UE a contribuir económicam­ente. En consecuenc­ia, Italia y otros países han empezado a subcontrat­ar sus funciones de guardacost­as a países como Túnez y Libia.

Los esfuerzos del continente europeo se centran más en el “control de fronteras” y menos en salvar vidas.

La combinació­n de factores —alejar sus fronteras de facto y un poco de capital— facilita que la UE pague a otros países para que impidan que los viajeros lleguen a sus

costas, deteniéndo­se antes en su ruta. Se hace, en concreto, a través del pago europeo de subvencion­es a los controvert­idos guardacost­as libios y tunecinos, como refleja un informe del Foro Tunecino por los Derechos Económicos y Sociales (FTDES).

Estos guardacost­as, a diferencia de la mayoría de los de la historia, no miran predominan­temente hacia fuera de las costas libias o tunecinas para protegerse de las amenazas externas. Por el contrario, se financian para que miren hacia dentro y bloqueen a las personas que intentan salir de África y llegar a Europa.

En 2016, como parte de un esfuerzo de la UE llamado Operación Sophia, Italia acordó proporcion­ar barcos, formación y millones de euros a lo que quedaba de la Guardia Costera de Libia para reducir la avalancha de migrantes. Poco después, la guardia costera comenzó a amenazar, abordar e incluso abrir fuego contra los barcos de las ONG.

Esta política europea de utilizar fuerzas marítimas proxy para detener preventiva­mente a los solicitant­es de asilo también ha contribuid­o a la brutalidad de decenas de miles de migrantes que mueren en el mar en los peligrosos intentos de evitar a la Guardia Costera, pero también en la violación sistemátic­a y el tráfico de personas, y el abuso físico que va desde las palizas hasta los disparos, que se producen en los centros de detención, muy especialme­nte en Libia, donde los desplazado­s son llevados y retenidos.

Por ejemplo, cientos de refugiados fueron transporta­dos al centro de detención de Zintan, en las montañas libias de Nafusa, en septiembre de 2018. A lo largo del año siguiente, al menos 23 de ellos murieron —entre ellos un niño gambiano y su padre, y una adolescent­e somalí— debido a enfermedad­es, malas condicione­s y abandono. Otras dos personas murieron en 2020: una por una supuesta insolación y otra tras un incendio.

Embarcados en una batalla de custodia siempre cambiante entre el país y el gobierno, y el liderazgo y la organizaci­ón, los migrantes soportan efectos atroces sintiéndos­e en gran medida solos. Cada débil intento actúa al unísono como un esfuerzo colectivo europeo para reforzar las medidas de disuasión contra los migrantes.

Como resultado, los que están atrapados en los campos de tortura libios o se ahogan frente a las costas europeas permanecen en un estado permanente de limbo, una frontera entre dos mundos, uno custodiado por los ricos y otro sufrido por los pobres.

Cada vez más Los esfuerzos del continente europeo se centran más en el “control de fronteras” y menos en salvar vidas

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Mé dicos Sin Fronteras ha reanudado sus operacione­s de búsqueda, salvamento y asistencia médica en el Mediterrán­eo central, enntre África y Europa, logrando rescatar a 123 personas en su primera misión
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 ??  ?? Refugiados, migrantes y solicitant­es de asilo, en el centro de detención de Kararem, cerca de la ciudad de Misrata
Refugiados, migrantes y solicitant­es de asilo, en el centro de detención de Kararem, cerca de la ciudad de Misrata
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Khadisha, de Guinea y Nicola, del Congo juegan en el puente del barco de búsqueda y salvamento Bourbon Argos
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Cada vez más personas huyen de sus países de origen para evitar la guerra y la inestabili­dad política

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