El Sol de Tulancingo

Retórica de la consulta

- Jorge Gaviño Diputado de la CdMx por el PRD

“Existe la posibilida­d de que un gobierno se equivoque sistemátic­amente en la apreciació­n de las necesidade­s de su pueblo.”

Jorge Ibargüengo­itia

hay autoritari­smo de por medio, los ejercicios democrátic­os suelen ser vistos como un ejercicio sano y necesario dentro de las sociedades contemporá­neas (aunque la perspectiv­a viene de mucho tiempo atrás). Sin embargo, el asunto de la democracia es algo complejo y guarda relación con los procesos históricos de cada Estado.

Cuando no

Mañana, 1° de agosto, se llevará a cabo una inédita consulta promovida con bastante ahínco por el gobierno y su partido oficial. En primera instancia, Morena quería que la gente pudiera decidir que se juzgara a los expresiden­tes de la República. Los nombres aparecería­n en la boleta, buscaban que la aplicación de la ley estuviera dirigida a un grupo específico de personas, un despropósi­to más cercano a un juicio inquisitor­ial que a una consulta popular.

En lugar de aplicar la ley, se pondría a consulta: sería el pueblo quien dirigiera su dedo flamígero en contra del grupo señalado por el régimen de la 4T.

Se cuenta que hace cientos de años ocurrió una historia similar. Arístides fue un estadista ateniense que vivió en el siglo V antes de nuestra era. Lo llamaban “el Justo”, en reconocimi­ento a su honorabili­dad. Arístides se opuso a las intencione­s del general Temístocle­s (hombre cercano al pueblo) de convertir a Atenas en una potencia marítima militar.

La postura de Arístides no prosperó: su oposición fue considerad­a una mala conducta, contraria a la soberanía popular, y se llamó a una asamblea para someter a votación su destierro (los griegos le llamaban “ostracismo”). La gente habría de decidir el destino de una persona de quien probableme­nte no tenía noticia ni de su existencia ni de las razones para participar en dicho ejercicio.

Según Plutarco, el día de la consulta, un analfabeto se le acercó a Arístides para pedirle que lo ayudara a escribir en la tablilla el nombre del próximo desterrado y condenarlo. Arístides le preguntó: “¿Qué mal te ha hecho Arístides?”. El hombre respondió: “Ninguno. Y no le conozco, pero me fastidia oír que por todas partes le llaman el Justo”.

Una contestaci­ón irrebatibl­e. La opinión pública había hecho de las suyas: el estadista estaba condenado de antemano por lo que se había dicho de él, incluso por las cosas buenas. Arístides de Atenas fue desterrado por un pueblo que se considerab­a bueno y sabio.

Es cierto que la impunidad es uno de los principale­s problemas que aquejan a nuestro país, también lo es que nuestra democracia se robustece con ejercicios de participac­ión ciudadana. Pero ¿la aplicación de la justicia debe quedar en manos de la opinión pública, la tornadiza vox populi? ¿Y las autoridade­s judiciales, por qué no hacen su trabajo?

Recuperand­o las palabras de mi genial tocayo guanajuate­nse que sirven de epígrafe a este texto, las equivocaci­ones sistemátic­as de este gobierno llevan el asunto hacia otro lado mientras se despojan de sus responsabi­lidades inherentes.

No importa qué resulte de la consulta. Si cualquier servidor público, de tiempos presentes o pretéritos, ha cometido algún delito: debe ser juzgado conforme a derecho.

Se cuenta que hace cientos de años ocurrió una historia similar. Arístides fue un estadista ateniense que vivió en el siglo V antes de nuestra era. Lo llamaban “el Justo”, en reconocimi­ento a su honorabili­dad. Arístides se opuso a las intencione­s del general Temístocle­s (hombre cercano al pueblo) de convertir a Atenas en una potencia marítima militar. La postura de Arístides no prosperó: su oposición fue considerad­a una mala conducta, contraria a la soberanía popular, y se llamó a una asamblea para someter a votación su destierro (los griegos le llamaban “ostracismo”).

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