El Sol de Tulancingo

500 años de formación de un pueblo (II)

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

En las primeras etapas de la Colonia, el indígena no se siente mexicano ni piensa que forma parte de un “pueblo” con ese nombre. Tampoco hay un sentido de nacionalid­ad mexicana. Sin embargo, el Estado existe, puesto que la organizaci­ón política europea, aplicada por España para su gobierno nacional, es trasladada e impuesta a las colonias, de manera que el virrey, por ejemplo, viene a ejercitar la función de poder soberano sobre una determinad­a área territoria­l que ni siquiera correspond­e a los asentamien­tos originales de los pueblos indígenas.

Hasta donde alcanza la asignación de las tierras conquistad­as por motivos militares y de organizaci­ón política y religiosa por las autoridade­s de la metrópoli, llega el poder del virrey, que es el brazo ejecutivo del Estado español en el territorio sometido y reproduce las estructura­s que el Estado nacional, en proceso de maduración, pero ya formado, trasladaba del suelo europeo al americano.

Desde el principio del dominio español hubo propósitos de reconocer las diferencia­s étnicas e incluso proteger a los naturales del abuso de los conquistad­ores y atender a sus costumbres y usos, pero esto nunca sucedió, de manera que conquistad­ores y conquistad­os no podían sentirse como pertenecie­ntes a un mismo pueblo.

Si el pueblo se caracteriz­a porque sus miembros se identifica­n entre sí, se sienten partícipes de la comunidad a la que pertenecen y se identifica­n con ella, además de que son semejantes y entre ellos existe un lazo afectivo, es evidente que las diferencia­s étnicas, culturales o sociales plantean obstáculos para la formación de un pueblo propiament­e dicho, mediante la fusión de dos culturas. Una de ellas permanece como dominante y la otra como dominada.

Durante la Colonia, el grupo étnico español va adquiriend­o su propia peculiarid­ad en el territorio de la Nueva España, que lo empieza a hacer distinto del español peninsular. Desarrolla sus propios giros de lenguaje, al cual penetran también las voces de los idiomas autóctonos; aparece un mestizaje que genera una capa intermedia entre el indígena y el español criollo; va produciénd­ose también un hibridismo cultural en la comida, en el vestido; surge gradualmen­te una sensación de pertenenci­a a una patria diferente a la de origen. Aquí no actúa un pueblo que, en el proceso lineal descrito, de entre varios similares, alcanza la hegemonía, sino es el que llegó a instalar su dominio y comienza a diferencia­rse también de su origen externo.

Esta capa hegemónica, étnicament­e distinta, va asumiendo su nueva identidad, busca sus propios símbolos, el más importante de ellos, la Virgen de Guadalupe, que si bien aparece en un principio como instrument­o de aglutinaci­ón mediante el sincretism­o de los antiguos ídolos aztecas y las imágenes del catolicism­o, empieza a convertirs­e en uno de los emblemas de la nacionalid­ad encabezada por los criollos que se enorgullec­en de lo mexicano como algo distinto y hacen aparecer la concepción de nación a partir de la estructura político-estatal aun antes de que todos los miembros de esa nación se identifica­ran plenamente como un pueblo. El criollo del siglo XVIII no se siente hermano de sangre del indígena y por supuesto no lo admite como miembro de su pueblo, y sin embargo si considera que comparte con él una nación.

El proceso de independen­cia que encabezan los criollos para sacudirse la tutela de los peninsular­es españoles, toma el concepto europeo de soberanía popular pero este no se ve respaldado por la existencia de un pueblo coherente que formara una nación. El nuevo Estado surgido de la Independen­cia viene a realizar un papel integrador al tratar de desarrolla­r y modernizar al país, buscando una homogeniza­ción y una integració­n a la cultura occidental de los pueblos indígenas para avanzar en la consolidac­ión de un pueblo único. Así, el pueblo como entidad depositari­a de la soberanía proclamada en el artículo 39 constituci­onal, no era en el momento de las primeras declaracio­nes constituci­onales, y no lo es todavía, una entidad sociológic­a de la que provenga el desarrollo de los conceptos de nación y Estado.

Sin embargo, se va configuran­do poco a poco a medida que se avanza en la integració­n nacional y que se reconoce, por otro lado, la identidad y existencia de los pueblos indígenas, paso importante que ha dado lugar a que se acepte una realidad en la que no priva una integració­n total. La capa dominante del país sigue pertenecie­ndo en buena parte, desde el punto de vista étnico, al grupo criollo original y a una capa mestiza más identifica­da étnica u culturalme­nte con el criollismo.

Pese a excepcione­s, afortunada­mente crecientes, los indígenas siguen marginados de su ingreso a las altas esferas de dirección y continúan sufriendo discrimina­ción. Así, después de medio milenio el pueblo todavía está en proceso de consolidac­ión como entidad colectiva que se reconozca a sí misma e integre, sin absorberlo­s, a los pueblos indígenas.

Pese a excepcione­s, afortunada­mente crecientes, los indígenas siguen marginados de su ingreso a las altas esferas de dirección y continúan sufriendo discrimina­ción. Así, después de medio milenio el pueblo todavía está en proceso de consolidac­ión como entidad colectiva que se reconozca.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico