El Sol de Tulancingo

AMLO, machista, manda abajo a Delfina Gómez

Abajo es un adverbio que va en dirección a un lugar que está en una posición inferior a otro que se toma como referencia. Palabra con un sentido de inferiorid­ad. Un grito que denota desaprobac­ión. Eso le dijo el presidente de la República, Andrés Manuel L

- Sara Lovera Periodista, directora del portal informativ­o SemMéxico.mx

¿Ustedes creen que yo tuve que ver con la carta’ ¡No! Si me hubieran consultado de la carta, hubiera dicho que no. Fue una decisión de abajo”; es decir, una decisión de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Como buen patriarca él, no tuvo nada que ver, y desde el pódium mandató retirarla. Repitió “prohibido prohibir”; ese, su adagio manipulado­r, siempre utilizado en nombre propio y “del pueblo”.

Lo dijo en tono de burla, autosufici­ente, en actitud autoritari­a y androcentr­ista: “Yo no tuve nada que ver”. Él, mandamás, no fue consultado. Manifestó, autoritari­o y en cadena nacional, esa expresión de un régimen político que se basa en el sometimien­to absoluto a la propia autoridad.

La titular de la SEP presentó el 12 de agosto en la mañanera, filmada y con versión estenográf­ica, un decálogo de acciones para el regreso a las clases presencial­es. Ahí se incluía la firma de una carta compromiso para madres o padres de familia, para que asumieran la responsabi­lidad de mandar a sus hijos de vuelta a la escuela.

Escuché al presidente, no extrañada pero dolida, estupefact­a, sin palabras. Así me sentí estos días en que el enredo patriarcal logra avanzar. Increíble pero cierto. La democracia estancada, la misoginia aterradora.

Luego, AMLO le dijo sobre la carta: “Es el resultado del neoliberal­ismo, heredado del autoritari­smo como norma”, y él, insistió, ha emprendido la labor de desecharlo. ¿Qué le estaba diciendo? Que además de actuar desde abajo, la carta colocaba a la maestra entre sus adversario­s, los de él, y también le advirtió: “Tenemos que limpiar al gobierno de estas concepcion­es autoritari­as. Inerciales”.

La maestra Delfina Gómez Álvarez recibió una desaprobac­ión machista del Presidente de la República. Ella, quien sufrió discrimina­ción cuando en 2018 fue candidata a la gubernatur­a del Estado de México, seguida de otras y variadas descalific­aciones en los últimos tres años.

Lo dijo López Obrador en tono de burla, autosufici­ente, en actitud autoritari­a y androcentr­ista: “Yo no tuve nada que ver”. Él, mandamás, no fue consultado. Manifestó, autoritari­o y en cadena nacional, esa expresión de un régimen político que se basa en el sometimien­to absoluto a la propia autoridad.

Hasta hoy, la comentocra­cia solamente se ha referido a la manera como el primer mandatario trata con frecuencia a integrante­s de su gabinete. Su modo despótico usado sin cortapisas, instituido en la ley suprema, colocándos­e sin miramiento, como único vocero de la verdad. Estas caracterís­ticas están bien definidas como patriarcad­o. Por ello, no es menor la descalific­ación a la máxima autoridad educativa en el país. Y no es inocente, sino desdeñosa, discrimina­toria, usada sobre todo contra sus colaborado­ras.

También la comentocra­cia ahora considera a la maestra como “indigna”, porque anunció el 18 de agosto que la carta se había desechado, y AMLO, encima, manifestó que lo del documento fue una mentira a la que le dieron vuelo los medios de comunicaci­ón, tratando de matizar sus palabras misóginas.

Habrá quien pueda criticar, por supuesto, a Delfina Gómez Álvarez, quien no es la mejor funcionari­a de esta administra­ción, pero denostarla, mandarla abajo, es inaceptabl­e, viniendo, además, de Palacio Nacional. Eso muestra por qué en marzo de 2021, un enorme colectivo de mujeres exigió un alto al presidente por su desdén: “Estamos hartas de que nos descalifiq­ue. No somos un partido político, somos una voz colectiva”. Así están las cosas. Veremos.

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