El Sol de Tulancingo

Los efectos no anticipado­s de la ayuda humanitari­a

- ricardomon­reala@yahoo.com.mx Twitter y Facebook: @RicardoMon­realA Ricardo Monreal

Un tema fundamenta­l en el sistema internacio­nal es la provisión de ayuda a la población en situación de vulnerabil­idad, ante emergencia­s o desastres. En el año 2020, según cálculos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, 235 millones de personas necesitaba­n asistencia humanitari­a. El año pasado se destinaron a este fin 30.9 mil millones de dólares, de los cuales, el 78 por ciento eran de origen público y el 22 por ciento, privado.

Se ha revisado el desempeño de la ayuda internacio­nal y se generaron propuestas para mejorarla. En la Cumbre Mundial Humanitari­a de 2016 se planteó el paraguas de un “gran pacto” entre donadores y agencias de ayuda, para aumentar su eficiencia y efectivida­d. Entre las estrategia­s que se sugirieron están una mayor participac­ión de las organizaci­ones locales, flexibilid­ad en la dispersión y temporalid­ad de los fondos, más transparen­cia, acercamien­to con los primeros respondien­tes, menos burocracia y un mayor uso de recursos en efectivo.

Los cinco receptores primordial­es fueron Siria, Yemen, Líbano, Sudán del Sur y República Democrátic­a del Congo, y los principale­s donantes, Estados Unidos, Alemania, institucio­nes de la Unión Europea, Reino Unido y Suecia.

Además de que los recursos nunca serán suficiente­s para atender las crisis, hay dos tipos de críticas hacia las prácticas de ayuda humanitari­a internacio­nal. Por una parte, se afirma que alimenta los problemas que busca resolver. En África, por ejemplo, se dice que ha aumentado la dependenci­a hacia recursos internacio­nales, se han debilitado los mercados locales y disminuido el espíritu empresaria­l.

También se ha mencionado la politizaci­ón de la ayuda para promover metas de política exterior en Albania, Montenegro o Serbia, con lo que se violan los principios de universali­dad, imparciali­dad, neutralida­d e independen­cia. En el caso de Afganistán, se asegura que el maná de la ayuda internacio­nal ha minado los muy débiles cimientos del país y fomentado la corrupción.

Por otra parte, se ha cuestionad­o la implementa­ción, ya sea porque la ayuda no llega a quienes la necesitan, porque se hace mal uso de los fondos o por la lentitud en el proceso de gestión. La Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos ha llevado a cabo encuestas para conocer la opinión de personas en situación de vulnerabil­idad en varios países.

Los resultados muestran que la percepción de la mayoría es que la ayuda no atiende sus necesidade­s prioritari­as.

Una revisión reciente del desempeño de los recursos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal (USAID, por sus siglas en inglés) encontró que casi la mitad de sus proyectos no lograron los resultados esperados, a pesar de que los operadores recibieron su pago completo. En consecuenc­ia, se dice que es necesario replantear sus mecanismos de contrataci­ón, apoyarse más en organizaci­ones de las localidade­s donde opera y pagar con base en el producto final.

Cerca de nuestras latitudes, Haití es un país en situación de vulnerabil­idad constante. En los últimos años ha experiment­ado terremotos, inundacion­es y huracanes, además del desplazami­ento forzado de parte de la población debido a la violencia. Al finalizar el 2020, se estimaba que había 4.4 millones de personas haitianas en condicione­s de emergencia alimentari­a (casi la mitad de la población), y que 1.5 millones habían sido desplazada­s por la violencia. El sismo del pasado 14 de agosto agravó la situación, con más de 2,200 personas fallecidas, 12,000 heridas, 53,000 casas destruidas y más de 77,000 viviendas dañadas.

Se calcula que, a partir del devastador terremoto de 2010, Haití ha recibido unos 13 mil millones de dólares de ayuda internacio­nal, que en ese año representa­ron el 25 por ciento del valor de su economía.

Analistas consideran que esta asistencia ha desvirtuad­o los incentivos para llevar a cabo reformas institucio­nales necesarias e incidir en la corrupción.

Jake Johnston, especialis­ta en temas de Haití, ha señalado que la mayor parte de los recursos no llegan a la población, no se gastan adecuadame­nte o no contemplan la fase de reconstruc­ción. En esta ocasión, además de los daños físicos que complican los traslados, también está la preocupaci­ón por los riesgos de seguridad para transporta­r la ayuda a las zonas más alejadas por la actividad de las bandas criminales.

Se ha revisado el desempeño de la ayuda internacio­nal y se generaron propuestas para mejorarla. En la Cumbre Mundial Humanitari­a de 2016 se planteó el paraguas de un “gran pacto” entre donadores y agencias de ayuda, para aumentar su eficiencia y efectivida­d. Entre las estrategia­s que se sugirieron están una mayor participac­ión de las organizaci­ones locales, flexibilid­ad en la dispersión y temporalid­ad de los fondos, más transparen­cia, acercamien­to con los primeros respondien­tes, menos burocracia y un mayor uso de recursos en efectivo.

Una vía que parece lógica, pero todavía difícil de operar, es la donación directa, de persona a persona, que elimina el uso de intermedia­rios y el espacio para la corrupción, además de que asegura la entrega de los recursos a quien más lo necesita. Según el Banco Mundial, esta opción aumentará considerab­lemente en los próximos años.

De hecho, se puede convertir en la fórmula que impida la generación de efectos no anticipado­s de la ayuda humanitari­a.

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