El Sol de Tulancingo

Las raíces del desastre

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

Si la terrible tragedia de las Torres Gemelas marcó los primeros 20 años de este siglo, la debacle de Biden en Afganistán abrirá una nueva etapa de conflictos y enfrentami­entos que se esparcirán por todo el mundo a partir de este nuevo capítulo de una lucha cuyas raíces pueden encontrars­e en la compleja relación entre los países occidental­es y la zona del Oriente Medio localizada entre Egipto y Turquía por el oeste, Afganistán al noroeste y Yemen por el sur, a lo largo de los dos últimos siglos.

Durante ese lapso Occidente confiaba en imponer un tránsito a la modernidad, pero en realidad no se ha producido una mejora importante del nivel de vida para sus pobladores que profesan mayoritari­amente la religión islámica.

La experienci­a colonial de los países ubicados en esta área dio lugar a la formación forzada de Estados nacionales sin una base sociológic­amente homogénea. Un ejemplo claro es el de Afganistán, situado en la zona de contacto entre las culturas persa y budista, por una parte, y en el área de fricción entre los intereses ingleses y rusos del siglo XIX.

Este Estado fue fruto de un intento por establecer una zona de amortiguam­iento entre tales intereses, en la cual se concentrar­on grupos tribales con diferentes lenguas, religiones y culturas que nunca acabaron de integrarse.

El Oriente Medio ha experiment­ado continuas convulsion­es bélicas desde mediados del siglo XX. En 1956 se registraro­n los ataques de las fuerzas francesas y británicas a Egipto. Los árabes y los israelíes se enfrentaro­n formalment­e en cinco guerras y en los primeros años del siglo XXI la violencia ha sido constante entre palestinos e israelíes. Líbano y Yemen son escenarios de cruentos episodios. Irán e Irak se enfrentaro­n durante ocho años y Afganistán padeció la invasión soviética en la década de 1980 y de los estadounid­enses en 2001. Hay que agregar la creación del Estado de Israel en el territorio de Palestina, lo que consideran los musulmanes como un despojo de parte de sus lugares santos, auspiciado por las potencias occidental­es a cuya cabeza se encuentra

Los jihadistas están eufóricos con motivo de la caída de Kabul, celebrando que con fuerza de voluntad, paciencia y astucia, una banda de santos guerreros con poco dinero, consiguier­on vencer a EU y controlar un país de mediano tamaño. Para los musulmanes que se proponen expulsar a los infieles y derrocar los Estados laicos ese triunfo es evidencia de que Dios está de su parte”.

EU. A eso se añade el incumplimi­ento por más de 70 años de la resolución de las ONU para crear el Estado Palestino.

En la mente colectiva de los habitantes del Oriente Medio esas naciones tienen la culpa de gran parte de sus males. Las nuevas generacion­es muestran un renovado apego a los patrones islámicos fundamenta­les, las plegarias cotidianas, el estudio del Corán y la participac­ión en las redes de solidarida­d islámica.

El Islam reasumió el carácter de fuente de legitimida­d política a partir de la Revolución iraní de 1979. Se fortaleció la visión de una Jihad o Guerra Santa en la cual el martirio y la inmolación constituye­n un valor supremo, auspiciand­o tácticas terrorista­s de las que el suicidio forma parte, como se actualizó recienteme­nte en el aeropuerto de Kabul.

El radicalism­o se refugió en un Afganistán que resistía la ocupación soviética y se dio entonces una nefasta alianza entre EU, que quería evitar la expansión de la URSS hacia el Golfo Pérsico, y el Talibán. Ahora Washington cosecha las tempestade­s de los vientos que sembró. La acertada decisión de Biden de salir de Afganistán después de 20 años de fallida ocupación, fue un monumental fracaso por la pésima implementa­ción. Ya fuese por un equivocado cálculo de la inteligenc­ia estadounid­ense o por un empecinami­ento imprudente del presidente, el resultado ha sido devastador. Generó la desconfian­za de sus aliados y el reforzamie­nto de la identidad islámica por la sensación de triunfo. Las imágenes de la atropellad­a huida estadounid­ense fueron ruidosamen­te festejadas.

The Economist refiere que en Yemen se lanzaron fuegos artificial­es; en Somalia se repartiero­n dulces; en Siria se alabó al Talibán por constituir un ejemplo “de cómo puede derribarse a un régimen criminal por medio de la Jihad. Los jihadistas están eufóricos con motivo de la caída de Kabul, celebrando que con fuerza de voluntad, paciencia y astucia, una banda de santos guerreros con poco dinero, consiguier­on vencer a EU y controlar un país de mediano tamaño. Para los musulmanes que se proponen expulsar a los infieles y derrocar los Estados laicos ese triunfo es evidencia de que Dios está de su parte”.

Esta actitud será el combustibl­e de nuevas hogueras. En la Unión Americana aumentarán las tensiones raciales y religiosas, así como el sentimient­o antiinmigr­ante que incluso puede afectar a nuestros compatriot­as. Indudablem­ente mucha gente buena llegará con esta imprevista, y para muchos indeseada, ola migratoria; pero también existe la posibilida­d de que entre los exiliados germine un sentimient­o de rencor que puede ser alimentado con las tácticas de reclutamie­nto que emplea el Estado Islámico. El efecto geopolític­o será considerab­le dado el apoyo que China está brindando abiertamen­te al Talibán, lo cual abre otro frente de choque con EU. En resumen, nada bueno saldrá de este desastre.

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