Una pasión incontrolable
LOS FANÁTICOS SIEMPRE SERÁN LOS GRANDES PROTAGONISTAS DE LA FIESTA DEPORTIVA
La hinchada, el hincha, el que alienta. El término tiene su origen en los campos uruguayos, a principios del siglo pasado, cuando el futbol se jugaba de etiqueta. Ante la solemnidad de la grada, destacaba la figura del utilero del Nacional de Montevideo, que una vez que hinchaba los balones de cuero se dedicaba a caminar a un costado de la cancha, y ante el asombro de un público recatado, animaba a los suyos a grito suelto, impulsado por el ritmo frenético de sus palmas.
La actitud del hombre no era del todo bien vista entre la aristocracia, sin embargo, ya por aquel entonces evocaba una sentencia inapelable: la pasión que lleva dentro un aficionado pocas veces se controla. Fue así, en ese sentimiento, que el que hinchaba se convirtió en el hincha y hubo muchos aficionados que lo siguieron, alentados por ese mismo fervor, hasta que el término ya era común entre la multitud que asistía a los potreros, donde el eco de las voces dio paso a lo que hoy se conoce como hinchada.
La figura de los aficionados a los deportes siempre ha estado cubierta de cierto misticismo. No se sabe en qué momento una persona decide comulgar con las ideas de un equipo, o un deportista. ¿Cuándo se da el milagro de caminar ciegamente por un terreno desconocido? Se intuye que es en la infancia, donde se toman pocas decisiones verdaderamente importantes, sin embargo, la de irle a un equipo es para toda la vida.
Hay veces que es por herencia de la madre o del padre, o de la abuela o el abuelo, o de la hermana o del hermano, que el niño los mira y en sus ojos se identifica y entiende que vivir así es una buena forma de vivir. Hay otras tantas que no hace caso a lo que ve y entonces se deja llevar por lo que siente, porque aunque no entienda todavía el valor de una victoria, sí sabe que las sensaciones que emanan de ella le gustan, que se siente bien ganar, así que le va al que gana. Otras veces, aunque el equipo pierda de vez en cuando, puede quedar flechado por las glorias de un jugador, o por sus fintas, o por los pases que nadie es capaz de ver, salvo él. Hay otros casos menos comunes donde el color de una playera o un uniforme hacen su parte, pero son los menos.
Casi siempre, el aficionado se hace aficionado sin saberlo, hasta que un buen día, una emoción es capaz de revelarle un mundo recién inventado. Entonces se descubre nervioso ante la espera de un partido importante, o grita por instinto un gol, o sufre por instinto un gol, o llora de alegría por un triunfo, o llora de tristeza por una derrota, y entonces ya no hay retorno.
El fanático se convierte en el mayor defensor de su equipo. Su cancha, en la que realmente juega, está afuera, en la escuela, en el trabajo o en el barrio. No se deja de cualquiera. No se intimida, al contrario, busca estrategias para ganar el juego de palabras, y cuando gana el argumento lo celebra como un gol, o como un jonrón, o un nocaut, o un ace, o un touchdown. El aficionado casi siempre es un fiel creyente en el destino. Aunque nada esté en sus manos en realidad, se siente responsable de una derrota si se levanta un domingo sin fe. Por el contrario, cuando el triunfo llega, agradece a los de arriba por el favor realizado.
El hincha de verdad porta con orgullo los olores de su equipo, aunque gane o pierda, la cosa no cambia. Le gusta ir a la cancha para que nadie le cuente. No tiene problema en ver las cosas de lejos y sin repetición, ya después conocerá los detalles. Se abraza con quien no conoce, como si la pasión elevada al infinito representara un milagro.
El deporte, por el contrario, no sería nada sin quien lo ve. Los gritos de los jugadores sin el eco de los aficionados terminarían por ser monótonos. Las tribunas vacías serían una contradicción, y un túnel perdería esencia sin el murmullo del que disfruta. Los jonrones no serían jonrones sin el guante que aguarda en la grada. El nocaut no sería nocaut sin el asombro del público ante lo descompuesto de un cuerpo, el ruido del motor de un auto de carreras no tendría sentido sin un corazón acelerado, no existirá uno sin el otro. Que los aficionados siempre sean los protagonistas de la fiesta del deporte.