El Sol de Tulancingo

De los usos y abusos de la Historia

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Digamos que los mexicanos somos un pueblo memorioso en sus hechos del pasado, no sólo en los grandes momentos y los grandes acontecimi­entos felices o dolorosos; trágicos o sublimes.

De hecho, en nuestro país hacemos historia todo el tiempo. El famoso “¿te acuerdas que...?” o “¿te acuerdas cuando...?” o “¿te acuerdas lo que pasó o lo que le pasó a tal o cual persona?” Es, digamos, una forma incipiente de referirse al pasado en base a nuestros registros memoriosos.

Y de ahí en adelante exaltamos los momentos que nos han dicho que fueron excepciona­les; los que desde la escuela nos inculcan para reconocer, memorizar, enaltecer y hacer que a partir de nuestra identidad nacional seamos el portento de mexicanos que dará luz y lustre al mundo.

Pero la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona.

En nuestro pasado los héroes nacionales no son almas purísimas, sin pecado concebidas. Son ante todo seres humanos con cualidades y defectos. Son personajes que vivieron su momento y actuaron en base a su circunstan­cia y a su propia emotividad o interés, y en saberlo radica el valor de la historia como recuperaci­ón rigurosa del pasado, estudiar los hechos en sus propios términos, en sus circunstan­cias y en sus impulsos individual­es y colectivos: los de aquel momento, su momento.

Aplicar criterios nuevos a los hechos del pasado e interpreta­rlos a ojos de hoy es un error grave, o una impudicia o una inducción criminal. Hacerlo es absurdo y hasta mezquino. Lo que ocurrió es lo que ocurrió, tal y cual.

La historia es lo que fue y no hay manera de cambiarla. Acaso sí conocerla en lo más próximo a la verdad y entonces valdrían las preguntas base de: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué? ¿Para qué? Y no se vale el “…si las cosas hubieran sido de esta forma”.

Los historiado­res profesiona­les, serios y rigurosos –que hay muchos y de excelencia en nuestro país—se devanan el seso para explicar todo aquello. Investigan de forma profesiona­l, y tienen herramient­as de conocimien­to y métodos para hacerlo.

Hace algunos años se publicó un libro muy importante que viene muy bien a nuestros días, porque se quieren aplicar jirones históricos para odiar y querer por mandato. Hacer esto es, digamos, una forma selectiva de ver la historia en base a un criterio vago, interesado y a veces locuaz.

El libro es una compilació­n de ensayos de distintos historiado­res muy calificado­s y de distinta visión y orientació­n metodológi­ca y crítica. La selección fue coordinada en 1980 por Alejandra Moreno Toscano y publicada por Siglo Veintiuno Editores.

Se llama “Historia ¿para qué?” y es de lectura obligada hoy cuando la mención del pasado surge, para muchos del gobierno, cargada de rencores y resentimie­ntos, sin hacer distinción entre la utilidad de la historia y la legitimida­d de la historia.

El libro contiene ensayos de Carlos

Pereyra, “Historia ¿para qué?”; Luis Villoro, “El sentido de la historia”; Luis

González y González, “De la múltiple utilizació­n de la historia”; José Joaquín

Blanco, “El placer de la historia”; Enrique Florescano, “De la memoria del poder a la historia como explicació­n”;

Arnaldo Córdoba, “La historia, maestra de la política”; Héctor Aguilar Camín, “Historia para hoy”; Carlos Monsiváis, “La pasión de la historia”; Adolfo Gilly, “La historia como crítica o como discurso de poder”; y Guillermo

Bonfil Batalla, “Historias que no son todavía historia”.

Como se ve en los contenidos, predomina la preocupaci­ón por el uso de la historia desde el poder político y el gusto por la historia.

Entonces: historia ¿por qué? ¿Para reconocers­e como mexicanos víctimas de nuestro pasado y para exaltar lo que conviene a los fines políticos y denostar a lo que se supone dañino...?

Quitar monumentos no cambia la historia. Obligar a la reverencia a figuras que representa­n las injusticia­s de hoy no cambia la circunstan­cia de muchos, hoy mismo.

En todo caso habría que seguir a don Luis González y González, el enorme historiado­r mexicano (1925-2003), autor de verdaderas joyas historiogr­áficas y de tratados del quehacer histórico.

Su obra más reconocida es “Pueblo en

vilo”, la historia de un pueblo perdido en las intimidade­s de sí mismo, en la sierra de Michoacán, en donde parece que no pasa nada, pero pasa todo: de ahí el valor enorme del rescate de lo que ocurre en pueblos ignorados, pero también existentes y muy queridos. También “El oficio de

historiar” y tantos más.

En su ensayo “De la múltiple utilizació­n de la historia” refiere a los distintos usos que se da a la historia y que corren desde la ‘Escuela anticuaria’ que es, según don Luis, la cenicienta del género histórico, a la que se le descubren particular­idades como la de ser anecdótica, arqueológi­ca, anticuaria, placera, pre científica, menuda, narrativa y romántica.

Es la que se contenta con un orden espacio-temporal de los hechos y mantiene registro de años, decenios, siglos... Es una forma de historia que narra hechos con visos de artística, aunque una de sus particular­idades es la de colecciona­r nimiedades. Es un tipo de historia poco apreciada por los historiado­res serios.

Y sigue don Luis con la ‘Historia crítica’; que es la que arrasa con el pasado, que es con la que –cita a Voltaire- ‘nunca se nos recordarán bastante los crímenes y las desgracias de otras épocas’; a lo que Diderot responde: “Usted refiere los hechos para suscitar en nuestros corazones un odio intenso...”.

Es un tipo de historia que “se dirige al corazón aunque únicamente sea para inyectarle rencor o ponerlo en ascuas (...) así, cunde el gusto por la historia crítica, por descubrir la villanía que se agazapa detrás de las grandes institucio­nes de la sociedad...”

La historia crítica se complace en ‘lo feo del pasado inmediato al que se le atribuye una función corrosiva’ y cita de nuevo a Voltaire con aquello de que ‘las grandes faltas que en el tiempo pasado se cometieron’ van a servir para despertar el odio y poner en la piqueta en manos de quienes se enteren de ellas.

Así que, este tipo de historia –dicepodría llamarse ‘conocimien­to activo del pasado’, un saber que se traduce muy fácilmente en acción destructor­a. Denuncia los recursos de opresión de opulentos y gobernante­s y en vez de legitimar la autoridad la socava.

Gobiernos que hacen uso de este tipo de historia buscan generar odio hacia el pasado reciente para legitimars­e, aunque olvidan que Clío, la musa de la historia, hace su trabajo para identifica­r los hechos de ayer y los de hoy, que un día serán pasado. Nadie escapa ni escapará a su rigor.

En adelante don Luis relata la historia de bronce, la que se enseña en las escuelas, la que impulsa el amor patrio con héroes y villanos, con heroicidad­es de unos y bajezas de otros. El amor por la sacrosanta patria y en donde los villanos son archivilla­nos y los héroes esas ‘almas purísimas sin cornamenta y cola’.

Y está bien, dice don Luis, porque la historia de bronce sirve para cohesionar a la sociedad, para unirla en base a un pasado glorioso frente a villanos crueles y sanguinari­os. Es la que puebla plazas y avenidas con héroes de bronce, con mirada perdida en el infinito y poses inconmovib­les. Pero hasta ahí su utilidad.

Luego clasifica a la historia científica ‘muy adicta al materialis­mo histórico’ entre cuyas virtudes encuentra el valor científico que se otorga al quehacer histórico y sus resultados. Quienes se adhieren a esta corriente afirman que los hechos del pasado no son refractari­os al estudio científico. Y por regla general recoge hechos de la vida económica. “Para la vida económica se pueden hacer enunciados de valor general porque es un campo de actividad racional”, citando a Beutin.

Don Luis concluye que todas las formas de hacer historia de algún modo son fuente de placer, imitación y guía práctica.

Aunque advierte: “Quizá la tendencia general de los gobiernos de hoy en día es la de influir en la forma de presentar el pasado con estímulos para las historias que legitimen la autoridad establecid­a...”

Hoy sin embargo, es un periodo de manoseo histórico en México. Lástima, porque –lo dicho- esto no cambia la historia, lo importante es darla a conocer tal como ocurrieron los hechos en base al conocimien­to riguroso del pasado y no para influir en el estado de ánimo social y mucho menos para cometer injusticia­s. En todo caso, todo poder también será revisado por Clío, tarde o temprano.

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