Paternidad afectiva
Hace un par de semanas, la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizó las licencias de paternidad de tres meses al interior del poder judicial sentando un ejemplo y un precedente en materia de igualdad y derechos humanos. Actualmente la Ley Federal d
En Latinoamérica esta prestación va de 0 a 14 días, dependiendo el país, pero en la OCDE el promedio es de 8.1 semanas y que decir de países como Suecia, que tiene aprobado un esquema combinado de 3 meses para cada padre y madre, y 10 meses adicionales que se pueden acomodar según determine la familia y Finlandia que en 2020 aprobó una ley en la que otorga igualmente a hombres y mujeres siete meses de permiso con goce de sueldo, con un mes adicional para el periodo de embarazo.
Las licencias de maternidad y paternidad se plantean justamente para fomentar la construcción de hogares sólidos y estables que son necesarios para el pleno desarrollo de cualquier ser humano. Más allá de la cuarentena y recuperación post parto, con ellas se deja tiempo para que madres y padres dediquen tiempo y atención a sus hijas e hijos, en sus primeros días de vida, en los que se encuentran más vulnerables. Así pueden desarrollar el apego saludable, establecer rutinas, sujetar la lactancia materna exclusiva y desarrollar los canales de afecto con su bebé. Y aunque si representa grandes montos de dinero que cubren las instituciones de seguridad social, en el fondo es una gran inversión para la calidad de vida y humanidad de las familias.
Desafortunadamente, en la vida cotidiana y en las normas aún se sobrepone y socializa la asignación cultural del cuidado y crianza de niñas y niños impuesta exclusivamente a las mujeres, fomentando el reparto asimétrico de tareas y responsabilidades. Esta arista del machismo impacta en los derechos de los hombres para ejercer su paternidad, y también de niñas y niños recién nacidos que merecen estar en contacto con sus padres.
Por ello, la idea de practicar una paternidad responsable remite a involucrarse con hijas e hijos más allá del rol de proveer económicamente. Tomar parte en la crianza y en el cuidado que impacta positivamente en el desarrollo biológico, social y psicológico del o la bebé, pero también favorece el acceso a oportunidades (estudios, trabajo remunerado y actividades recreativas) que influyen en el desarrollo de la familia y el hogar.
Compartir el rol de cuidado, además de repercutir en la reincorporación de las mujeres a la vida laboral, disminuye el estrés de las madres que puede tener consecuencias graves como la depresión post parto, y permite a los padres desarrollar y construir su perspectiva de paternidad, además de la vinculación emocional con su hija o hijo.