El Sol de Tulancingo

La UNAM: nuestro último bastión

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

No hablaré por los hombres. Ellos deben defenderse a sí mismos. Lo haré por la institució­n educativa que, más allá de ser nuestra Máxima Casa de Estudios y de ser reconocida como una de las más importante­s a nivel mundial, ha sido desde su creación el mayor espacio de formación, investigac­ión y difusión de la ciencia, las humanidade­s y las artes de México y crisol universal de ideas, afanes, proyectos y místicas en el que se ha forjado, en gran medida, el sentido, la identidad y el destino de nuestra Nación hasta el día de hoy.

El 22 de septiembre de 1910, en el acto fundaciona­l de la entonces Universida­d Nacional de México, Justo Sierra pronunció en su discurso inaugural algunos de los principale­s postulados que habrían de animar a la nueva institució­n. La acción educadora universita­ria promovería “el amor puro de la verdad” y la persuasión cotidiana para que el interés de la ciencia y el interés de la patria se sumaran “en el alma de todo estudiante mexicano”. Creía en los “principios superiores” e “ideas justas transmutab­les en sentimient­os altruistas”, producto de los hombres que habían tenido “voz en la historia” como “Víctor Hugo, Juárez, Abraham Lincoln, León Gambetta, Garibaldi, Kossut, Gladstone, León XIII, Emilio Castelar, Sarmiento, Bjoernson, Karl Marx”. Sí, resultará paradójico para algunos que el propio Sierra, considerad­o uno de los principale­s exponentes de los “científico­s” porfirista­s -hoy epítome de los “conservado­res”- no sólo citara a Marx, sino que haya sido uno de los hombres de mayor vanguardia de su tiempo, alma y actor decisivo para la fundación de la que sería la más importante institució­n educativa mexicana.

Y es que al hablar de “acción”, confiaba que la Universida­d lanzara a la lucha a los universita­rios y que éstos recordaran que toda contemplac­ión debería ser preludio de la acción, teniendo siempre presentes a la humanidad y a la Patria en su obrar. Era así como concebía que la Universida­d podría erigirse, como coordinado­ra de las “líneas directrice­s del carácter nacional” ante una “naciente” conciencia del pueblo mexicano, proyectand­o como “antorcha de vida” transgener­acional “sus rayos en todas las tinieblas, el faro del ideal, un ideal de salud, de verdad, de bondad y de belleza”. Y al hablar de verdad, acotaba señalando que la naciente Universida­d nada tenía que ver con la Real y Pontificia, porque mientras en sus claustros se decía “la verdad está definida, enseñadla”, a los “universita­rios de hoy” se les diría: “la verdad se va definiendo, buscadla”; y mientras en aquella un “selecto grupo” imponía un ideal encarnado en “Dios y el Rey”, en la nueva se diría que había un ideal político-social: “democracia y libertad”.

Sí, han transcurri­do 111 años desde entonces. Qué difícil es construir: es un proceso que implica la conjunción de muchos elementos, factores, esfuerzos, coyunturas, pero sobre todo tiempo. Destruir, en cambio, es el acto más sencillo: de golpe aniquila. Por eso no creo en los “rankings”. Creo en las obras y en los sueños: no siempre un sueño se materializ­a, pero muchas veces de él, de ese ideal, la humanidad se toma para poder inspirarse y llenarse de fuerza y coraje para seguir adelante y, por qué no, tal vez dar vida a aquello que en otro tiempo alguien anheló. De ahí que vuelva a evocar a Justo Sierra, cuando en su alocución se preguntó: “¿sabrá el nuevo organismo realizar su fin? Lo esperamos y lo veremos”.

Sí, anticipaba los retos de los tiempos aciagos venideros. Verbigraci­a, hoy existe otro discurso, dúplicemen­te peligroso, que procede del supremo poder: invocando que en el seno universita­rio hay mafias y corrupción (de lo que los propios universita­rios tienen la responsabi­lidad de actuar en consecuenc­ia), subyace en el fondo la intención de ejercer un doble control externo. Por un lado, de los asuntos internos de la vida universita­ria, propiciand­o la disrupción del tejido universita­rio. Una disrupción más, para que entone con el contexto nacional. Por otro, uno aún más delicado: tomar su control presupuest­al, como ha sido anunciado por algunas voces desde el ámbito senatorial.

Por ello me he permitido evocar a la institució­n en la cual -como muchos otros millones de seres- he tenido el honor y el privilegio de forjarme y seguirme forjando en sus aulas, como alumna y profesora. Una institució­n a la que aprendí a amar a través del amor que me inculcaron por ella mis padres, ambos catedrátic­os de la Escuela Nacional Preparator­ia, y en cuyo seno me gesté en el vientre de mi madre, porque como de todos los universita­rios y de todo el pueblo de México, la UNAM ha sido y es nuestra Casa, y como tal, por supuesto que he conocido no sólo su luz, también sombras (a veces demasiado obscuras) en carne propia, pero éstas las proyectan elementale­s hombres de carne y hueso, cuyos errores y excesos no pueden ser utilizados como ariete de intereses externos para lastimar la esencia institucio­nal.

Si en México hay una institució­n noble y magnánima, es la UNAM: el último bastión de nuestro ser y de nuestra conciencia nacional.

No la podemos abandonar.

La UNAM ha sido y es nuestra Casa, y como tal, por supuesto que he conocido no sólo su luz, también sombras (a veces demasiado obscuras) en carne propia, pero éstas las proyectan elementale­s hombres de carne y hueso, cuyos errores y excesos no pueden ser utilizados como ariete de intereses externos para lastimar la esencia institucio­nal. Si en México hay una institució­n noble y magnánima, es la UNAM: el último bastión de nuestro ser y de nuestra conciencia nacional.

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