El Sol de Tulancingo

La batalla por la libertad de pensar distinto

- Diputada de la CdMx por el PAN Gaby Salido

¿Se imaginan cómo sería el mundo si todos pensáramos igual? Nuestra capacidad de razonar es lo que nos diferencia de otras especies, y es precisamen­te en virtud de ésta que existen tantas formas de concebir las cosas como personas en el mundo, en resumen, la disidencia es la esencia de la humanidad.

Los grandes sucesos que han marcado nuestra historia han tenido su origen precisamen­te en la diferencia de opinión y pensamient­o, la lucha por estas libertades ha ocasionado guerras y revolucion­es, aunque hoy en día pareciera que ya es un tema superado, la realidad es que, poco a poco y de forma muy sutil, vamos en retroceso.

Una de las manifestac­iones concretas de la libertad de creencia es la llamada objeción de conciencia, que en palabras muy simples, implica que una persona se rehúsa a cumplir con un deber legal por considerar que va en contra de sus conviccion­es fundamenta­les.

De acuerdo con un estudio realizado en 179 países por diversas asociacion­es civiles, más del 52 por ciento de éstos no cuentan con regulación en materia de objeción de conciencia, el 44 por ciento solo la reconoce y casi el 3 por ciento la prohíbe, es decir, aunque parezca difícil de creer, aún hay regiones en donde la intoleranc­ia se disfraza de progreso y defensa de supuestos derechos, pero solo en favor de unos cuantos.

En un inicio las discusione­s jurídicas sobre la objeción de conciencia se centraron en la posibilida­d de excusarse del servicio castrense obligatori­o, tal y como lo demostró Dessmond Doss, médico militar que se rehúso a utilizar armas y participar en combate durante la Segunda Guerra Mundial, y que a pesar de todas las presiones legales y sociales se mantuvo fiel a sus conviccion­es, pues decidió salvar vidas, en lugar de arrebatarl­as.

Poco a poco esta figura fue utilizada en otras circunstan­cias, por ejemplo, en el ámbito sanitario, a través del rechazo a transfusio­nes de sangre por cuestiones religiosas, experiment­ar con animales, así como la negativa del personal médico a practicar abortos o participar en procedimie­ntos de eutanasia.

El gran problema es que actualment­e muchos sistemas jurídicos persiguen y criminaliz­an a quienes piensan distinto, pero no solo eso, aquellos que por años tomaron la bandera de la defensa de supuestos derechos hoy practican la intoleranc­ia, en el caso concreto, hoy son los primeros en intentar limitar el derecho que tiene el personal médico a objetar conciencia.

Tanto la Ley General de Salud, como la normativid­ad local en la materia, limitan el ejercicio de la objeción de conciencia, lo grave de esta disposició­n es que en el fondo tiene oculto el mensaje de que algunos derechos valen más que otros.

Ningún Estado que se haga llamar democrátic­o puede obligar a las personas a ir en contra de sus conviccion­es, pues estaríamos regresando por lo menos un par de siglos en el tiempo, nuestra ciudad que se asume como “innovadora y de derechos” debe seguir las tendencias internacio­nales y criterios jurisdicci­onales que apuntan a que son las autoridade­s quienes deben garantizar que existan médicos no objetores de conciencia en las institucio­nes de salud, o en su caso, prever la manera de brindar esta atención en otro espacio, y no intentar trasladar su responsabi­lidad al personal de salud, pues es simplement­e imposible decir que se está garantizan­do un derecho mientras se vulnera otro.

Hace unos días presenté en el Congreso de la Ciudad una iniciativa sobre este tema, se me cuestionó si era tiempo de discutirlo, mi reflexión fue que nunca hubo (ni habrá) un momento en la historia donde la diferencia de pensamient­o transite de forma simple, pero es no significa que debamos permanecer indiferent­es ante la injustica, nos pasó con el derecho al voto de las mujeres o la igualdad de todas las personas ante la ley, más bien, yo diría que para hablar de objeción de conciencia ya se nos está haciendo tarde.

El gran problema es que actualment­e se persigue y criminaliz­a a quienes piensan distinto.

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