La izquierda de ayer y la de hoy
Pervive en el mundo el ya anticuado concepto del socialismo marxistaleninista cuyo postulado fundamental fue la desaparición violenta de toda forma de iniciativa que no fuera el control absoluto del Estado. Con la dictadura del proletariado, especialmente urbano, el capital debía desaparecer para dar paso a otras formas de producción y de organización de la sociedad.
Las utopías del socialismo soviético llevaron al establecimiento, tanto en Rusia como en otros estados tras la llamada cortina de hierro, a un totalitarismo finalmente derrotado por el capitalismo en la prolongada guerra fría. En esos decenios de enfrentamiento de dos polos mundiales en disputa, surgieron las ideas y los proyectos de una nueva izquierda desarrollada y hoy vigente principalmente en Europa, que propone el aprovechamiento de todas las fuerzas de la sociedad para lograr los avances de justicia social sobre la base de una verdadera democracia, la de todos, alejada del enfrentamiento y la división nocivos a la unidad.
La sobrevivencia de las ideas de la revolución violenta, destructiva de instituciones útiles a la sociedad, se presenta así como una antigualla de presuntas reivindicaciones a cargo de un estado que en mayor o menor medida se encamina al totalitarismo por las vías de la exclusión y la división de la sociedad que en forma unilateral afirma representar. La transformación que ese proyecto propone parte de una combatividad, una beligerancia y un afán destructivo en lugar de buscar verdaderas transformaciones con el aprovechamiento de lo positivo que en ellas es posible encontrar. El cambio que esa trasnochada idea imagina se basa en el enojo y en la fabricación de adversarios a los que hay que destruir. Es una propuesta de transformación de los enojados y los resentidos, de la intolerancia que niega la posibilidad de la convivencia y la cooperación entre desiguales, que son signos de la auténtica democracia.
Esa pretendida izquierda y reminicensias totalitarias, como la que distingue al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, en la búsqueda estéril mira fundamentalmente al pasado de enemigos y fantasmas a los que en el presente hay que combatir. Si mira el presente, no es para imaginar un futuro mejor, sino para destruir todo lo existente, aun lo que sería aconsejable mantener y mejorar para beneficio de la sociedad. La destrucción del antiguo marxismo queda en esa obsoleta izquierda sólo en el discurso; no va más allá de la diatriba y la descalificación continua de fuerzas cuya contribución en la paz y el entendimiento podrían ser útiles para el desarrollo. En esa visión totalitaria, el Estado no es la suma de los esfuerzos y la participación de toda la sociedad –inversionistas, obreros, campesinos, clases medias y populares- sino únicamente la entelequia de los pobres convertida en bandera exclusiva del gobierno que dice representarlos.