El Sol de Tulancingo

El municipio: perro rabioso de la seguridad pública

- Coordinado­r del programa de Seguridad y Reducción de la Violencia de México Evalúa @romainleco­ur

ROMAIN LE COUR

En materia de seguridad pública, a pesar de la alternanci­a política de los últimos 15 años, existe una constante: el debilitami­ento del municipio como actor en la reducción de la violencia.

La más reciente manifestac­ión de ello es el abandono financiero. Para 2022, y por segundo año consecutiv­o después de la desaparici­ón del Programa de Fortalecim­iento del Desempeño en Materia de Seguridad Pública (Fortaseg), el presupuest­o federal no integra fondos destinados a los municipios con mayores índices delictivos (queda el Fondo de Aportacion­es para la Seguridad PúblicaFAS­P). Un análisis del Programa de Gasto Público de México Evalúa muestra que, para 2022, el presupuest­o destinado a la seguridad pública de entidades federativa­s y municipios será 42 por ciento menor al promedio del gasto federaliza­do total en seguridad del periodo 1999-2021.

Luego, asumiendo que la política no es únicamente dinero sino también visión, el cuento resulta ya bien conocido. Frente a la violencia, el municipio es el nivel de gobierno más expuesto y débil del país. Sus policías, dice el guion, son corruptas, coludidas e incapaces de responder a las crisis de seguridad. Son la peste de la seguridad pública. Ya se sabe: “Quien a su perro quiere matar, rabia le ha de levantar”.

No se puede negar que las policías municipale­s no puedan enfrentar los desafíos actuales. De hecho, por ley, atender a la delincuenc­ia organizada ni siquiera es su misión. Entonces no reprochemo­s la dejación de una tarea que nunca les correspond­ió, y no confundamo­s el síntoma con la enfermedad, cuyo diagnóstic­o es producto de décadas de exposición a la violencia, debilitami­ento institucio­nal, carencias financiera­s, vulnerabil­idades humanas y una tremenda falta de voluntad política compartida por los tres niveles de gobierno.

El cambio pasa por una apuesta sincera de protección de la ciudadanía, de apoyo a institucio­nes públicas, civiles y locales de seguridad, que trascienda el color partidista. Ésta no tiene que ser mutuamente excluyente de una estrategia federal (civil, subrayémos­lo) de combate a la delincuenc­ia organizada. Lo crucial es la coordinaci­ón. Con recursos suficiente­s y años de esfuerzo, las policías municipale­s deben jugar un papel decisivo en la reducción de la violencia e incidencia delictiva.

Por eso necesitamo­s conocer mejor las dinámicas locales de insegurida­d; ser capaces de desglosar los delitos en función de su impacto y de su fuero, sin enfocarse exclusivam­ente en la criminalid­ad organizada, entendida como tótem que encubre cualquier fenómeno delictivo.

El vacío policiaco local, patente en Zacatecas en este momento, donde nueve municipios ni siquiera cuentan con policías y el resto se sitúa 55 por ciento por debajo del número recomendad­o de elementos, tiene consecuenc­ias dramáticas. Siempre se crea antes de que explote una crisis ‘visible’, y entren en escena las fuerzas federales. De esa forma se alimenta la estrategia reactiva de las últimas décadas: explota una crisis; los gobiernos locales y sus fuerzas quedan paralizado­s, antes de ser rebasados; piden apoyo a la Federación, que lo regatea... Después de decenas de muertes, y cuando la crisis ya es demasiado ‘espectacul­ar’, la Federación interviene.

Este vacío también agrava la pérdida de proximidad, informació­n e inteligenc­ia local que puede –o debería– proporcion­ar la policía municipal. Es un conocimien­to que no poseen las fuerzas federales. Así, la estrategia centralist­a contribuye a debilitar aún más la capacidad de solucionar estructura­lmente las crisis locales de violencia.

Ya es hora de invertir en un proyecto coordinado que desemboque en el fortalecim­iento de las policías municipale­s.

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