Salvemos la educación
La catástrofe de la Covid-19 ha destruido más que bienestar físico, ha generado otro tipo de problemas más allá del económico y de salud. De hecho, ha sentado las bases para construir una generación diferente de personas hacia el futuro que contemplan las necesidades de otra manera ponderando el poder sobrevivir y tener lo necesario para comer en medio de una crisis que no se le ve fin.
Entre los muchos problemas que el coronavirus ha provocado de forma colateral hacía nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes, es el tema educativo, sistema que ha naufragado ante la imposibilidad de transformarse de raíz a nuevas condiciones de enseñanza que privilegian las clases a distancia para una cantidad enorme de población que no tiene los recursos tecnológicos suficientes para hacer frente a esta situación.
La deserción escolar en los países en desarrollo como el nuestro ha golpeado de una forma brutal, propiciando que las familias en conjunto tomen la decisión de truncar los estudios de sus hijos, ya sea por la imposibilidad de seguir a distancia por la falta de internet o suficientes dispositivos móviles cuando hay varios niños en el seno familiar o, por otro lado, para todos meterse en la dinámica laboral que les permita subsistir como núcleo.
El Inegi reportó que para el ciclo escolar que está corriendo fueron 5.2 millones de niñas, niños y jóvenes que no pudieron inscribirse por dos razones: por causas directamente relacionadas con el Covid-19 por ejemplo, los que perdieron a sus padres o vieron mermada su salud seriamente; los otros, derivado de que la situación económica en sus casas se agravó al grado de tener que trabajar desde temprana edad.
Es decir, más allá de la lamentable situación de dejar la educación académica con todo lo que ello implica, se está gestando una vuelta al trabajo infantil por la pauperización de las circunstancias económicas en donde o trabajan todos o no habrá suficiente para comer.
Pero no se trata de cifras o datos duro, se trata del desarrollo integral de una persona. Pongámonos a pensar en esas niñas y niños que pierden la oportunidad no sólo de sumar, de leer, de dibujar y tener habilidades que enseña el sistema educativo, se trata de Julia, de Ernesto, de Mariana, de muchas niñas, niños, jóvenes con nombre y apellido, que no serán capaz de tener espacios donde desarrollen capacidad crítica desde el debate, la diversidad, la amistas y la empatía.
Se trata de personas que no disfrutarán de intercambiar realidades diferentes de personas que acuden a universidad con circunstancias diferentes que nos llevan a la reflexión personal y al enriquecimiento con base en los otros. Eso, la deserción escolar, quizá era la media en décadas anteriores, pero no podemos volver a ese mundo de oscuridad para personas que demuestran avidez por el conocimiento, por entender cómo funciona el mundo y por respetar los tiempos para divertirse y para trabajar. Como sociedad debemos generar estrategias urgentes, reconstruir el tejido social que no sólo lleven a la gratuidad educativa, sino a las condiciones alimentarias y familiares a cimentarse para que ir a la escuela sea una decisión y no un sueño. Debemos desarrollar un sistema educativo acorde a una nueva realidad donde ninguno pierda la oportunidad de aprender y para eso no hay partidos, no hay gobiernos, no hay sectores, hay solidaridad de un país que nunca ha abandonado a su niñez y juventud.