El Sol de Tulancingo

Francisco Cárdenas, la mano ejecutora

- David Cárdenas Rosas PASO A DESNIVEL

Francisco Cecilio Cárdenas Sucilla era Mayor de los rurales.

En la decena trágica fue llamado a Palacio Nacional por Victoriano Huerta y le ordenó matar a Madero.

Lo convirtió con esa orden, en el brazo ejecutor del asesinato de Francisco I. Madero y de José María Pino Suárez.

El policía rural, señalan historiado­res, miraba siempre de frente, era un hombre serio, dado a la casi reflexión. De acuerdo a la etapa porfirista, tenía siempre el bigote con puntas hacia arriba, gustaba el rural de utilizar trajes de charro, con bordados, y era aficionado a las fiestas.

Se sabe que nació entre los límites de Jalisco y Michoacán, en el municipio de Venustiano Carranza; su origen era humilde, por lo que las carencias lo llevaron a enlistarse en el ejército.

Durante el porfiriato logró el rango de mayor y combatió a grupos para sofocar la revolución iniciada en 1910 por Francisco I. Madero.

La conspiraci­ón, de Victoriano Huerta, Manuel Mondragón, Bernardo Reyes y Félix Díaz, con el apoyo del embajador estadounid­ense Henry Lane Wilson, alcanzó a Madero el 18 de febrero de 1913.

Al saberse traicionad­o Madero acudió al general Aureliano Blanquet, quién también formaba parte de la conjura y el general lo apresó asimismo detuvo a José María Pino Suárez y a Felipe Ángeles.

Ejecutado el golpe, el presidente, el vicepresid­ente y el general fueron encerrados en la intendenci­a del Palacio Nacional.

El 22 de febrero Cárdenas fue llamado a Palacio Nacional, donde Huerta, le ordenó la ejecución de Madero y Pino Suárez. Esa noche, los prisionero­s fueron trasladado­s a Lecumberri.

Respetaron a Felipe Ángeles, a quien obligaron a quedarse, después de darle un abrazo a Madero.

Cárdenas y los detenidos abordaron dos vehículos que llegaron a las afueras de Lecumberri. Allí sacaron de los autos a los prisionero­s. Cuando Francisco I. Madero bajó del vehículo, Francisco Cárdenas le dio dos tiros en la cabeza, e hicieron lo mismo con el vicepresid­ente. ¡Triste misión cumplida!

Después de los asesinatos, Cárdenas combatió a los revolucion­arios que se levantaron contra el gobierno de Huerta y en 1914, cuando cayó el gobierno golpista, huyó a la capital de Guatemala. Ahí, en noviembre de 1920 para evitar ser extraditad­o a México –dicen- se suicidó en la Plaza de Armas. Tenía aproximada­mente 38 o 40 años de edad.

Durante algún tiempo, familiares y amigos argumentar­on que Francisco Cárdenas sólo había cumplido las órdenes que le dieron.

Su nombre siempre quedará grabado como el asesino del presidente demócrata.

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