Plegaria por Ucrania, plegaria por la humanidad
Kiev, la ciudad de las cúpulas doradas en las márgenes del río Dniéper, epicentro de las culturas eslavas, enclave mercantil entre Oriente y Occidente, puente entre Constantinopla y los países escandinavos, paso obligado de vikingos y mongoles; la urbe más importante de Europa en el siglo IX y capital por más de cuatro siglos de la federación Kýievska Rus, de la que la leyenda atribuye su fundación hacia el siglo V a los hermanos Ki, Schckek, Joriv y Lýbid; que fue ocupada por jázaros y varegos, asediada por pechenegos e integrada sucesivamente -tras de ser destruida en 1240 por los mongoles y cada tanto por los tártaros de Crimea- al Principado de Halych-Volynia, al Gran Ducado de Lituania, a la Comunidad Polaco-Lituana como capital del Voivodato y al Sich de Zaporozhia; que perdió su autonomía en 1775 con la emperatriz Catalina II de Rusia hasta que el 7 de noviembre de 1917 se erigió en capital de una flamante y efímera República Popular Ucraniana, de la que se apoderarían los bolcheviques para transformarla en 1922 en la República Socialista Soviética de Ucrania, de la que se erigió capital en 1934 luego de padecer el atroz “holodomor”; que sufrirá devastadoras purgas criminales, persecusiones y ejecución de los nacionalistas e intelectuales críticos ucranianos, mientras eran destruidos todos sus templos religiosos; que será ocupada el 9 de septiembre de 1941 por las fuerzas nazis y quedará convertida en ruinas a causa de las minas activadas por el ejército soviético.
Sí, la Kiev cuya puerta fue inmortalizada por las artes pictórica de Victor Hartmann y musical de Modesto Mussorgsky en sus “Cuadros de una exposición” que, más tarde, Maurice Ravel instrumentaría, está hoy una vez más bajo el asedio criminal de las armas extranjeras, que eso son, aunque diga su líder lo contrario, pero Kiev no es un apéndice de la cultura soviética. Es el bastión sobreviviente de una historia milenaria que no ha podido encontrar la paz.
Kiev es el alma y el corazón de su patria, la auténtica: Ucrania, la tierra que ha sido cuna de algunos de los más grandes creadores e intérpretes artísticos de la historia contemporánea como los compositores Aleksandr Ziloti (Jánkov, 18631945), Reinhold Glière (Kiev, 1875-1956) y el gran Serguei Prokofiev (Donetsk, 18911953); del violinista David Óistraj (Odesa, 1908-1974); del inigualable bailarín Vaslav Nikinsky (Kiev, 1889-1950); de los escritores Nikolái Gógol (Velyki Sorochyntsi, 1809-1852) y Mikaíl Bulgákov (Kiev, 18911940) y del pintor Kazimir Malévich (Kiev, 1878-1935). La Nación que prodigó a la humanidad con tres de los más grandes pianistas del siglo XX: Vladimir Horowitz (Kiev, 1903-1989), Sviatoslav Richter (Zhytomyr, 1915-1997) y Emil Gilels (Odesa, 1916-1985).
Y la razón por la que evoco en estos momentos extremos de crisis a los músicos que nos ha dado Ucrania y que en ella se han formado, es porque justamente y, de manera emblemática, ha sido el propio Conservatorio de Kiev, la más importante institución de educación musical ucraniana (fundado el 3 de noviembre de 1913 a partir de la Escuela de Música establecida en 1859 por la Sociedad Musical Rusa gracias al impulso de Serguéi Rajmáninov, Aleksandr Glazunov y Piotr Ilich Chaikovski y convertida en la Academia Nacional de Música P. Tchaikovsky de Ucrania en 1995), uno de los principales y presenciales testigos de las luchas que en la historia reciente ha sostenido el pueblo ucraniano en aras de su libertad: en 1991 al declararse la independencia de Ucrania, en 2001 durante las manifestaciones de la “Ucrania sin Kuchma” (en contra del entonces primer ministro Leonid D. Kuchma), en 2004 durante las protestas por el fraude electoral o revolución “naranja” (por el color del partido que se impuso y que hoy podría retornar) y, sobre todo, en los trágicos sucesos de 2013-2014 o “Euromaidán”, cuando la sangre de miles de ciudadanos a favor de la incorporación de Ucrania a la Unión Europea tiñó la plaza del lugar donde tiene su asiento -sobre la calle Jreschchátyk, la principal de Kiev-, la institución musical: la Plaza Maidán, la Plaza de la Independencia (Nezalézhnosti), la Plaza de la Libertad (Svobody).
El 25 de diciembre de 1845, Tarás Shevchenko, pintor y humanista pero sobre todo el mayor poeta ucraniano e impulsor nacionalista, escribió “Testamento”, el poema que desde entonces se convirtió en el canto de la libertad ucraniana: “Cuando muera, enterradme / en una tumba alta, / en medio de la estepa / de mi adorada Ucrania. / ¡Así yo podré ver los campos anchurosos, / el Dniéper, sus represas agitadas, / y podré oír también / cómo braman sus aguas! / Y cuando el río arrastre atravesando Ucrania / hasta el mar azul / tanta sangre adversaria / entonces dejaré los campos y los montes / y volaré hacia Dios / a alzarle mi plegaria…”.
Hoy, a 176 años de distancia, esa plegaria cobra vida y renovada fuerza en estas horas extremas y aciagas, con el estro poético de Svchenko por el pueblo de Ucrania que una vez más se enfrenta a las fuerzas invasoras del exterior, pero también por toda la humanidad, porque subsisten los hombres que no temen en pulverizar la paz mundial.