La guerra nunca ha sido el camino
La guerra es dolor. Un dolor que, como bien lo dice Ryszard Kapuciski, persiste toda la vida para quienes la afrontan. Es un vacío. Una penumbra que no se va. Una llaga que nunca se cierra y el peso es enorme. Es un quebranto a la dignidad de las personas y un fracaso para la humanidad.
En pleno siglo XXI debemos apostar por soluciones pacíficas ante las controversias de los Estados. Rusia ha invadido Ucrania y el mundo, expectante, pide paz y respeto a su integridad territorial e independencia. El pasado nos recuerda que la violencia no es la ruta y que en la guerra no hay victorias sino un cúmulo de derrotas.
Contamos con instrumentos y organismos internacionales para poder solucionar conflictos de las naciones a través de la diplomacia y la política. Tenemos un derecho internacional que nos ayuda ante esta terrible tarea. México, su tradición histórica y las continuas invasiones a nuestra Soberanía, le han enseñado a resolver problemas por medio de principios de política exterior: no intervención, solución pacífica de las controversias, proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, igualdad jurídica, respeto y protección a derechos humanos, la paz y la seguridad internacionales.
Es menester el diálogo y que afrontemos como humanidad este tipo de adversidades. Por ello, al estar facultado el Senado de la República para velar por la política exterior, presentaré en mi carácter de legisladora un punto de acuerdo para exhortar a la Secretaría de Relaciones Exteriores, a través de la Misión Permanente de México ante la Organización de las Naciones Unidas, continúe con los esfuerzos diplomáticos en favor de la paz, demandado el cese de hostilidades de la Federación Rusa frente Ucrania, abogue por el diálogo que construya una salida no violenta y se respete el derecho internacional humanitario que implica la protección garante de la población no combatiente en Ucrania.
No podemos ser omisos ante el dolor, la violencia y la tragedia de las personas. Tenemos, imperiosamente, que construir un mundo donde la cultura y el desarrollo de la paz sea el eje medular de convivencia de las personas, así como de las naciones. Donde se respete la soberanía de los Estados y su independencia. Un mundo de libertad, de justicia y de paz.