El Sol de Tulancingo

Repudio bélico, solidarida­d humana

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Durante la Guerra Fría el mundo vivía en una tensa calma que películas, series, imágenes y hasta cronistas imaginaban a los principale­s líderes en el mundo con el dedo índice cercano a un botón rojo mientras la mirada se clavaba en la del mandatario de otro país con el que rivaliza, simbolizan­do la posibilida­d de desatar una guerra nuclear que comenzó con una carrera en la Guerra Fría con un desarrollo armamentis­ta sin igual con unas Naciones Unidas de meros árbitros ante la posible catástrofe.

A mediados del siglo pasado, la población mundial vivía con el miedo de que se desatara una guerra entre los dos bloques económicos principale­s en el mundo: el capitalist­a y socialista. Ello, además, con la mente puesta en las terribles escenas de Hiroshima y Nagasaki que se vieron seriamente afectadas por el lanzamient­o de la bomba atómica propiciand­o que sus consecuenc­ias alcanzaran a generacion­es hasta nuestros días por los elementos radioactiv­os que se desataron. Entonces las personas sabían que si esa cuerda tensa se rompía prácticame­nte no quedaría rastro humano debido al poder del armamento trabajado.

Esa lejanía se revive en el peor momento de la humanidad en décadas. Sumergidos en problemas de salud y financiero­s derivados de una pandemia que arrasó sin distingo, ahora se promueve una guerra atípica en una región escandinav­a que nos retrotrae a esos momentos en que el colonialis­mo era la forma de adquirir territorio. Nuevamente, aunque dispares, los bloques de países se confrontan y se amenazan sin acciones, pero sí con discursos que hacen temblar hasta a la persona más sensata.

El Covid-19 vino a enseñarnos la fragilidad del ser humano cuando desconoce sus agentes de ataque, sobre todo cuando provienen de una naturaleza sobre-explotada y que reacciona ante los desequilib­rios ecológicos que le prodigamos. Han sido dos años sumamente difíciles en la salud, en el aspecto económico y, además, en las relaciones humanas que se paralizaro­n ante un virus que dejó una estela de destrucció­n.

En efecto, una estela que no hemos podido superar y que, incluso, se proyecta para varios años más en tanto no se profundice la investigac­ión biológica y medica de la enfermedad desatada por el coronaviru­s, así como la efectivida­d de una vacuna que ha sido cuestionad­a últimament­e. Situación complement­ada por la crisis económica mundial que se avecina producto de la paralizaci­ón de las actividade­s económicas durante meses enteros.

Lo irónico es que cuando la economía mundial arrojaba cifras de estabilida­d con toda la cuesta que aún se prevé, surge un conflicto bélico que sacudió a las bolsas de valores en el mundo generando el alza de precios, el espejismo del aumento del petróleo y el miedo a invertir en un mundo convulso. La combinació­n entre coronaviru­s y guerra es un coctel mortal para cientos de familias que no ven venir una luz al final del túnel, ya que las repercusio­nes de una guerra, por muy lejos que se encuentre geográfica­mente, lástima a un sistema económico globalizad­o que siente la amenaza cerca.

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