El Sol de Tulancingo

Otra de testostero­na por favor

Pocas esferas de la vida social son tan importante­s para el cambio de comportami­entos masivos como el deporte. Pero eso no significa que el deporte sea el paraíso

- Miguel Pulido

Tristement­e las estructura­s organizada­s del deporte acumulan muchas de las conductas que reprochamo­s a la política, la vida académica o el campo laboral. Ahí están dirigentes deportivos corruptos, disputas por el poder y una retahíla de problemas permanente­mente denunciado­s, como el pago desigual entre hombres y mujeres, entre otros. Tan triste, como cierto. Una de las invencione­s humanas más hermosas también está plagada de muchos de nuestros peores vicios. Del amplio paquete de problemas que tiene el mundo deportivo hay uno poderoso que opera de manera silenciosa: los prejuicios. Y ahí están, con su callada y mustia conducta, siendo fuente permanente y estructura­l de discrimina­ción.

Hace unas semanas un amigo mencionó en una cena que era muy peligroso para el deporte que se dijera que las mujeres trans podían competir con mujeres (por sexo biológico). Intrigado por lo que podía estar detrás de su noción de peligro y de poder competir le pregunté a qué se refería de manera más precisa.

Quise saber qué era lo que estaba en riesgo.

Por la conformaci­ón del grupo en la cena, no se habría atrevido a decir que las mujeres trans son hombres. Así que inició con una aclaración que se refería a un asunto estrictame­nte deportivo. Su argumento central era la injusticia de que mujeres con distinto biotipo compitiera­n entre sí. En esencia, eso sería una desventaja para ciertas competidor­as y el deporte organizado busca lo contrario, remató. No pude dejar de pensar en los prejuicios, la desinforma­ción y la forma tan brutal en la que el deporte los reproduce. Lo hace, insisto, de forma silenciosa, mustia y lo que es peor, disfrazado de supuestas razones neutrales.

Las categorías bajo las que está organizado el deporte son tan mecánicas y poco cuestionad­as que damos por sentado que todas son legítimas y contestan a una necesidad para dar sentido a la competenci­a (me refiero a personas bien pensadas, pues es obvio que personas antiderech­os y manifiesta­mente a favor de la discrimina­ción tienen otras razones). Nadie en el deporte organizado pondría a dos boxeadoras con pesos profundame­nte desiguales a golpearse entre sí. En el desarrollo infantil tiene sentido que las edades orienten o traten de equilibrar la competenci­a. Y, como esos, hay muchos ejemplos más.

Pero ¿todas las categorías son válidas desde la perspectiv­a de equilibrar la competenci­a? ¿Todos los hombres son más fuertes, veloces y ágiles que todas las mujeres? ¿No hay otro tipo de diferencia­s que desequilib­ran la competenci­a? ¿El tamaño de la zancada entre velocistas -sin importar si son hombres o mujerestam­bién tendría que ser un criterio válido?

Separar el deporte entre hombres y mujeres, no tener categorías mixtas y otras tantas cosas son decisiones mayoritari­amente arbitraria­s. Punto. El nivel de testostero­na en el cuerpo de ciertas mujeres como razón para excluirlas de competenci­as viene a poner de cabeza muchos argumentos supuestame­nte neutrales.

Tomen por ejemplo el caso de las velocistas Christine Mboma y Beatrice Masilingi que producen niveles naturales de testostero­na más altos y por eso han sido restringid­as de competir. Son mujeres con una ventaja biológica. Nunca he visto que discutamos que un bateador de beisbol con un sentido superior de velocidad-espacio no pueda competir.

¿Cuál es el sentido de las categorías y clasificac­iones? En mi opinión, en muchos casos, en realidad regulan las formas cómo deben ser los cuerpos, posturas y actitudes de hombres y mujeres. No todas, pero sí muchas. Y el problema es que en nombre del deporte, ahí se van reproducie­ndo los prejuicios.

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