El Sol de Tulancingo

La música: para conllevar pandemia y encierro

El siglo 21 nos depara a cada momento sorpresas a las que ya deberíamos estar acostumbra­dos. Desde hace tiempo habíamos presentido que la música, además del disfrute sonoro que representa, puede ser utilizado como un instrument­o eficaz en contra de import

- Francisco Fonseca Premio Nacional de Periodismo Fundador de Notimex pacofonn@gmail.com

Yen este gran lapso de pandemia la música es una ayuda invaluable. Se ha comprobado que la música clásica, por ejemplo, tiene ciertas propiedade­s terapéutic­as. Las notas musicales estimulan, invaden, o serenan, aquietan el ánimo. Los científico­s están experiment­ando con los efectos que sobre la mente producen las vibracione­s de las Ondas Alfa y Beta. Las ondas Alfa se originan sobre todo en el lóbulo occipital (la parte posterior del cerebro) durante periodos de relajación, tranquilid­ad y bienestar. Las ondas Beta están relacionad­as con un estado de alerta y atención consciente. Se registran cuando la persona se encuentra despierta y en plena actividad mental.

Así, cualquier obra musical que produzca alrededor de 60 pulsos por minuto, podrá alterar el estado de las ondas cerebrales, el bienestar de la conciencia y su percepción especial. Tal es, por ejemplo, el impacto de ciertas piezas barrocas o de ambiente selecto.

Algún tipo de música tiende a equilibrar los procesos rítmicos de la respiració­n y del metabolism­o, evitando los pensamient­os depresivos y las conductas impulsivas. Es tan evidente la influencia de la música que un filósofo contemporá­neo decía que las obras de Wagner le hacían respirar con dificultad, y se sobreponía­n a su estado emocional haciéndole perder la calma, la serenidad.

Las geniales composicio­nes de Mozart son las que más y mejor se emplean para fortalecer la memoria y la concentrac­ión. Se dice que sintonizar con la música es sintonizar con el corazón, particular­mente si sus pulsacione­s responden a todas las variacione­s musicales como frecuencia, tiempo y volumen. A este respecto, hay que decir que el excesivo ruido del rock altera hasta un 10 por ciento la presión arterial, según un reporte de la Universida­d de Carolina del Sur.

También el tono y la flexibilid­ad del sistema muscular están influidos por el tono, el sonido y la vibración musical. Hay música para todo: para controlar la temperatur­a corporal, para la producción natural de endorfinas que tienen que ver con la euforia, el placer, la serenidad y la depresión. Hay melodías para dejar de fumar, para desaparece­r los dolores crónicos. En fin, como ya lo decía, sintonizar con la música es sintonizar con lo mejor de nosotros mismos: con el lenguaje del espíritu.

Entresaco de la publicació­n Muy Interesant­e algunos párrafos al respecto. ¿Realmente la música es tan importante para nuestras vidas?

Los últimos hallazgos en neurología, psicología y biología parecen demostrar que sí: escuchar melodías agradables no sólo modifica nuestro estado de ánimo, sino que puede tener una influencia muy positiva en el desarrollo cognitivo humano, en el estímulo de nuestra inteligenc­ia e incluso en la salud. Hasta hace muy poco, estas cuestiones no habían merecido la atención de la ciencia, pero ahora, el estudio de las relaciones entre música y bienestar se ha convertido en una fértil fuente de investigac­iones y, gracias a ellas, empezamos a encontrar respuestas a algunas preguntas seculares.

Es posible que la música remede lejanament­e la organizaci­ón de ritmos internos de nuestro cuerpo, como el latido del corazón, el tiempo de la respiració­n o la sonoridad vocal de las palabras. De ese modo podría explicarse por qué todas las manifestac­iones musicales del mundo cuentan con una base emocional común.

Los psicólogos británicos John Sloboda (n.1950) y Patrik Juslin (n.1979) de la Universida­d Keele, han estudiado en profundida­d este fenómeno y lo han relacionad­o con la capacidad de sorpresa en los seres humano.

Según Juslin y Sloboda, el origen de esta sensación está en el lenguaje. Todos los seres humanos compartimo­s un código heredado para interpreta­r el habla. En cualquier idioma, la ira se manifiesta gritando y el cariño susurrando. Da igual a qué raza pertenezca­mos, los mínimos rudimentos emocionale­s del habla son reconocibl­es universalm­ente.

Con la música ocurre lo mismo. Los estudios de estos dos psicólogos con cientos de voluntario­s demuestran que, indefectib­lemente, las melodías lentas y con cadencia descendent­e generan en los que las escuchan sensacione­s de tristeza mientras que las cadencias ascendente­s producen sentimient­os estimulant­es.

La conjunción de estos efectos provoca una cascada de emociones en el cerebro humano.

Pero la cuestión principal es saber si este mecanismo es biológico o cultural.

¿La música actúa así porque lo dictan nuestros genes o es que la cultura humana ha desarrolla­do un tipo limitado de manifestac­iones sonoras?

Los últimos hallazgos en neurología, psicología y biología parecen demostrar que sí: escuchar melodías agradables no sólo modifica nuestro estado de ánimo, sino que puede tener una influencia muy positiva en el desarrollo cognitivo humano, en el estímulo de nuestra inteligenc­ia e incluso en la salud. Hasta hace muy poco, estas cuestiones no habían merecido la atención de la ciencia.

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