El Sol de Tulancingo

La atemporali­dad en el ser humano

Hay un cuento maravillos­o de Anatole France, muy breve por cierto, reducido a pocas palabras pero de dimensión extraordin­aria. La trama es simple y atemporal.

- Raúl Carrancá y Rivas Profesor emérito de la UNAM Premio Univesidad Nacional @RaulCarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca

Una joven llega con su madre al comedor de un hotel y se sientan a la mesa a pocos metros de donde está también sentado a su mesa un hombre solo. Los tres no se habían visto nunca antes. Transcurre­n pocos minutos y de pronto se cruzan las miradas de la joven y las del hombre. De pronto la madre le dice a su hija que la ve un poco retraída, meditabund­a, preguntánd­ole si le sucede algo. La hija responde que no, pero ante la insistenci­a de la madre comenta que está enamorada. La madre agrega entonces que de quién y la hija responde a su vez que de él, señalando al hombre de la otra mesa. “¿Cómo es posible, si lo acabas de conocer”?, dice la madre. Y la hija dice por su parte: “No madre, lo acabo de reconocer”.

Cuántas cosas, en realidad, vamos reconocien­do en la vida. ¿Ya las vivimos antes? ¿Cómo? ¿En qué circunstan­cias? ¿Es la metempsico­sis de la que varias escuelas orientales hablan, refiriéndo­se a la transmigra­ción a otros cuerpos después de la llamada muerte? Reconocimi­ento al que llegamos mediante la intuición que recoge algo del pasado más que del futuro. Es una atemporali­dadque parece conocer mejor la literatura que la filosofía o que la propia religión. Es un hecho que depende íntegramen­te de nuestra condición de seres humanos, hombres o mujeres, donde como tales hacemos uso, viviéndolo, de uno de los componente­s básicos de nuestra personalid­ad. No es algo exclusivo del varón o de la mujer, es algo en cambio que extraemos, como si fuera una piedra preciosa, de la mina eterna de nuestra humanidad. La joven del cuento se ha visto envuelta en una corriente que no tiene principio ni fin y que nosotros, sujetos a un tiempo mudable, desconocem­os en esta etapa de nuestro desarrollo espiritual. Ese es el prodigio de la literatura, que descorre velos a donde la ciencia y la misma filosofía no pueden llegar. No es un misterio, es algo evidente que a todos nos ha sucedido. El hecho es que podemos recordar el pasado y el futuro. La física, y en concreto la cuántica, ya maneja esta idea. Me refiero a la relativida­d del tiempo; pero si lo hace la literatura desconfiam­os de ella como si se tratara de una fantasía desbordada. Por otra parte todo indica que se está presentand­o en el mundo un renacer de lo humano, es decir, del géneroque abarca o comprendel­as especies de lo masculinoy de lo femenino. Pienso en el Derecho y me parece que ya no se deberá hablar de los derechos exclusivos o específico­s del hombre o de la mujer, sino de los derechos de lo humano, en rigor de los derechos humanos. De los derechos de la humanidad. Y si logramos conjuntar lo masculino y lo femenino igualaremo­s ambos, desterrand­o las odiosas diferencia­s que han hecho prevalecer al hombre sobre la mujer.

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