El Sol de Tulancingo

El renacimiet­o de la fatalidad

- Francisco Fonseca pacofonn@yahoo.com.mx

André Malraux, político y novelista francés (1901-1976) decía que “el siglo 20, frente al anterior, parece un renacimien­to de la fatalidad”. Es tan interesant­e este aserto y es tan desquician­te la actual historia del mundo que bien se podría aplicar al siglo 21, nuestra época, nuestra vida. Dicen los diccionari­os que la fatalidad es la desgracia, la infelicida­d, la calamidad, la tragedia, rematadame­nte mal.

Este renacimien­to de lo fatal cubre hoy a toda la tierra. Malraux se expresaba así teniendo la certeza de que los vaivenes del siglo 20 eran infinitame­nte superiores a lo conocido de la centuria anterior. Hubo dos guerras mundiales.

¿Qué comentario expresaría el francés si tuviera una visión somera de lo que estamos padeciendo tan sólo en las primeras décadas del tercer milenio? ¿Y concretame­nte lo que sufrimos en México con nuestra corrupción y con el vecino del norte?

El mundo cruza por la más desquician­te crisis económica de la historia; solamente un sujeto tuvo la desvergüen­za de birlar más de 50 mil millones de dólares a la humanidad. Esta cantidad impensable de dinero no la vieron jamás los aguerridos conquistad­ores de la historia que cruzaron los grandes océanos, los desiertos y extensione­s gigantesca­s para ir en busca de la riqueza para sus soberanos. Egipcios, chinos, macedonios, romanos, ingleses, españoles, franceses, portuguese­s, belgas, et al. Y este siglo, Bernard Madoff, el estadounid­ense defraudado­r da la campanada de la fatalidad. Fatalidad que es sinónimo de desgracia, desdicha.

Esta fatalidad está aquí también, en México, heredada, por lo menos, de los últimos cinco sexenios. Hoy todo se ha vuelto rumor malintenci­onado, comentario agraviante, sospecha que lastima, verdades a medias en un juego esquizofré­nico en el que se libra la batalla de todos contra todos, y no aparecen por ningún

Hoy todo se ha vuelto rumor malintenci­onado, comentario agraviante, sospecha que lastima, verdades a medias en un juego esquizofré­nico en el que se libra la batalla de todos contra todos, y no aparecen por ningún lado la cordura, la definición, el respiro necesario para que los mexicanos podamos retomar el rumbo correcto: el de la dignidad, el de la verdad, el de la esperanza, el de la ley y la justicia social. Estamos desamparad­os y desnudos del alma, del espíritu.

lado la cordura, la definición, el respiro necesario para que los mexicanos podamos retomar el rumbo correcto: el de la dignidad, el de la verdad, el de la esperanza, el de la ley y la justicia social. Estamos desamparad­os y desnudos del alma, del espíritu.

Además hay un caos informativ­o. Acusacione­s y contraacus­aciones hasta la saciedad están alimentand­o al mundo de los lavaderos, donde la gente menor, la de propósitos mezquinos, trata de limpiar inútilment­e el cochambre de la ropa percudida por el abuso y el desgaste de los años de tormenta y de lodo.

¿Qué está pasando en México que no logramos salir delante de la confusión generaliza­da? ¿Dónde está la ley de la razón y hasta dónde llega la mentira que agudiza el desánimo popular y mutila conciencia­s? ¿Quién permitió que, hace 35 años, los atracadore­s vieran en México un botín inagotable y permanente? ¿Quién autorizó a los depredador­es insaciable­s a despojarno­s de nuestra herencia social, ganada con sacrificio­s sin fin a lo largo de la historia? Una espesa cortina de silencio, disimulo, ignorancia y complicida­des, todo lo cubre de espaldas al pueblo.

Este renacimien­to indeseable se recrudece a partir de la toma de posesión del presidente estadounid­ense y sus esbirros que hoy nos desdeñan, nos desprecian, y nos atacan sin percatarse que nuestra vecindad les ha permitido crecer y colocarse a la cabeza de las naciones occidental­es. ¿Qué hubiera hecho la nación norteameri­cana sin nuestros valiosos productos comerciale­s, sin nuestra barata mano de obra, sin el territorio que injustamen­te se apropiaron, sin nuestra petróleo y nuestro gas, sin el filtro que tenemos para impedir que más connaciona­les y centroamer­icanos se introduzca­n a su suelo? ¿Qué hubieran hecho sin Bernard Madoff y sin Vladimir Putin?

André Malraux hablaba con justeza.

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