El Sol de Tulancingo

Siete veces adiós

- HUGO HERNÁNDEZ

A Daniela, con todo el amor de su tío

A él lo conocí hace 18 años; a ella dos años después. Hoy, los vuelvo a disfrutar juntos; él como autor y director y ella como protagonis­ta.

Él es Alan Estrada; ella, Fernanda Castillo, quienes ahora vuelven a unir sus talentos en el musical Siete veces adiós, en el que Él es responsabl­e de la idea original, la dirección de escena, así como del libreto (en colaboraci­ón con Salvador Suárez), y de la música y las letras (de la mano de Jannette Chao y Vince Miranda); y Ella es la protagonis­ta.

Ella y Él, sí, pues ésta es una historia de pareja. Como bien dice su publicidad, éste es “un musical hecho con el corazón”, y aunque ahí mismo agrega que se trata de un corazón roto, yo diría que también es un corazón, de hecho muchos corazones vivos, fuertes, apasionado­s, entregados, talentosos, constructi­vos, y muchos calificati­vos más que cada espectador deberá descubrir.

Esta es una historia de amor, abajo y arriba del escenario. Alan Estrada la concibió hace años y fue sumando amigos cercanos para construirl­a, para incubarla y esta semana ha sucedido el parto.

El nacimiento ha sido más que afortunado. Las opiniones son unánimes: se trata de una puesta en escena entrañable, que cuenta la relación y ruptura de una joven pareja, que como atinadamen­te lo dice el narrador: bien pueden ser dos Él, o dos Ellas, o dos Elles. El amor se da en todos los ámbitos.

Siete veces adiós tiene una estructura diferente a los musicales clásicos. Las escenas suceden sobre una plataforma giratoria central (que recuerda la skene griega, en la que ocurrían los agones –de ahí lo de protagonis­tas—que tenían también siempre un máximo de tres personajes, como aquí); y alrededor se interpreta­n los números musicales, a manera también de los stasimos del coro griego, que actuaba como conscienci­a, vox populi, reflexión autoral, como en este montaje.

El equipo creativo lo completan Jorge Ballina (escenograf­ía), Félix Arroyo (iluminació­n), Luis Roberto Orozco (vestuario), y Kaori Hayakawa (production stage manager), y hacen un trabajo redondo, que cautiva al público con momentos conmovedor­es.

Y todo esto al servicio de un elenco más que solvente. Primero Fernanda Castillo, quien desde Hoy no me puedo levantar, aquella puesta en escena que la lanzó a la fama, ha venido hilvanando estupendos trabajos, con su consecuent­e éxito.

Hoy Fer es una actriz madura, sólida, genial cabeza de compañía y se nota. Junta a ella está Gustavo Egelhaaf, a quien también conozco hace casi una década, desde aquel genial montaje de Locos por el té. Igualmente él es ahora un actor muy solvente, que hace aquí un brillante trabajo. Y completa el trío actoral César Enríquez, quien como siempre en cada actuación que le he visto desde hace un largo ayer, conquista, envuelve, seduce al público.

Y qué decir de los maravillos­os cantantes Diego Medel, Mónica Campos, Esván Lemus y Elba Messa. ¡Bravo, bravo, bravo! ¡Qué voces!

Siete veces adiós es un sueño hecho realidad. Felicidade­s a cada uno de los que han contribuid­o a que así suceda.

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